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Javier Tejada — Capítulo 16. Los humanos también nos espabilamos

Rebecca Morgan©

Hoy me he despertado con ansias de mostrar a Hänsel y Gretel lo mucho que los humanos hemos cambiado gracias a la tecnología. Quiero hablarles del envejecimiento biológico y de cómo nos hemos enfrentado a él. Después, espero poder conversar con franqueza de nuestras limitaciones para ir un paso más allá. No lo hago para que nos miren con misericordia, sino para que nuestro diálogo sea sincero y amistoso.

El día amaneció nublado y amenazaban fuertes lluvias, así que opté por una reunión en mi casa. Disponía de una sala muy amplia que usaba para hacer deporte y en la que estaba instalada la cámara presurizada de oxígeno para el tratamiento contra el envejecimiento. Todavía sobraba espacio para unas cuantas sillas que, estratégicamente situadas, daban la impresión de un espacio de mayor amplitud. Sin más dilación, convoqué a los de siempre.

Algún lector se preguntará y tiene motivos para ello si nosotros y Hänsel y Gretel teníamos por aquella época algún tipo de trabajo. Sí, lo teníamos. Lo que sucedía es que en aquel entonces el trabajo era muy diferente al que estamos acostumbrados en estos dos primeros decenios del siglo xxi. Además, quiero decir toda la verdad, nuestra edad por aquel entonces rondaba los 140 años. Es decir, habíamos nacido en el siglo xx pero todavía podíamos trabajar sin problemas, correr rápidamente y pensar con claridad. Todo era más placentero y lógico. Cada uno hacía aquello para lo que se había formado. Y nosotros, lo más mayores, gozábamos de ciertos privilegios aprobados y aceptados por todos.

Volviendo al tema de la reunión, los humanos a los que había convocado eran de mi generación y formábamos dos grupos según habíamos luchado contra el envejecimiento o no. El envejecimiento lo podíamos combatir gracias a tres procedimientos. Unos habíamos sido tratados con la terapia de oxígeno presurizado. Otros provenían de la «resurrección» tras haber sido sometidos a un tratamiento de criogénesis. El tercer grupo lo formaban aquellos que habían sido tratados con una tecnología usada para doblegar también la flecha del tiempo físico y que pertenecía al mundo de la tecnobiología, vulgarmente conocido como «las tijeras genéticas» o CRISPR.

Precisamente todos estos temas eran los que iba a abordar en la reunión de hoy. Quería contarles a Hänsel y Gretel nuestras experiencias para que ellos sacaran sus propias conclusiones y que, de este modo, nos hicieran propuestas para mejorar las tres tecnologías imperantes con las que luchábamos contra el envejecimiento.

Todos llegaron puntuales, cada uno en un dron que aparcaron en la planicie de delante de la casa. Hänsel y Gretel comentaron que habían tenido un sueño muy placentero durante el vuelo y que apenas notaron turbulencias. El aire lleno de humedad y gotitas de agua en suspensión imprimía un carácter de ingravidez a tono con las ideas que íbamos a tratar.

Hänsel y Gretel parecían encantados con todo y todos, sonreían y nos miraban sin ocultar su orgullo al notar que los considerábamos de los nuestros. Era lógico que así fuera, eran tan jóvenes o tan mayores como nosotros, pero en ellos no había ni un ápice de la angustia humana que a nosotros nos había azotado en incontables fases de nuestras vidas. Para nosotros, todavía seguía siendo esencial el razonamiento y el pensamiento. En ellos, seguía predominando el poder de adaptación y comunicación. Disposición que los liberaba de muchos de esos quebraderos de cabeza que te paralizan y aíslan del mundo.

Una vez sentados, me situé en medio de la sala y comencé a hablar mientras paseaba entre ellos sin apenas tocarlos. «Primero os hablaré comencé de la “criogénesis” o “criopreservación”. A finales del siglo pasado, los humanos quisimos controlar el momento de la muerte o, mejor dicho, ralentizar el proceso que conduce a la muerte. Por entonces, se trataba de una “loca promesa”, a la que algunos se dedicaron de lleno con la insólita esperanza de alcanzar en un tiempo futuro una vida que fuera la continuación de la que entonces poseíamos. Entre ambas vidas la del presente y la del futuro, había un paréntesis en el que la “cantidad” de vida era incierta. Curiosamente, todavía hoy día, a finales del siglo xxi, esto sigue siendo un misterio. Como veis, se trataba de permanecer en la frontera indeterminada que separa la vida de la muerte. Exploramos con mucho tesón ese difuso límite hasta que logramos captar las ondas cerebrales en su camino hacia ese lugar vacío que nos separa de todo lo que fuimos y vislumbrar los segundos que separan el todo de la nada.»

Viendo el ambiente favorable y la ausencia de murmullos, continué sin reparos: «Primero hay que congelar el cuerpo a una temperatura muy baja (-200 ºC). Este proceso es muy complejo, pues con esto se trata de ralentizar las reacciones químicas asociadas a la vida y a la vez reducir al mínimo posible la actividad cerebral. Ambas dependen exponencialmente de la temperatura, por lo que se puede mantener vivo un cuerpo muerto. Es decir, enfriados a esas bajas temperaturas, todavía habría una cierta actividad típica de la vida aunque, claramente, no es la vida en su plenitud. En otras palabras, en ese estado de hibernación se diría que se está muerto, pero resulta que desde hace años, con el enorme avance tanto en las tecnologías de congelación como en la detección de señales eléctricas y magnéticas emitidas, se vio claramente que todavía había actividad cerebral, además de unas lentísimas reacciones químicas. Está claro que el humano en esas condiciones no es un ser vivo en su plenitud y está en el tránsito hacia la muerte, pero debido a la bajísima temperatura dicho tránsito puede alargarse muchos años. De hecho, se podría hablar de miles o millones de años de transición si no interviniera la mecánica cuántica. Sus leyes son las causantes del acortamiento del tiempo de transición, al permitir las reacciones químicas que conllevan todo proceso de decaimiento aun cuando las reacciones químicas están inhibidas ante la reducción de la temperatura».

