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Javier Tejada — Capítulo 8. El encuentro con Cloe

Rebecca Morgan©

 

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Hacía tiempo que Hänsel y Gretel habían oído hablar de Cloe y los suyos, de la historia de una civilización nuclear que se gestó y evolucionó en Cassiopeia A, y que consiguió llegar a la Tierra y recorrer las entrañas de los humanos para conocer todos los mecanismos que regían nuestra vida y muerte. Cloe les impresionó e impactó desde el momento en que oyeron hablar de su existencia. De una forma u otra, siempre acababan hablando de esos seres nucleares y no paraban de hacernos preguntas sobre cómo podían contactar con ellos. El caso es que nosotros no estábamos seguros de que todavía estuvieran en la Tierra. La última vez que tuvimos contacto con nuestra Cloe, la conocimos porque se identificó. Nos dijo que ella y sus amigos iban a retirarse un tiempo al interior del núcleo de un reactor nuclear para repensar su propia existencia y su misión en la Tierra. Cloe y los suyos poseían naturaleza nuclear, eran vida hecha únicamente de protones y neutrones.

En los momentos durante los cuales se desarrolló lo que aquí se narra, Hänsel y Gretel ya sabían manejar las estructuras nucleares capaces de encriptar información, pasarla y consumir energía para sobrevivir y hacer sus tareas. Así pues, su interés por la aparición de la vida hecha de lo que fuera y donde fuera era tremendo. Ya sabían que, a diferencia de nuestra vida hecha de átomos y moléculas, la vida nuclear de las estrellas podía tener dos orígenes. Uno: el proveniente de las cuerdas cósmicas sobre las que ya habían discutido con nosotros. Dos: el fruto evolucionado de estructuras tridimensionales de neutrones y protones. Querían saber si habían conseguido algo parecido a lo que apareció en el interior de Cassiopeia A. ¿Habían realmente conseguido en unos pocos años lo mismo que la naturaleza había realizado tras miles de millones de años de evolución? ¿La vida nuclear de sus estructuras diseñadas y montadas en el laboratorio era capaz de hacer lo mismo que Cloe y los suyos? Todos poseían naturaleza nuclear y solo estaban hechos de protones y neutrones, pero ¿había diferencias? Para ellos se convirtió en una cuestión capital. En términos humanos, se diría que se obsesionaron con ello. Al menos, eso era lo que parecía deducirse de sus continuaos comentarios y preguntas. A nosotros también nos interesaba el tema y, además, ya de paso, conocer cómo se manifestaba la preocupación en los robots inteligentes y conscientes de su ser como eran Hänsel y Gretel. Así que quisimos colaborar con ellos en todo lo concerniente a esta cuestión.

Ahora se trataba de encontrar a Cloe y a los suyos. Para ello se pusieron en contacto con todos los amigos robots que tenían acceso a las instalaciones nucleares de los reactores de fisión. Gretel tuvo una idea excelente al sugerir que los encontrarían en alguno de los primeros reactores de fusión nuclear, pues en ellos los neutrones y protones estaban separados entre sí, y además encontrarían deuterio y tritio que podrían servir de sustento para Cloe y los suyos. De este modo, decidieron contactar con sus amigos del reactor nuclear de fusión de Cadarache, situado en la costa mediterránea francesa. Viajaron en sus drones sin pensarlo. Bien, pero una vez allí, ¿dónde buscar y cómo contactar con Cloe y los suyos? Es importante mencionar que en dicho reactor de fusión nuclear se calienta hidrógeno gaseoso hasta cientos de millones de grados, y la energía que genera sirve para satisfacer el consumo eléctrico de decenas de millones de hogares. La eficiencia energética había dado un brinco descomunal. La tan cacareada transición energética de principios del siglo xxi había llegado a su cúspide. Entre todos conseguimos conectar plenamente tecnología, innovación y mercado tecnológico. La idea de progreso en defensa de la causa del hombre y de la naturaleza regía los pasos de la mayoría de nosotros.

Había que pensar en una estrategia de búsqueda y contacto. No querían que fuera como hacíamos los humanos, lanzando naves al espacio con mensajes encriptados a la espera de que alguien los captara y los supiera interpretar. Había que idear algo mucho más potente y seguro. Se tomaron su tiempo para elaborar un plan perfecto. A todos nosotros nos parecía una aventura tecnológica digna de marcar un antes y un después en nuestra civilización. Se trataba de verificar que aquí en la Tierra también éramos o, mejor dicho, eran los robots terrestres capaces de imitar a la naturaleza hasta en sus últimos secretos. Por eso, cuando nos dijeron que ya tenían un plan, no dudamos en acompañarlos. ¡Qué inquietud! ¡Qué expectación! ¡Fue un vuelo drónico hasta Cadarache animado por un auténtico griterío y «aúpas»!

