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Gisela Chillida – Este artículo no trata sobre el coronavirus. O sí.

Este artículo no iba a tratar sobre el coronavirus. Pero ha terminado siendo un compendio a modo de dietario empezado hace justo una semana que recoge en primera persona las impresiones que ha ido suscitando el dichoso virus. Cómo cambian las cosas y qué frágiles somos…

Miércoles 11 de marzo de 2020.- No me da miedo el coronavirus No me da miedo hasta cuando este parece que se va acercando. Primer contacto real y fehaciente con el dichoso coronavirus más allá de las redes y los mass media: Llego al gimnasio. La chica de la puerta se me acerca con un extraño aparato gris y azul en la mano. “Perdona, pero por motivos de seguridad os debemos tomar la temperatura antes de entrar”. Antes de que responda ya me ha apuntado en la cabeza. “Perfecto, puedes pasar”. Recojo mis toallas. Entro en los vestuarios. En los espejos, carteles que nos recuerdan el protocolo higiénico: cómo y cuándo debemos lavar las manos. El personal encargado de la limpieza está levantando alfombras y rociando todo con líquido desinfectante. El press de banca, como los chorros del oro. Pienso el la sobrecarga de trabajo que estarán sufriendo y en que seguramente esta no se vea consecuentemente recompensada. También en que, quizá, se nos está yendo de las manos. ¿Sigo sin miedo? Parece que una de las chicas infectadas estuvo en ARCO. Ups… yo también. Seguiré tranquila.

Jueves 12 de marzo de 2020.-
Mientras escribo el artículo recibo por un grupo de Whatsapp link a una notícia: Catalunya prohíbe toda actividad colectiva de más de 1.000 personas por el coronavirus: “Es posible que en los próximos días se tengan que tomar medidas más drásticas de las que se han tomado hasta ahora y con más afectaciones a los ciudadanos”. El panorama en España se sitúa entre estanterías de supermercado vacíos, colegios clausurados en algunas comunidades y las fallas aplazadas.

Copio del muro de una red social, una amiga explica desde Italia: Estoy bien. Roma ya no se siente como un lugar libre. Desde hoy, no podemos salir a la calle, tenemos que estar dentro de casa hasta el 3 de abril. Fuera de casa, solo se nos permite hacer cosas realmente básicas como son: ir al médico, ir de compras o a trabajar. Para salir es necesario un documento oficial que demuestre que vas de compras o al trabajo. Si la policía te detiene porque estás en la calle, tienes que mostrar este papel, de lo contrario recibes una gran multa (200 euros con algunos meses en prisión o al menos esto es lo que dicen).

Sigo sin miedo al virus. Pero pienso en las implicaciones ético-sociales (¿estamos dispuestos a ser permanentemente controlados?) y económicas (todo parecería apuntar a una agudización de la recesión) frente a la amenaza sanitaria real. El panorama actual parece tanto un argumento de ciencia ficción (de una mala película, por cierto, que bien podría titularse “Cuando la geopolítica conoció a la biopolítica”) como un manual sobre “Cómo controlar una población (sin que esta rechiste) en menos de 10 días”. La principal amenaza que supone el coronavirus no es su cuadro clínico ni la tasa de mortalidad sino el ritmo al que se propaga, se calcula que cada persona portadora del patógeno podría infectar de 1,5 a 3,5 personas. La gripe estacional lo hace en un promedio de 1,3. En realidad, el coronavirus parece un simulacro. Algo que no es una verdadera amenaza pero que sirve para testear cómo reaccionamos, que nos prepara para actuar en caso de incendio real.

Hasta el momento, no (me) da miedo el coronavirus, pero si (me) dan miedo unos gobiernos que pueden aplicar medidas coercitivas. Desde que el 30 de enero de 2020 la OMS decretara una emergencia global de salud, cada país ha intentado seguir los protocolos internacionales. Pero a los gobiernos no les preocupa tanto las muertes como ser juzgados por el escrutinio global. Sabemos hace tiempo que nuestra salud poco importa a nuestros políticos. Para los desmemoriados: desde 2008, año a año (excepto 2015) ha habido recortes presupuestarios en materia de salud. Y el presupuesto para este 2020 baja hasta un porcentaje del 5.6%. Si el coronavirus pudiera ser un examen sorpresa en el que tenemos ahora que demostrar que estábamos atendiendo en clase y que veníamos con la lección aprendida, España claramente suspendería.

