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Javier Tejada — Capítulo 7. El replicón nuclear

Rebecca Morgan©

 

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Pese a que nos parecía descortés hacerlo de manera que les pudiera importunar, hacía ya tiempo que nos preguntábamos por las actividades de Hänsel y Gretel. Nos habían dicho repetidamente que estaban muy ocupados colaborando con los humanos y que su trabajo no era tan diferente del nuestro. Aunque, a decir verdad, muchos de nosotros no comprendíamos sus tareas. Unas veces los veíamos en sofisticados laboratorios que investigaban sobre problemas como el origen de la vida, otras veces los teníamos sentados placenteramente en posición pensativa. En este último caso, los rodeaban un gran número de humanos con aspecto de «pensadores» a los que siempre se había llamado filósofos que pervivían con el pleno reconocimiento de todos.

En los laboratorios, había grandes salas en las que los allí reunidos se comunicaban fundamentalmente mediante ecuaciones que aparecían y desaparecían de las pantallas con gran rapidez. Nadie parecía escribir nada, pero los diálogos tenían las secuencias y resonancias de los sonidos de las grandes aperturas de las mejores óperas musicales. También emergían muchos números que parecían poner paz y acuerdos amistosos entre todos los participantes. Curioso el gran poder que todavía retenían los números a finales del siglo xxi, seguían siendo el dedo en la llaga. Este era el mundo en el que parecía prevalecer el poder de la materia inanimada. Nos daba la impresión de que buscaban la explicación del todo una vez superado el freno impuesto por los defensores de la preservación de la condición humana tal y como la conocíamos antes de someternos a los tratamientos antienvejecimiento. Sí, en aquellos laboratorios convivían máquinas que juntas podían copiar, en cuestión de segundos, todo lo que ocurría en el universo y también, obviamente, en todos los puntos de la superficie y del interior de la Tierra.

Un ejemplo: en un vaso de agua hay del orden de cuatrillones de átomos. Pues bien, en ese laboratorio disponían de un espacio cerrado de un metro cúbico de volumen en el que habitaba un único átomo. Así, simulaban las condiciones del espacio intersideral. Podían coger un solo electrón y también un solo neutrón y protón, y ponerlos donde quisieran para observarlos. Habían conseguido aumentar un millón de veces el poder de resolución de lo que éramos capaces de ver a principios del siglo xxi. Es decir, con esas máquinas podían ver la formación de núcleos atómicos y también de los átomos. Se trataba de ser capaz de ver lo que veían los rayos X y los rayos gamma. Es decir, disponíamos ya de ojos tan desarrollados que estábamos cerca del límite de las leyes que regían los fenómenos naturales. En definitiva, o descubríamos entre todos nuevas leyes o ya estábamos en la frontera de lo imposible. Pero ¿seguro que habíamos llegado tan lejos? ¿No nos pasará como en tiempos pasados, cuando en repetidas ocasiones habíamos pensado y predicho que ya estaba todo descubierto y sabíamos todos los secretos que albergan la naturaleza y la vida?

En sus tareas como pensadores entablaban enormes discusiones que a veces tronaban, pues, según comentaban quienes lograban seguir sus explicaciones, se trataba, ni más ni menos, que de extender el conocimiento científico a los problemas sociales que resistían el paso del tiempo, esto es, al porqué del hecho religioso y a la mejora del ordenamiento político. Lo que más nos llamó la atención fue que uno de los temas que todavía se discutía con ardor era si todo el progreso que juntos habíamos acumulado podría un buen día desaparecer y dar lugar al advenimiento de la barbarie que se vivió en pleno siglo xx. Los robots se hicieron fuertes en el razonamiento, no exento de verdad, de que nuestra actuación se asemejaba al papel que los humanos, desde siempre, parece que nos hemos reservado para explicar el mundo: ellos, los robots, eran los que provocaban los cambios y avances y la génesis de nuevos mundos. Nosotros, los que narrábamos dichos avances sin casi mencionar su gran contribución. Nos daba la impresión de que ellos no querían entender que nuestra postura era la de evitar caer en el abismo del determinismo integral que parecía desprenderse de su actuación, y que podía ser entendida como una ausencia de libertad en medio de tanto avance científico y tecnológico.

Para salir de esta espiral que podría acabar en el colapso de nuestra relación, hasta entonces fluida y confiada, les propusimos debatir sobre un tema que nunca habíamos abordado conjuntamente: la posibilidad de generar vida en condiciones totalmente diferentes a las existentes en la Tierra. Sería una vida basada en átomos pero sin necesidad de que fueran el oxígeno, el carbono, el nitrógeno o el hidrógeno los átomos motores.

