De todas las fobias y filias que pueda padecer el arte contemporáneo una de las que seguramente sea más acusada es la agorafobia. Acostumbrado a la asepsia de la institución, los agentes patógenos del exterior parecen poner el peligro una salud ya de por sí delicada. Pero el arte no está sólo en los museos ni la calle es sólo terreno para graffiteros.
Barcelona ha sido el campo de juego de artistas que han hackeado el espacio urbano con intervenciones espontáneas, desjerarquizadas y efímeras que nos convierten en espectadores inesperados. Ejecutadas lejos de la juiciosa mirada institucional y sin pasar por el cedazo de la industria cultural, estas obras de libre acceso desafían los códigos imperantes, implican a los ciudadanos y se preocupan por el entorno. ¿Porqué exponer en una galería cuando puedes exponer en la calle? ¿No decíamos que lo importante era la visibilidad? ¿Porqué preocuparse por la mediación cuando hay inmediación? Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma.
Con una actitud crítica y desafiante, Joan Pallé (Lleida 1989) interviene vallas publicitarias como un fantasma sin nombre ni rostro. Trabajo usurpador al límite de lo legal, sus auffichages sauvages (pegadas salvajes) recuerdan a las que hizo Daniel Buren en el París revolucionario de finales de los sesenta. Su proyecto Ética del Caos, que cuenta ya con más de 40 intervenciones, escamotea los códigos visuales de la publicidad, el grafitti o la propaganda política para desconcertar al espectador. A diferencia de la claridad axiomática de los slogans, Pallé llena las calles con mensajes confusos que se sitúan en un limbo semiológico, palabras y frases como MENTIRA, DESEOS EXTRAÑOS, liar (mentiroso) o What’s that noise? (¿Qué es ese ruido?) llenan de forma parasitaria un espacio público privatizado. Tomar los carteles publicitarios que nos acosan incesantemente es entonces un ejercicio de justicia social.
De manera semejante, Enrique Baeza (Barcelona 1972) es otro Robin Hood que utiliza recursos de la propaganda, la poesía, el street art o la televisión para experimentar con los límites de la comunicación. Activismo contrapublicitario y publicidad de guerrilla, busca obliterar unos códigos de comunicación pobres y tendenciosos para ir hacia un nuevo tipo de lenguaje mucho más poético. Sus misteriosas uniones de palabras en marquesinas y neones -a veces frases completas, otras collage de dos vocablos que colisionan como la yesca y el pedernal- restan siempre abiertas a múltiples interpretaciones: Fear is a Hologram (El miedo es un holograma), Open Idol (Ídolo abierto) o A Rose is not a Rose anymore (Una rosa ya no es una rosa). Su motto: Reality is Spam.
A Line Made by Wandering fue la primera de una serie de intervenciones en el espacio urbano que buscan reactivar (no)lugares que en algún momento formaron parte de ambiciosos proyectos culturales o deportivos. Natalia Morales (Costa Rica, 1987) colorea esas ruinas modernas con cintas adhesivas marcadoras propias de la señalética de las instituciones disciplinarias -como las llamó Foucault- para subvertir su función: aquello que nos indicaba el camino a seguir se convierte en una maraña que no lleva a ninguna parte. Líneas que dibujan caminos perdidos y despiertan esos futuros abandonados de los que habló Robert Smithson. Si en 1967 Richard Long trazó su hilera “andando” (A Line Made by Walking), en su primera intervención la artista tica creó líneas “errando” (wandering). El suyo es pues un caminar errabundo, ambulante, nómada, distraído, extraviado… Un andar que deja huella.
No os extrañéis si un día os encontráis a un hombre cargando el carrito de la compra en sus espaldas mientras os abastecéis en vuestro supermercado favorito o a un stripper bailando entre los fuets y salchichones de una cadena cárnica. Seguramente sea Adrián Pino Olivera (Barcelona, 1989) realizando unas de sus Microperformances insurrectas, acciones llevadas a cabo en espacios cotidianos de manera breve e inesperada con la intención de crear situaciones abiertamente contestatarias que desafían la sociedad de consumo heteropatriarcal. Puede que también os lo encontréis a cuatro patas llevando a algún turista a cuestas Rambla arriba-Rambla abajo o bailando durante 24 horas seguidas al ritmo de Katy Perry o Britney Spears. Salir a las calles es un acto de rebeldía. Entrar en un centro comercial tapado solamente con un vestido hecho de retazos de papel de aluminio también.
Arte abrupto y democrático que invade las calles para sacarnos una sonrisa, para sorprendernos, para hacernos reflexionar, algunos artistas se han aventurado en el contexto público como táctica contra el confinamiento institucional. Como observó Lucy R. Lippard, “se engaña a los artistas haciéndoles sentirse importantes por hacer sólo lo que se esperaba de ellos”. Por eso hay que salir a las calles, trabajar sin la supervisión de nadie y para la sorpresa de todos. Quienes practican el arte tanto en interiores como al aire libre nos enseñan que las porosidades entre institución-arte y espacio público pueden dar lugar a encuentros fructíferos.
¿Qué sentido tiene un arte que se desvanece cuando se encuentra fuera de las paredes de un museo? El arte que necesita de la asepsia del cubo blanco para sobrevivir es un arte enfermo condenado a morir o a permanecer encerrado.
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Gisela Chillida és crítica i comissària d’art
[…] Artículo publicado en Hänsel* i Gretel. […]