No (me) da miedo el coronavirus. Da (y mucho) miedo cuando los estados implantan ese “Estado de excepción” descrito Giorgio Agamben, da (y mucho) mideo cuando los gobiernos pueden de golpe y porrazo aplicar medidas que de otro modo no toleraríamos. El mismo Agamben publicaba el 5 de marzo un artículo titulado “La invención de una epidemia”. Puede que a una semana vista, las cosas hayan cambiado. Pero, ¿De verdad es motivo suficiente para decretar semejantes medidas una enfermedad que a día de hoy tiene una tasa de letalidad estimada en un 3,4%, y que en los grupos de población menores de cincuenta años se estima en menos de un 1%, y que es solamente en grupos de edad avanzada -por encima de los 80- que la cifra sube hasta cerca del 15%?.

No da tanto miedo enfermar como que se puedan desarticular revueltas por motivos “higiénicos”, que no se nos permita reunirnos, que nos vuelvan (todavía más) miedosos y paranoicos, que cierren (aún más) las fronteras a migrantes, que no podamos ya viajar ni for business ni for pleasure, miedo da que nos hagan controles sanitarios. Sobre todo da miedo guardar cuarentena en un país que la falta de prestaciones sociales y de derechos laborales nos ha obligado a trabajar con fiebre, dolor de huesos y mucho más, sobre todo da miedo que aceptemos sin rechistar que no nos permitan salir de casa por un virus con sintomatología parecida a la de un catarro, miedo da que creamos que las medidas tomadas nos hacen estar más seguros, miedo da no poderse abrazar ni besar… Ya no somos sospechosos de ser terroristas. Ahora estamos bajo el escrutinio por posible contagio. Pero, ¿cuánto estamos dispuestos a ceder a cambio de seguridad?

Viernes 13 de marzo de 2020.- Como ya estamos acostumbrados, la desinformación y la sobreinformación se convierten en una cacofonía que apenas nos permite intuir el alcance real de la situación. Minuto a minuto, el escenario se va enrareciendo. Los grupos de whatsapp están desbordados: audios de personal médico explicando que todo es mucho peor de lo que nos cuentan a la par que gráficos con estadísticas que aseguran que no es tan grave. Estamos cerca de la histeria colectiva. La comparecencia del presidente del Gobierno poco aclara. A los adultos sanos nos piden empatía. Que no salgamos si no es imprescindible. Ahora temo tener que quedarme encerrada en casa por quince días. En una ciudad como Barcelona, donde el precio de los alquileres es desproporcionado, para muchas eso significa permanecer en escasos metros cuadrados: todo un reto físico y mental. Pienso también en las trabajadoras precarias y en todo lo que dejaremos de facturar durante estas dos semanas y como la ya de por sí frágil economía va a colapsar.

Aunque entre tanta distopía, hay quien hace una lectura esperanzadora. Slavoj Zizek1 en su último artículo apunta una contrapartida positiva: “quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”. Aunque lo cierto es que también puede hacer aflorar los más pésimos instintos de autopermanencia. Puede ser que este sea el primer (corona)virus de muchos por venir. Al menos eso han diseminado los medios de comunicación estos últimos días. Puede que este sea el inicio de la segregación y de una polarización aún más extrema de las diferencias, de un mundo donde “los ricos” sean los que se puedan permitir resortes libres de contagio, de un mundo donde quienes tengan las salud más débil tengan que vivir confinados. O quizá Zizek tenga razón.

Sábado 14 de marzo de 2020.- “14 de març — Ara, finalment, dóna gust de viure a Catalunya. La unanimitat és completa. Tothom està d’acord. Tots hem tingut, tenim o tindrem, indefectiblement, la grip”. No lo digo yo. Lo escribió Josep Pla en 1918. Un siglo y dos años después, el coronavirus se ha convertido en una tormenta perfecta: a una seguridad social mermada se le ha sumado un gobierno lento y una población incrédula. El resultado es que España se ha convertido en el país donde la propagación del virus ha sido más virulenta. Pero el problema no es el virus -ya tenemos claro que en la mayoría de los casos no es mortal y que en humanos sanos la sintomatología es leve o casi nula-, el problema es el colapso de los hospitales tras una década de recortes, el problema es el hacinamiento, la falta de recursos, la escasez de personal médico y no médico, el problema es que no se pueda atender a los pacientes que lo necesitan… Como hace tiempo que la marea blanca viene alertando: los recortes en sanidad matan. Sánchez aprobó los últimos presupuestos que, como decíamos, continuaban con la cuota descendente, aunque mientras formaba parte de la oposición se había comprometido a aumentar dicho porcentaje. Concretamente, la partida presupuestaria bajó 1.200 millones. Quizá, antes de empezar, debería pedir perdón (y dimitir). Ahora nos dice que es heroico quedarse en casa. No, no es heroico. La empatía, la responsabilidad, la solidaridad no son heroicidades. Bueno, quizá para un político sea algo tan marciano que sí que lo considere digno de seres extraordinarios. Aunque si nosotros somos los héroes y heroínas, está claro que ellos son los villanos.