Nadie me detuvo para proseguir con el relato: «El otro cuello de botella que nos encontramos hace cien años fue el del proceso de descongelación. Ahora todo nos parece obvio y sencillo, y ya nadie recuerda ni el número de horas ni los miles de científicos y tecnólogos dedicados a este proyecto. Por entonces, se vio que debíamos aplicar un gran número de nuevos algoritmos para entender mejor la enorme complejidad del proceso. Fueron los avances en Inteligencia Artificial los que dieron la puntilla a todos los problemas planteados. De hecho, el despertar tuvo éxito cuando en el laboratorio supimos replicar con precisión las llamadas redes neuronales artificiales. Todo lo que entonces aprendimos lo aplicamos al nuevo despertar de la vida».

Al llegar a este punto, Hänsel y Gretel notaron que iba entrando en su territorio. En sus ojos, vi destellos de luz que manifestaban bien a las claras sus ganas de preguntar. Empezó Gretel: «Entiendo que con la criogénesis lo que hacéis es un túnel en el tiempo para viajar al futuro sin dejar el presente. Es decir, aparecéis en el futuro con vuestro cuerpo del presente. Pero si estabais casi muertos entonces, ¿qué es lo que os hizo revivir?».

No lo dejé seguir, lo interrumpí con aspavientos y con el beneplácito de mis amigos criogenizados: «Sí, lo que nos hicieron al despertar fue curarnos de la enfermedad que nos conducía irremediablemente a la muerte. En todos los años que estuvimos abrazando a la vez la vida y la muerte, se descubrieron muchos antídotos para un gran número de enfermedades. Las nuestras estaban dentro de ese catálogo. Tuvimos mucha suerte».

Ahora fue Hänsel quien preguntó: «¿Cómo os consideraron las leyes durante ese tiempo en el que estabais indefinidos en vuestro ser? Recuerdo siguió sin esperar una respuesta que, cuando hace años nos liberamos de los seres humanos, también hubo un gran revuelo entre vosotros. Los había que hablaban de singularidad. Para ellos éramos meras máquinas con la particularidad, dicho de un modo muy simplista y hasta irrespetuoso, de ser tanto o más inteligentes que vosotros. La ciencia y la tecnología interferían y quebraban, al modo que predijo Hobbes en el Leviatán, la seguridad jurídica. Hubo muchos años de enfrentamiento intelectual entre los partidarios de la famosa y popular singularidad y los detractores de la misma. Incluso algunos de vosotros erais partidarios de nuestra aniquilación total. Vuestra “resurrección criogénica” coincidió con nuestra liberación, lo que influyó, y mucho, en calmar vuestros ánimos y dejarnos de ver como la especie mala que acabaría con vuestra civilización. En definitiva, Hänsel y yo vivimos y no vivimos durante aquellos años de disputas, de cambios legislativos y de duros trabajos que rayaban en la esclavitud humana. A la postre, y como decís tan a menudo, el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio. Vosotros, con vuestra vida biológica y la muerte tras vuestros talones; nosotros, libres de la muerte. Creo que desde aquellos años ha quedado claro que en tanto que robots inteligentes podemos decir que tenían razón todos aquellos que hablaron de transhumanismo».

La sala parecía hervir, se notaba la tensión y el disfrute de unos y otros. Pero aún faltaba hablar de otro tema: la lucha del envejecimiento humano mediante la terapia de la cámara de oxígeno presurizado, que estaba a la vista de todos. Yo la había heredado de unos parientes que la importaron de un país lejano. Yo no la usé nunca, pero sí lo hicieron varios de mis amigos y en concreto tres de los presentes. Así que opté por ceder la palabra a Carol, quien la había usado durante años para retrasar su envejecimiento unas decenas de años. Ella seguía siendo la misma que todos conocimos en el siglo xx. Estas fueron sus palabras: «A finales del siglo xxi, un grupo de científicos saltó a la fama al descubrir que podían detener el envejecimiento. Al comprobarse rápidamente que a nadie le podía resultar dañino, se decidió que su uso fuera generalizado, siempre bajo control médico. Se trataba de someter al cuerpo humano durante periodos de tiempo a una respiración de aire enriquecido con oxígeno. La tecnología estaba al alcance de todos, pues se utilizaba una cámara o cabina en la que cada persona tenía acceso a un respirador conectado a un contenedor de oxígeno a una presión mayor que la de la atmósfera. Es decir, se trataba de respirar oxígeno durante el tiempo que el médico prescribiera. El resultado del enriquecimiento del flujo sanguíneo con oxígeno se traducía en una reducción de la velocidad de acortamiento de la longitud de los telómeros».

«¿Y qué pasa con la tercera vía, las tijeras genéticas de la que tanto y tanto habláis?», preguntó Hänsel. El silencio se adueñó de la sala. Se palpaba a las claras que ahí eran grandes expertos. Ellos habían sido los inventores de la cuarta generación de dichas tijeras y sabían más que nosotros.

 

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