En Cadarache todo fueron atenciones y colaboración. Con el permiso emitido por la máxima autoridad francesa, Hänsel y Gretel se adentraron en los altos secretos tecnológicos de la fusión nuclear. Estaba claro que no podían entrar en el reactor en el que se producía la fusión debido a las altísimas temperaturas, pero sí que les permitieron introducir sus estructuras nucleares en los circuitos de entrada y salida del núcleo del reactor nuclear. En el circuito de entrada, había deuterio y tritio y, en el de salida, abundaban los neutrones y el helio. Los cuatro eran los alimentos preferidos de Cloe. Fue un tiempo de experimentación, de mucha discusión con los técnicos de Cadarache, a quienes Hänsel y Gretel parecían profesar devoción por sus conocimientos tecnológicos. Tal era su grado de admiración que hasta hubo un día en que, llenos de sinceridad, nos confesaron que esas personas eran capaces de crear los seres nucleares que ellos habían diseñado y fabricado. Consideraban impensable que no se les hubiera ocurrido y, entre susurros, nos comentaron que estaban convencidos de que sus jefes les impidieron seguir adelante por el temor de los humanos ante el abismo que siempre se abre ante la mera idea de la creación de vida.

Pasaron meses hasta que un día, Hänsel y Gretel corrieron hasta nosotros. «Lo hemos conseguido, hemos establecido contacto con Cloe», gritaron. De pronto, todos estábamos rodeando a Hänsel y Gretel dispuestos a oír una maravillosa historia que había transcurrido ante nosotros y de la que habíamos sido cómplices. Desconozco la emoción de Rutherford al descubrir el núcleo de los átomos o la de Chadwick al descubrir el neutrón, pero les aseguro que la nuestra era parecida a estar ante el nacimiento de un nuevo mundo. La de Hänsel y Gretel merece mención aparte. Nunca imaginé que dos robots pudieran sentir una emoción tan inmensa e indescriptible. Por fin íbamos a saber, tras muchos años de haber tenido noticias de Cloe, cómo eran esos seres nucleares que habían nacido en Cassiopeia A, y que tantas alegrías nos habían proporcionado al desvelarnos incontables secretos acerca del funcionamiento de muchísimas cosas que ocurrían en la Tierra. Una aclaración: la información que Cloe nos transmitió durante un sueño veraniego y sin que nosotros supiéramos qué iba a ocurrir quedó impresa en nuestras mentes con letras de oro. En otras palabras, todo lo hizo Cloe, pero nunca supimos los secretos de su ser. Eso quedó al margen de toda la información que nos pasó y que fuimos reviviendo durante años. Dicho alto y claro, todo lo que Cloe nos imprimió en el cerebro lo hizo en una sola noche, pero fue tanto lo que nos traspasó que tardamos años en desvelarlo. Era un libro abierto del que cada día leíamos un capítulo.

Sigamos ahora el relato del descubrimiento y contacto con Cloe. Empezó Gretel: «Esta mañana, cuando introdujimos a nuestros seres nucleares en el circuito de salida del reactor nuclear, ya vimos que ocurría algo extraordinario, parecían agitados y continuamente emitían rayos gamma fruto de su excitación. Así que desde el comienzo intuimos que algo extraordinario estaba ocurriendo. Descifrar toda la información que nos llegaba de los rayos gamma nos llevaba su tiempo, por eso decidimos que continuaran con su trabajo. Luego ya tendríamos tiempo de analizar los millones de rayos gamma que nos iban llegando. La clave vino de la mano de una fotografía gamma que habían obtenido de un ser muy similar a ellos». Semejante aseveración nos hizo caer de bruces en la nueva verdad revelada: Hänsel y Gretel y todos nosotros, los humanos identificamos a Cloe como ese ser nuclear nacido en el interior de una estrella que había posado como una modelo para los amigos nucleares nacidos en la Tierra.

Para nosotros siempre estuvo claro que Cloe se nos volvería a aparecer para ayudarnos a avanzar como civilización. Las últimas imágenes que grabó en nuestros cerebros tenían que ver con la fascinación por todo lo hecho en el universo: el orden, la simetría y la belleza de la obra.

