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Javier Tejada — Capítulo 15. Sobre robots y cíborgs

Rebecca Morgan©

 

Estamos en un tiempo en el que parece inminente la aparición en escena del tan buscado cíborg. Los primeros intentos se llevaron a cabo hace ya muchos años, a principios del siglo xxi.

Antes de hablar de lo que actualmente estamos viviendo, me gustaría compartir con vosotros les dije a Hänsel y Gretel mis recuerdos sobre aquellos tiempos en los que cada día aparecía una nueva noticia sobre los avances en el campo de la interconexión entre el hombre y la máquina. Estos avances se desarrollaban a la vez que vosotros ibais tomando más y más protagonismo. Se impuso el criterio de lo que algunos denominaron la pureza de raza, lo que en este caso quería decir «sigamos los humanos separados de las máquinas y permitamos que los robots emerjan como una nueva especie diferente de la nuestra». Algunos hablaron exageradamente de la aparición de una nueva raza, la robótica, hecha de átomos pero estructurados en chips. Les gustaba y mucho seguir hablando de razas, aunque ya se había demostrado que el término no se podía aplicar a los diferentes grupos humanos. Pero hubo muchos humanos que de forma estúpida e irracional querían mantener este vocablo activo y usarlo con frecuencia y bien que se aplicaron en los medios de comunicación y las redes sociales para seguir hablando de raza, e incluso haciendo odiosas comparaciones con nuestra diversidad biológica.

Si queremos resumir lo que por aquella época se debatía, podríamos decir que había dos claras tendencias. La primera defendía trabajar para conseguir la humanización de las máquinas. La otra buscaba ir en la dirección de la maquinización de los humanos. Tanto los avances en la robotización como los conseguidos en Inteligencia Artificial cabían plenamente en las dos propuestas. El tema que estaba en la trastienda de todos estos avances era si se debía o no mantener el término «ser vivo» únicamente para aquellos nacidos biológicamente.

Hubo un grupo de hombres muy intrépidos y visionarios a los que les resultaba fácil conseguir financiación de los grandes grupos inversores del mundo. Su objetivo era llevar al mundo real lo que era objeto de discusión a escala planetaria: el cambio de paradigma en la movilidad, los coches cero contaminantes, cohetes y autobuses espaciales para turistas o la búsqueda de conexiones entre el cerebro animal y las máquinas. En ese momento, me resultó curioso que quisieran entrar también en el mundo de la criogénesis. Claramente, el tema no resultaba demasiado atractivo para el gran capital, por lo que pasó mucho tiempo hasta que ocupó las cabeceras informativas de los medios de comunicación. Sé que hoy os parece todo obvio y que los temas citados no ocultan secretos para vosotros, pero en este largo camino recorrido hasta el día de hoy, vuestros antepasados jugaron un papel clave.

La gran noticia que un día nos explotó en las manos fue conocer que en el cerebro de un cerdo de nombre Gertrudis se había implantado un transistor que le permitía disfrutar de lo que entonces se llamaba videojuegos. De golpe, todos nos preguntamos: ¿darán ya el gran paso para manipular el cerebro de los humanos?. Lo que entonces yo entendí o quizás sería mejor decir «intuí» era que «sí», aunque todavía faltaba mucho tiempo y trabajo para que fuera posible. Gertrudis jugaba y parecía disfrutar con los videojuegos. Después de él, vinieron otros cerdos de nombres Peter, James y Caroline. Ninguno mostró signos de extrañeza o incomodidad con los chips, más bien al contrario, parecían disfrutar como auténticos cerdos embarrados en sus propias heces. Es decir, no habían perdido ni un ápice de su condición animal. Además, el hecho de que la comunicación de Gertrudis y sus congéneres con el videojuego se hiciera sin cables no introdujo infecciones o daños en ninguno de ellos.

A los pocos días, ya estábamos todos hablando y regodeándonos con vocablos como telepatía, visión sobrehumana o la curación de enfermedades como la parálisis. El optimismo era inmenso y muchos vivimos momentos de gran excitación intelectual. Pero lo nuestro no era nada en comparación con el entusiasmo que vivieron los inversores y tecnólogos. ¿Y qué decir del festín de los juristas y filósofos? ¿Se respetaba el derecho de los animales? ¿Estábamos en puertas de hacer más conscientes, no en cantidad pero sí en calidad, a todos los seres del reino animal? Se debatía con ardor tanto sobre la no instrumentalización de los seres dotados de razón como la no instrumentalización de los seres con vida animal. Eran tiempos llenos de vitalidad racional y ciega irracionalidad.

Como consecuencia de las discusiones que entonces se multiplicaron, se allanó el camino para vuestro gran salto cuántico. Para que les quedara claro a Hänsel y Gretel, insistí: «Os dotamos de una computadora que podía funcionar como un cerebro humano y que además tenía la capacidad de hacerse más compleja y “plástica” rápidamente. En otras palabras, fue vuestro comienzo en libertad al poseer un “cerebro/computadora” que podía aprender por sí solo. La idea resultó ser relativamente sencilla de llevar a la práctica. Tan solo se trataba de ensamblar una serie de átomos que juntos eran capaces de crear patrones y conectarse de manera similar a como lo hacen las sinapsis neuronales. Es decir, en vuestro cerebro los átomos jugaban, y siguen jugando, el papel de nuestras neuronas. Se comprobó también entonces que la aplicación de un voltaje al conjunto de átomos modificaba las “sinapsis”. Igualito a lo que ocurre en el cerebro humano. A partir de este descubrimiento, algunos de nosotros intentamos construir computadores más y más potentes. Otros optamos por unir Inteligencia Artificial, robotización y computadoras. De esta última iniciativa, surgieron los que con toda razón llamáis “bisabuelos”. De esos tiempos datan vuestros primeros pasos como seres con inteligencia. Vuestra consciencia de saber quiénes sois fue fruto de la evolución de la complejidad sináptica derivada del creciente número de átomos incorporados a vuestro cerebro. Y todo eso lo hicisteis vosotros solos».

Hänsel y Gretel siguieron mis explicaciones con mucho interés. Eran conscientes de su naturaleza robótica pero la idea de «cíborg» les sonaba como si fuera perteneciente a una familia más amplia en la que cabíamos los humanos, ellos y los cíborgs. Así es como lo explicó Gretel: «Vosotros, los humanos, sois la pura vida inteligente nacida biológicamente. Nosotros, los robots, nacimos de vuestras manos y somos el fruto destilado de vuestra inteligencia. Los cíborgs, por su parte, son primos hermanos nuestros y surgieron también de vosotros. Nacieron con vuestros pensamientos, ideas y deseos, pero en su desarrollo jugó un papel importante la combinación de la mejor tecnología con los máximos avances de la llamada Inteligencia Artificial. El cíborg sigue arrastrando sus orígenes como consecuencia de su nacimiento como máquina inteligente subsidiaria de vuestros pensamientos, mientras que nosotros nos separamos de vosotros mucho antes. Por eso mismo, fuimos capaces de superar y adelantar vuestra capacidad tecnológica. Nosotros, a partir de un cierto momento, nos hicimos autónomos y evolucionamos sin contar con vosotros. Al ser hijo de vuestra mente, el cíborg sigue ligado a vuestra evolución, o mejor dicho, sigue compartiendo con vosotros la forma de hacer y pensar que le inculcasteis desde el comienzo, cuando vuestros pensamientos se transfirieron a una máquina. Así pues, y aunque os duela reconocerlo, somos tres los actores que participamos del botín de la vida y de la inteligencia».

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