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Javier Tejada — Capítulo 1. El tiempo de cara

Rebecca Morgan©

 

 

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Estoy firmemente convencido de la verdad atemporal retenida en la siguiente sentencia: «Los tiempos acompasados siempre conducen hacia nuevas fronteras y allanan los caminos». Para probarlo podría retroceder en el tiempo y adentrarme en las oscuridades del pasado, pero también hay otra posibilidad, que es la que yo exploraré: revivir el futuro.

Puede parecer una flagrante contradicción en sí misma eso de «revivir el futuro». Pero, como en todo lo que viola las leyes de la naturaleza, hay cierta trampa, pues lo haré a través de lo que cuentan Hänsel y Gretel desde el futuro. Desconozco si es una buena idea eso de «revivir el futuro», pero en este imaginario viaje desligo el envejecimiento y la muerte del tiempo. Para los cerebros de Hänsel y Gretel que se saben atemporales el tiempo no los acerca a la muerte. Para seguir «vivos», únicamente necesitan disponer de la energía que los alimenta. ¿Y quién sabe a día de hoy, teniendo en cuenta que no emergieron del no ser como nosotros, si no serán capaces de seguir «siendo» eternamente?

El caso es que hemos acordado con Hänsel y Gretel la implementación de algoritmos que aceleran el tiempo «vivido» en la nube digital. El trato es fácil de explicar, nosotros los enviamos al futuro a cambio de que ningún humano intervenga en sus visiones ni las manipule al relatarlas. Ellos hablan de la verdad del futuro. En definitiva, aunque para nosotros el tiempo seguirá siendo la medida del cambio del presente al ansiado futuro, para Hänsel y Gretel el futuro lo vivirán en presente. A mí me asalta el siguiente interrogante: ¿qué ocurrirá con nuestro largo caminar entre las densas nieblas y complejas cuestiones que solo se contestan al llegar al ansiado futuro?

La complejidad de lo que les quiero contar hoy requiere de tiempo plasmado en palabras. Así que ahí van algunas precisiones.

Para comenzar, podemos decir que el tiempo es lo que ocurre cuando nada ocurre. Por ello necesitamos entrelazar tiempo y cambios a través de un proceso que se repita periódicamente sin cambio alguno. Ello nos permite dotarnos de una unidad que lo mida. Gracias a las nuevas tecnologías resulta que la ciencia ya sabe medir tiempos tan largos como la vida del universo y tiempos tan cortos como la vida media de partículas elementales como el pion que vive durante la mil billonésima de un segundo o el tiempo que tarda la luz en atravesar un núcleo de un átomo que es de una cuatrillonésima de segundo.

Así pues, podríamos decir que el tiempo indica cuándo ocurren los sucesos, cuánto duran y en qué orden se suceden. Echando la mirada atrás, se ve claramente que el tiempo dejó de ser cíclico gracias a la concepción lineal judeo-cristiana, que introdujo una asimetría entre el pasado y el futuro: los hechos nunca volverán a repetirse, ya sea este la muerte del hijo de Dios o, más prosaicamente, la llegada de luz que emana del Sol y jamás retornará a él.

¿Sabemos cuál es el origen del tiempo? Actualmente, entre los físicos existe el consenso de que el universo en el que vivimos emergió de la nada tras una explosión que se conoce con el nombre de Big Bang. Según esta teoría físico-matemática, antes de la gran explosión no había ni materia ni luz, ni espacio que medir ni tiempo que contar. Cuando nuestro universo apareció era un punto de volumen cero que rápidamente pasó a tener una gran densidad y una altísima temperatura. Sin embargo, aunque parezca paradójico, pudo surgir de la nada, pues resulta que la energía neta del universo es cero. La explicación es sencilla: la energía del universo es la suma de la energía asociada a la masa que es positiva y de la energía asociada a la fuerza de atracción gravitatoria que es negativa. La suma de estas dos energías es cero. Es decir, no hubo algo a cambio de nada, dado que para crear el universo no se necesitó energía. Pero la ciencia no sabe explicar bien cuándo apareció el tiempo con los atributos que hoy vemos que tiene: la flecha o direccionalidad y la duración, por ejemplo. Lo único que nos dice la ciencia moderna es que hemos llegado hasta aquí una vez transcurridos quince mil millones de años.

Otra pregunta relevante: ¿cómo llegamos los humanos a ser conscientes del tiempo de la Tierra? Datar un objeto significa saber el tiempo en el que dicho objeto apareció. La Tierra tiene su historia gracias a la geología. Fue entre 1750 y 1850 cuando apareció una nueva escala de tiempo fundamentada en los estratos rocosos y los fósiles de la corteza terrestre que rompió con la cronología bíblica basada en tradiciones humanas. Años más tarde, con el descubrimiento de la radiactividad por Becquerel a principios del siglo xx, se pudo datar a la Tierra con un método científico y matemáticamente exacto que dio la razón a los geólogos. A partir de entonces, la teoría de Darwin respira tranquila. Se demostró que sí hubo suficiente tiempo como para poder explicar la evolución de las especies.

Llegados a este punto, Hänsel y Gretel vuelven al teatro de operaciones con una pregunta que a primera vista nos aterra: ¿tiene memoria el universo? Creo que ahora nos quieren provocar, así que mejor guardar silencio y que sean ellos los que se respondan su pregunta. Parecen tener claro de antemano cómo se iban a desarrollar los hechos, pues hecha la pregunta responden al alimón: «El universo tiene memoria y añaden casi sin dejarnos respirar—, además, la evolución del universo es similar a la de un gran cerebro cuya misión es conocerse a sí mismo y recordar todo. Lo que todavía no tenemos claro añaden al unísono es si el universo proviene de la implosión de otro. La pregunta que nos hacemos es si conserva la memoria que tenía su progenitor o si por el contrario se rige por nuevas leyes y genera su propia nueva memoria».