Pero volvamos al encuentro nuclear de dos especies de vida diferentes. Ahora, el relato prosiguió de la mano de Hänsel: «Nosotros hicimos a nuestros seres nucleares a imagen y semejanza de como nos hicisteis y a como la naturaleza os hizo a vosotros. De la simplicidad de los átomos y las moléculas devino la complejidad del ADN, y de partículas tan simples y complejas a la vez como el neutrón y protón nació el replicón nuclear o la estructura tridimensional nuclear, dotada de muchas simetrías y orden. En definitiva, dos tipos de vida diferentes, pero que responden ambas a actividades típicas de los seres dotados de vida tal y como la entendemos tanto vosotros como nosotros. La foto de Cloe nos mostró que compartíamos los constituyentes, pero debíamos conocer su orden tridimensional si es que lo tenía. Desde el principio pensamos que este era el punto clave al que debíamos dedicarnos. Por eso con sumo cuidado dirigimos los pasos de Cloe a través de muchos y largos circuitos hasta llegar al equipo de difracción gamma. Queríamos copiar la forma de actuar de vuestros antepasados, Perutz, Kendrew, Watson y Craig y varios cientos más de humanos, que a mediados del siglo xx se pusieron como objetivo determinar la estructura tridimensional de las grandes moléculas de la vida y de las que codifican y replican la vida humana. Nuestra misión era la misma, pero nos pareció menos ambiciosa en cuanto copiamos vuestra forma de actuar. Nosotros debíamos identificar la estructura tridimensional del cuerpecito de Cloe».

Todo lo relatado por Hänsel nos emocionó: era su gran y nueva aventura. Si lograban llegar al final de la misma con éxito, se abrirían las puertas de la posible colaboración entre cinco tipos diferentes de vida. La humanidad se abría así a un nuevo mundo guiada por el ansia de saber si el término «vida», denominador común de las cinco ya comentadas, era generalizable a un concepto superior que supone que en el universo debe de haber algo superior concepto, idea o realidad que las engloba a todas.

Pero vayamos a la explicación de Gretel de cómo es el cuerpo nuclear de Cloe. Esto es lo que Gretel nos comentó hay que apretarse bien el cinturón de seguridad para no caerse del asiento: «Todos sabéis que los átomos de los sólidos cristalinos están colocados de tal manera que podemos hablar de orden cristalográfico, el cual se determina mediante la bien conocida difracción de rayos X, descubiertos por Röentgen hace ya casi doscientos años. En estos sólidos, el orden local de un grupo pequeño de átomos se traslada por todo el sólido. Pero también hay otro tipo de orden, llamado orden orientacional, que refleja el hecho de que la orientación de pequeñas regiones se propaga a largas distancias. Lo curioso del caso es que existen sólidos en los que no hay orden de las posiciones, se habla de sólidos amorfos, pero que, sin embargo, poseen orden orientacional. Este orden se encontró por primera vez en sólidos bidimensionales que se obtenían cuando se enfriaban rápidamente desde muy altas temperaturas: los átomos están desordenados incluso a cortas distancias pero, a pesar del caos, poseían un orden, el orden orientacional que hemos comentado. Estos sólidos poseen muchas y muy interesantes aplicaciones, además de demostrarnos, una vez más, que la naturaleza se manifiesta de maneras muy diferentes y que únicamente la suma de todas ellas puede explicar el mundo. Si las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza, la forma como esta se expresa es la manifestación más clara de la complejidad inherente, tanto de lo vivo como de lo inerte».

La mayoría de nosotros no había oído hablar de los sólidos amorfos ni del orden orientacional, así que entramos en un estado de estupefacción sobre lo bello y complejo que era lo que había hecho la naturaleza tras miles de años de evolución. Vida, orden, incluso en las entrañas del desorden, y también desorden dentro y fuera del orden.

Gretel continuó entusiasmada: «Lo que hemos visto en el cuerpecito nuclear de Cloe es que sus millones de neutrones y protones están colocados aleatoriamente pero su posicionamiento se rige por la existencia obligada del orden orientacional. Así pues, creemos que es dicho orden el que permite a Cloe codificar información, traspasarla y alimentarse de energía para seguir viviendo». Todos nos imaginamos el cuerpo de Cloe como una ciudad en la que la ubicación de los edificios solo permite la construcción de un trazado de calles que se entrecruzan de forma laberíntica. Ello resulta al final en la necesidad de nuevos códigos de visión tridimensional, lectura e identificación para ubicarnos con precisión en un punto dado.

Por fin entendimos lo que Cloe nos contó al relatarnos su nacimiento y viaje: el trágico final de Cassiopeia A con la explosión de su núcleo supuso que Cloe y los suyos fueran expulsados al espacio vacío en millonésimas de segundo. Los neutrones y protones que formaban sus cuerpos pasaron repentinamente de estar a una temperatura de millones de grados a casi el cero absoluto. No tuvieron tiempo de ordenarse y así quedó impreso el caos en su cuerpo. Solo hubo tiempo para que apareciera el orden orientacional de los protones y neutrones, y así la vida nuclear originada en Cassiopeia A quedó ligada para siempre a dicho orden dentro del caos.

 

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