El presidente anuncia las implicaciones que tendrá el Estado de Alarma activo a partir del lunes a las 8AM: no podremos salir a la calle más que para actividades indispensables. Sólo permanecerán abiertas los comercios de alimentación y farmacias.

Me doy cuenta que no sé, y quizá nunca sepa, si pasé el virus. Los síntomas son tan leves a la par que tan anodinos y comunes entre los adultos del siglo XXI que apenas los puedo discernir de cualquier achaque mucho más prosaico y cotidiano. Si además sumas la hipocondría momentánea inevitable, creo haber sufrido varios de ellos: tos -¿será de abrigarme poco o será el coronavirus?-, dolor muscular -¿será por hacer flexiones y dominadas o será el coronavirus?-, fatiga -será de dormir mal o será el coronavirus?-…

https://www.rt.com/op-ed/481831-coronavirus-kill-bill-capitalism-communism/

Domingo 15 de marzo de 2020.- Ante la que se nos viene encima, intento un acercamiento positivo: a) Quizá después de esto -aunque seguramente sea más acertado decir “a partir de”- logramos construir una Comunidad Internacional al margen de motivos políticos y económicos. b) Parece que la cooperación y colaboración ciudadana están demostrando que la sociedad civil tiene poder autoorganizativo, aunque no es comunismo todo lo que lo parece. c) Menos contaminación: la gran beneficiada parece ser la homeostasis del Planeta. d) Occidente es también frágil: las medidas que Europa llevaba tiempo aplicando a los migrantes no comunitarios nos toca ahora experimentarlas en primera persona; quizá esto nos vuelva más sensibles y empáticos.

Lunes 16 de marzo de 2020.- Primer día de confinamiento. Hoy mucha gente no irá a trabajar. Otras sí. Unas podrán optar por el teletrabajo. Otras, se quedarán en casa, sin trabajar y sin saber cómo repercutirá esto en su economía familiar. Para los trabajadores fijos: ¿baja? ¿vacaciones? ¿paro? Para los trabajadores esporádicos: ¿paro? Para los autónomos: ¿Un cese en su cuota? Para los irregulares: ¿nada? Se empieza a hablar de algo parecido a una renta básica de cuarentena. Porque, ¿quién sigue trabajando? ¿quién sigue expuesto al coronavirus? Médicxs y enfermerxs; Cajerxs, reponedorxs y dependientxs; transportistas, conductorxs y trabajadorxs de empresas logísticas; trabajadorxs de cuidados o de call centers.


Martes 17 de marzo de 2020.-
Hace justo siete días empezaba este artículo sin mucha más pretensión que aportar un par de ideas que creía se estaban pasando por alto en un debate que justo estaba despertando. Pero a día de hoy ha habido ya tantos plot twist que solamente quedan dudas e incertidumbres: ¿Cuánto durará la cuarentena? ¿Lograremos frenar la propagación en los quince días que dice el Gobierno? ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos enfermos? ¿Vendrán nuevos “coronavirus”? ¿Entrarán en vigor medidas que defiendan los intereses de los trabajadores frente a las (grandes) empresas? ¿Habrá planes de apoyo para las pymes que hayan visto cesada su actividad? ¿Qué pasará con los autónomos? ¿Cómo afectará a la Sanidad Pública? ¿Será este el fin de los recortes? ¿Qué repercusiones tendrá para el “sector cultural? ¿Será la estocada final o el gobierno reaccionará con medidas “paliativas”? ¿Seremos a partir de ahora más empáticos, más sensibles, menos individualistas? ¿Puede ser este el reset que necesitaba el sistema?

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Gisela Chillida és historiadora de l’art i comissària independent

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