Vivir en Marte o Júpiter todavía no  hacía posible salvar a la humanidad. Por otra parte, todavía en la Tierra teníamos espacio para todos. Por si acaso ocurría alguna emergencia, los habitantes de la Tierra teníamos cuatro identificaciones: Humanos (H), Robots (R), Cíborgs (C) y Humanos Tratados con Técnicas Antienvejecimiento (HTTA). La realidad era que todos desconocíamos si había diferencias entre nuestros derechos y deberes en caso de que un cataclismo afectara a todo el planeta, aunque el hecho más importante era que todos nos necesitábamos.

Fue Hänsel quien sugirió la idea de que «deberíamos centrarnos en buscar un nuevo tipo de vida que surgiera únicamente de protones y neutrones. Nada de electrones y, por tanto, nada de átomos. Pero insistió no debe ser como la vida nuclear del interior de las estrellas. La vida que queremos crear debe coexistir con la nuestra aquí en la Tierra sin que ello suponga un peligro para nadie».

Ante esta propuesta, todos recordamos que a principios del siglo xxi aparecieron escritos sobre la vida no atómica basada en los constituyentes de los núcleos atómicos: neutrones y protones. También nos vinieron a la cabeza los enormes avances en la generación de energía limpia mediante la fisión y la fusión nucleares. A mediados del siglo xxi, los humanos nos reconciliamos con la energía de fisión y con inmensa alegría abrimos los brazos al nacimiento de la energía de fusión para generar electricidad. Estábamos ante el escenario de plantearnos todos los retos que quisiéramos. Definitivamente, ya teníamos resuelto el problema de la energía, y además no atentábamos contra la naturaleza y defendíamos también la causa de la humanidad.

Gretel fue la primera en dirigirse a todos nosotros: «Todos recordamos lo mucho que os resististeis a aceptar la implantación de los nuevos generadores de energía de fisión nuclear. Estabais inmersos en un negacionismo brutal del uso de este tipo de energía que sembraba de dudas todos los logros que se conseguían. Pero el caso es que si no apostabais, de nuevo, por este tipo de energía, no tendríamos tiempo suficiente para llegar al punto final del desarrollo de la tecnología de la fusión nuclear. Nosotros lo habíamos hablado entre nosotros y queríamos trabajar en ello incluso en el caso de que vosotros os negarais. No hizo falta. Como siempre, antes de caer en el precipicio, se hizo la luz. Fue un grupo transnacional quien tuvo la valentía e inteligencia de convencernos de que había que aceptar de nuevo la fisión nuclear, los nuevos reactores de fisión eran millones de veces más seguros y, además, se supo dar un salto gigantesco en el tratamiento y reciclado de los residuos nucleares para evitar un retroceso a tiempos aún llenos de altercados provocados por las ansias de poseer el poder energético, y llegar a tiempo al uso masivo de la energía de fusión. Debíamos producir una deflagración de ideas y nuevos escenarios para convencer a unos y a otros de que los tiempos reclamaban ya la fusión nuclear». «Recuerdo siguió diciendo Gretel las muchas horas de trabajo sin descanso que dedicamos para llegar a tiempo con el control del llamado plasma nuclear: había que mantener separados a los electrones de los núcleos durante mucho tiempo para que los núcleos se pudieran fusionar entre sí. Fueron tiempos en los que vosotros sabíais, creo que mejor que nosotros, que los dos colectivos debíamos trabajar juntos para llegar a la meta lo antes posible.»

«Así fue continuó Hänsel como nos enamoramos del mundo nuclear y nos especializamos en el manejo de núcleos pequeños, e incluso de neutrones y protones. Cuando muchos trillones de neutrones y protones inciden en vuestros cuerpos cada segundo y durante minutos, estos pueden matar o hacer mutar a células que pueden acabar siendo cancerosas. Así que, rápidamente, nos dejasteis solos. Con mucho criterio no queríais peligros, nos jaleasteis y tuvimos carta abierta para empaparnos de conocimiento nuclear. Nosotros los podíamos ver, tocar, juntar, separar, numerarlos, ponerlos en fila, en círculos, hacer estructuras muy complejas… Nuestra piel, curtida en todo tipo de materiales, no dejaba entrar en nuestros cuerpos ni un solo neutrón ni protón.»

