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Gisela Chillida – Perread, perread, perread

El reggaetón fascina e inquieta a partes iguales. Letras sexualmente explícitas que abusan de las onomatopeyas, casi siempre plagadas de autorreferencias e intertextualidad. Un ritmo sincopado producido electrónicamente basado en la repetición ad infinitum de tres acuerdos que fusiona reggae, dancehall y hip hop con músicas latinas y afro-caribeñas. Y todo, acompañado por el provocativo y descarado perreo: baile sin coreografía precisa donde nalgas y caderas se frotan bruscamente.

Seguro que Freud habría enloquecido con los “daddys” y “mamis”. Zun-da-da o Pam Pam -títulos de canciones del género- podrían ser también títulos de poemas de alguna vanguardia histórica. La apropiación sonora es digna de “ready-made”. ¿Qué diría Bataille al ver un cuerpo contorneándose horizontalmente para obliterar las jerarquías verticales que nos distinguen del animal? Probablemente Satie habría admirado la repetición mecánica, la melodía pobre y las palabras exentas de significado y Nietzsche habría alabado el espíritu libre de unos bailarines inmersos en una actividad que afirma alegremente el retorno de las cosas. Pero, ¿por qué el reggaetón resulta (para algunos) aún insoportable?

Nuestros gustos y preferencias dejan entrever una sociedad mucho más patriarcal, clasista y colonial de lo que quiere creer. Como sostuvo Bourdieu, la negación del disfrute inferior, grosero, vulgar, venal y sensible es también la afirmación de la superioridad de los que se satisfacen con los placeres sublimados y distinguidos. El reggaetón desafía los códigos de género, sexualidad y raza occidentales. Por eso, molesta (tanto).

Surgido en los años noventa en los barrios marginales de Panamá y Puerto Rico, encarna un complejo proceso histórico de diáspora, comunidad e identificación. Es en sus inicios música de jóvenes negros y pobres que se empieza a distribuir al margen de grandes productoras y llega a Estados Unidos de la mano de los migrantes hispanos. Ahora, las cosas han cambiado mucho. Éxitos como “Gasolina” o “Despacito” lo han convertido en música mainstream que acapara todas las listas de éxitos con versiones edulcoradas (y blanqueadas) de un primer reggaetón mucho más marginal, violento y explícito. El poder contrarevolucionario del mercado siempre logra neutralizar la disidencia. Actualmente, como defendió en una entrevista el músico y compositor uruguayo, Jorge Drexler, “el reggaetón es un gran género con muy malos compositores. Tenemos que arremangarnos y meternos a escribir en este para hacerlo un poquito más interesante (…) ese patrón rítmico no es de J. Balvin, ni de Maluma, es un ritmo que viene del África y es de todos”.

El reggaetón es, sobre todo, un baile colectivo. El reggaetón abre un universo lúdico a través del roce de unos cuerpos heterogéneos, descanonizados, embriagados, sudados, siempre gozando y retozando. Cuerpos rebeldes. Cuerpos empoderados. Cuerpos descontrolados e incontrolables. Entre 1993 y 1999, el gobernador de Puerto Rico Pedro Rosselló, lanzó la campaña Mano Dura Contra el Crimen. Durante ese tiempo, la policía revisó tiendas de discos y confiscó CD’s y cassettes de reggaetón. Se acusó al género de promover la violencia, las drogas, el libertinaje… Este pasado verano, Ricardo Rosselló, hijo del anterior, renunció a su mandato ante las protestas masivas tras la filtración de chats con comentarios homófobos y sexistas que lo unían a escándalos de corrupción. Fue una revolución a ritmo de reggaetón. El 24 de julio de 2019, el veterano periodista puertorriqueño Jorge Rivera Nieves anunciaba en la televisión nacional Telemundo: “el perreo intenso acaba de comenzar”, en alusión a todas las gentes boricuas que habían salido a la calle para pedir la dimisión del gobernador bajo el lema #RickyRenuncia. Residente y Bad Bunny, músicos cercanos al género, capitanearon las marchas. Tras ellos, se unieron reggaetoneros como Daddyy Yankee, Nicky Jam o Luis Fonsi, autor del famoso “Despacito”. De este modo, ese género de música urbana surgido de las barriadas pobres de la isla y ahora convertido en fenómeno global, recuperó su potencial subversivo. Puerto Rico nos recuerda los orígenes del reggaetón, un género popular y transgresor, un género que no fue siempre superficial y apolítico. Así que bailemos, bailemos, bailemos. Para demostrar que seguimos vivos. Y porque, cómo podría haber dicho Emma Goldman, “si no puedo bailar (reggaetón), tu revolución no me interesa”.

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Gisela Chillida és historiadora de l’art i comissària independent

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