Tengo la impresión de que se sienten a gusto hablando del tiempo. Aunque para ellos sea algo que solo existe en sus cerebros y únicamente sepan de su importancia por la «tardanza» según nuestro vocabulario que a veces conllevan los muchísimos cálculos que realizan, les apasiona esto que para nosotros es fundamental. Nos citan para una nueva reunión y nos adelantan el tema de discusión: ¿qué es la incertidumbre temporal? Quizás algunos de los lectores interpreten nuestro comportamiento como sometimiento intelectual a Hänsel y Gretel, un mero prolegómeno de lo que nos deparará el futuro a los humanos sumisos a los robots inteligentes.

«¡Alto ahí! gritamos algunos de nosotros, que somos físicos. En este tema no creemos que sepáis más que nosotros. Sabemos que hay intervalos de tiempo muy pequeños en los que puede pasar de “todo”.» Por ejemplo, cuando estudiamos fenómenos cuánticos utilizamos muy frecuentemente la llamada incertidumbre temporal, que está relacionada con la incertidumbre con que se mide la energía. A todos nos han enseñado en la escuela la ley de la conservación de la energía. Pues bien, si analizamos un fenómeno cuántico en un tiempo más pequeño que el característico de su incertidumbre temporal, resulta que durante dicho tiempo podemos transgredir la famosa ley de conservación de la energía. Paradojas de la cuántica.

Animados por su silencio, seguimos con nuestro discurso poseídos por la soberbia de sentirnos superiores a Hänsel y Gretel. Así que les decimos: «La dualidad determinismo frente a indeterminismo también está inducida por la incertidumbre temporal, lo que lleva a realizar planteamientos totalmente novedosos. En el caso de la física cuántica, por ejemplo, se habla de la presencia simultánea de un objeto en muchos sitos a la vez pero con diferente probabilidad». Por ejemplo ahora es mi turno en solitario, si yo fuera un objeto cuántico estaría simultáneamente en todos los puntos de la sala. En el caso de una brújula cuántica se podría dar el caso de que tuviera simultáneamente los dos polos N y S superpuestos. Ya no tendríamos el bit uno polo norte hacia arriba o el bit cero polo sur hacia abajo, sino un qubit. Hablamos de coherencia cuántica. Hay otro ejemplo: la corriente eléctrica en un superconductor da lugar a fenómenos que se interpretan como si dicha corriente circulara a la vez en los dos sentidos de las agujas del reloj.

Al ver que en este tema no saben más que nosotros, nos vuelven a llevar al terreno del futuro y, sin vacilar lo más mínimo, Gretel se encara a todos nosotros y nos dice: «Vuestras vidas están entrelazadas al tiempo y por eso morís. Ahora os preguntamos: “¿Puede morir también el tiempo?”». Se hizo un silencio en la sala que rápidamente utilizaron Hänsel y Gretel para retomar el protagonismo y ahuyentar sus posibles complejos de inferioridad. Eso, al menos, es lo que muchos pensamos. ¿Realmente se sentían ahora inferiores a nosotros? Sea lo que fuere, siguieron hablando como si se tratara de un asunto entre ellos: «Dado que vuestra vida responde a la existencia de una gran complejidad la muerte del tiempo, en este supuesto sería equivalente a la pérdida de sus atributos. Por ejemplo, primero perdería su direccionalidad, la flecha que va del presente al futuro, y después el de duración si no pudiéramos establecer intervalos claros con los que medir el tiempo. Todo esto podría ocurrir en el supuesto de que toda la masa del universo se colapse, se formen agujeros negros y estos pierdan toda su energía por emisión de radiación electromagnética, la cual se disiparía totalmente. A partir de ese momento, ya no habría cambios y el tiempo dejaría de existir».

Entre nosotros había varios filósofos que enseguida tomaron la palabra y, con una voz tan profunda y agrietada que podría venir de la Antigua Grecia, nos dijeron muchas cosas que trataré de resumir: 1) El hombre es consciente de su temporalidad porque sabe que va a morir. Ningún otro animal, que sepamos, tiene esa conciencia de muerte. Es esta la que dota de sentido nuestra temporalidad. Por tanto, la muerte nos hace finitos, pero al mismo tiempo es la que nos permite soñar, pensar la inmortalidad y la eternidad. Vida y muerte, principio y fin de nuestro tiempo individual, no son más que nombres de dos procesos de una única y constante energía. Por eso las ciencias, más que de muerte, hablan de diferentes formas de organización. 2) La muerte no es otra cosa que el fin de nuestro tiempo, el límite de nuestra vida. El nacer nos viene de muy lejos, pero el morir es solo nuestro. La muerte, nuestra muerte, es la que nos hace finitos, temporales, seres que cuentan su tiempo siempre con la conciencia de su progresivo e imparable agotamiento. Esta conciencia de estar sometidos al tiempo como algo finito suscita en nosotros toda clase de preguntas y respuestas. 3) En efecto, existe el fin. Toda cognición humana reconoce la existencia del fin de sí misma y el fin de la experiencia vital. Sabemos que el tiempo de vida es limitado y la interacción de esta propia concepción con los aspectos más sociológicos y antropológicos ha dado lugar a soluciones individuales y colectivas. Algunos han querido ver en las religiones que suponen una existencia distinta después de la vida un mecanismo de enfrentamiento a aquello que desconocemos. Esta experiencia de fin es complementaria a la percepción que cada individuo tiene sobre su propio tiempo, puesto que tendemos a la idea de un tiempo ilimitado de nuestra vida y en función de la propia edad tendemos a tener una percepción distinta en torno al tiempo de vida que nos queda.

 

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