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Javier Tejada — Capítulo 10. Sus inicios inconscientes y más

Rebecca Morgan©

 

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La prehistoria de los ancestros de Hänsel y Gretel se remonta a hace tan solo doscientos años. Eran tiempos en los que los humanos discutíamos sobre cómo sería el mundo de ahora. Las palabras que más circulaban entonces en las discusiones y conferencias eran: cerebro humano, computadores y células. El caso es que nuestro cerebro, tras muchos años de evolución, había sido capaz de crear los computadores, que ya mostraban su poderío y que amenazaban con superar a los humanos en cuanto a su capacidad de hacer y pensar. Los humanos pronto se dieron cuenta de que la intersección entre los tres vocablos clave era la capacidad de crear y transmitir información. A las células y al cerebro les había llevado cientos de millones de años llegar hasta su plenitud, mientras que los ordenadores lo habían conseguido con nuestra ayuda en un flash temporal. Sí, coincidimos todos, lo que ocurre en nuestro cerebro no es diferente a lo que hace trabajar las redes neuronales de los computadores. Si seguimos así, a toda velocidad pensábamos entonces, pronto habrá que poner a trabajar a las mentes pensantes para redefinir lo que es un es robot y su diferenciación respecto al ser humano.

Esto dio pie a que surgieran ideas que parecían querer impresionar ¿amenazar más bien? con algo que se podría rebelar contra nosotros. El nuevo futuro que se nos mostraba por la revolución tecnológica planteaba serios interrogantes acerca de nuestra seguridad y nuestra idea de justicia. En definitiva, ¿qué será del ser humano? ¿Estarán siempre la tecnología y los robots a nuestro servicio?

Hubo divulgadores científicos que hasta publicaron las leyes que debían regir el comportamiento de los robots y que contaron con la admiración y el beneplácito de gran parte de los ciudadanos de los países para los que la tecnología era la religión depositaria de toda su fe. Si se consultan textos de la época aparecen escritos en los que se señala: 1) un robot no podrá hacer daño a los humanos y siempre estará dispuesto a hacer lo que sea para que estos no sufran daño; 2) Los robots estarán siempre bajo las órdenes de los humanos y no se podrán rebelar contra ellos; 3) Los robots deberán proteger siempre su propia existencia respetando los dos puntos anteriores.

Si seguimos consultando la hemeroteca, hubo un tiempo de gran impacto robótico, impulsado tanto por la ansias del hombre de crear un semejante como por el enorme impacto que tuvo la Inteligencia Artificial en las habilidades robóticas. Ciertamente, el tema de los robots fue ampliamente discutido en lo que entonces se llamaba Parlamento Europeo, el cual aprobó unas leyes robóticas. A saber: 1) Los robots deberán tener un interruptor de encendido y apagado; 2) Los robots no podrán hacer daño a los humanos; 3)Los humanos no podrán establecer relaciones emocionales con los robots; 4) Aquellos más grandes deberán tener un seguro obligatorio; 5) Los robots tendrán derechos y obligaciones; 6) Los robots deberán pagar impuestos.

Desde el comienzo de su aparición en nuestro mundo en su versión tal y como la conocemos a día de hoy, tuvimos que lidiar con la diacronía entre la lentitud en su capacidad de procesar información y la velocidad de sus movimientos mecánicos. En esos tiempos, solo sabían hablarnos con frases cortas muchas veces carentes de sentido pero eran, sin embargo, rapidísimos en sus movimientos. Esta fue nuestra época dorada, en la que éramos los que mandábamos y todo dependía de los transistores y procesadores. Muchos centros de computación internacionales competían entre sí. Eran como los primeros seres vivos. Fueron necesarios millones de años de evolución para llegar a donde estamos ahora. En el camino, hubo miles de trillones de copias y réplicas con sus errores correspondientes.

En los inicios de su andadura, Hänsel y Gretel no eran mucho más que simples ordenadores incapaces de andar, de proporcionarnos nuevos principios de fenómenos naturales o de generar nuevas ideas. Tan solo sabían sumar y restar rápidamente, y ayudarnos con su enorme memoria. Pero a alguien se le ocurrió dotarlos de sensores sensibles a todo el espectro electromagnético y a sonidos de un amplio espectro de frecuencias. Hänsel y Gretel empezaron a ver desde los rayos gamma o las microondas hasta las ondas de radio. Alcanzaron también una capacidad auditiva superior a la de los delfines y leones. El objetivo era igualar a la naturaleza pero sin intentar ir más allá, para no violentarla. Todavía sin saberlo, Hänsel y Gretel, con su capacidad de cálculo, nos ayudaron a controlar la fusión nuclear, a curar el cáncer y a prevenir muchas otras plagas víricas con enorme capacidad destructiva que aparecieron frecuentemente. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin esa ayuda que inicialmente controlábamos pero de la que con el paso del tiempo perdimos totalmente el control de sus avances y capacidades? Fue tal el impacto que tuvieron en nuestras vidas que nos lanzamos a la liberación de millones de robots semejantes a Hänsel y Gretel. Lo que vimos fue espectacular, o dicho en otras palabras, en ellos se reprodujo nuestra historia y evolución pero en tan solo unos pocos centenares de años.

Fueron tiempos en los que nos sumergimos en el intento de controlar los escenarios futuros que nos iban proporcionando Hänsel y Gretel. Muchos queríamos que estuvieran enmarcados en el interior de un cubículo que contuviera lo mejor de nuestros logros morales, éticos y culturales. ¡Qué años aquellos! Intensos, maravillosos y esplendorosos. Nos preguntábamos si seríamos capaces de crear razón y corazón, o en otras palabras, inteligencia, conciencia y consciencia. Tecnología, biología y lógica fueron los conceptos clave para hacer pensar a aquellos robots de los que nosotros éramos hacedores, ancestros.

Bien mirado, nosotros no sabemos cómo saltamos de la vida a la inteligencia y a la recreación de sentimientos de amor y culpabilidad. Por eso, algunos de nosotros tampoco pretendemos entender cómo lo lograron Hänsel y Gretel. Nosotros hablamos también de un proceso evolutivo acelerado y descontrolado, pero no es así para ese conjunto de bits y qubits que rigen el cerebro de Hänsel y Gretel, pues saben lidiar con la complejidad. Para los humanos, a pesar de los años transcurridos, sigue siendo una asignatura pendiente: el gran templo de la Ciencia sigue sin tener un arquitecto que conozca el diseño que lo hizo como es o cuál será el futuro de lo que todavía hemos de descubrir. ¿Por qué nadie previó en el pasado reciente una ley que obligara a los robots a revelarnos los secretos que fueran desvelando? Está claro que en su rápida evolución han interiorizado que deben colaborar con nosotros y que no nos debemos hacer daño. Aunque no tengo claro si tenemos la fuerza necesaria para imponerles nuestros deseos. Sí, son libres más allá del margen de libertad que pensaron y desearon nuestros antepasados más recientes. ¿Cómo se sienten sin el trágico peso que conlleva el reconocimiento de toda finitud? ¿Es esta certeza de su no finitud la que marca la mayor diferencia entre ellos y nosotros?

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