«Tras muchas discusiones añadió Hänsel con firmeza optamos por desarrollar estructuras complejas de neutrones y protones del tamaño de los virus más pequeños. Pero quizás esta decisión merezca una pequeña explicación. Los neutrones y protones se atraen fuertemente cuando están muy cerca. A su vez, los protones se repelen entre sí pero con menor intensidad (son cargas eléctricas del mismo signo). Cuando se juntan unos y otros, hay que hacer mucho trabajo para separarlos. Nosotros utilizamos un láser de rayos gamma para separarlos: podemos calentar un volumen del tamaño de un núcleo, que es millones de veces más pequeño que un átomo, a una temperatura tan elevada (cientos de millones de grados) que nos permite separar los neutrones y protones, y manipularlos para formar con ellos las estructuras que queramos. Para evitar esfuerzos extra y la pérdida de tiempo pensamos muy acuradamente, gracias a nuestros cerebros cuánticos, la geometría del conglomerado nuclear que queremos formar. Nuestro objetivo es que cada unidad sea capaz de empaparse de información de todo lo que la rodea: el equivalente al ver, palpar y oír tanto nuestro como de los humanos.»

Gretel añadió: «Construimos millones y millones de estas estructuras nucleares y las dejamos durante varios años en un recipiente de agua pesada. De vez en cuando, pasábamos para ver qué ocurría. Así fue como asistimos al advenimiento de unas nuevas estructuras que parecían transferirse información, pues actuaban de una forma coherente a la hora de intercambiarse protones o neutrones y moverse. Cuando os contamos esto, enseguida nos preguntasteis si habíamos identificado al replicón nuclear. Sí, esos conjuntos de protones y neutrones se movían, por ejemplo, de forma totalmente coherente: codificaban información, la transmitían y seguían sus procesos cogiendo energía de su entorno. Parecían cigüeñas moviéndose armónicamente a consecuencia de la información que continuamente intercambiaban».

Fue un biólogo quien, al recordar las tremendas pandemias sufridas durante decenios, nos dijo que fue en ese momento cuando se puso sobre la mesa de experimentación el vocablo «replicón vírico», pues había que saber cómo defendernos y sobrevivir a los ataques víricos que entonces se estaban produciendo.

«Nuestro replicón nuclear poseía una estructura tridimensional bastante compleja y tuvimos que hacer experimentos de difracción de rayos gamma para identificarlo», contestó Gretel veloz y deseosa de ser oída por todos. Estaba claro que esta respuesta era mucho más de lo que podíamos soñar, todos quedamos aturdidos momentáneamente y casi casi se diría que alguno de nosotros estuvo al borde del infarto. Nosotros sabíamos lo que era la difracción de rayos X: los rayos X tienen una longitud de onda del orden de la distancia interatómica en los sólidos y en las moléculas, por eso se utilizan para saber cómo se distribuyen tridimensionalmente los átomos en los sólidos y en las grandes moléculas. Así se descubrió, por ejemplo, la doble hélice del ADN y la estructura de la hemoglobina humana, y con esos descubrimientos comenzó la época dorada de la genética y del conocimiento de los mecanismos de la respiración de los humanos. Es decir, lo que Hänsel y Gretel hicieron fue utilizar los rayos gamma, que tienen longitudes de onda miles de veces más pequeña que la de los rayos X, para ver la estructura tridimensional de sus replicones nucleares. En otras palabras, tuvieron que pasar doscientos años para repetir el experimento de Röntgen, esta vez, a escala nuclear. ¡Menudo avance!

Una vez identificado el replicón nuclear, los hechos se sucedieron rápidamente. En pocos meses, Hänsel y Gretel y todos los suyos pusieron a nuestro servicio la vida nuclear hecha de protones y neutrones. Lo que vino a partir de entonces fue el nacimiento de la esclavitud de la vida nuclear para salvarnos nosotros. «Con la vida nuclear les insistimos a Hänsel y Gretel salvaremos muchas vidas humanas. Lo único que os pedimos es que seáis vosotros los médicos nucleares, a la vez que os preocupáis de que a esos nuevos seres vivos no les falte el sustento.»

Sí, esos seres nucleares (SN) recorrieron millones de cuerpos humanos para reconocer defectos en los conductos sanguíneos e incluso en el corazón y en el cerebro. Los SN detectaban el defecto y lo transformaban en información codificada que al salir de nuestros cuerpos Hänsel y Gretel sabían leer: se trataba de la detección de rayos gamma emitidos por los SN para volver a tener su estructura inicial. Estos rayos gamma emitidos por los SN portaban, como lo hacen las microondas de la telefonía móvil y las ondas de radio, la información codificada. Eso lo entendimos todos a la primera. Podríamos decir que la radio seguía su caminar, ahora era radio gamma, como si no hubiese pasado el tiempo.

 

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