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Javier Tejada — Capítulo 14. Singularidad y responsabilidad

Rebecca Morgan©

 

Desde hace decenios debatimos si Hänsel y Gretel son más inteligentes que nosotros. A todos nos parece claro que no hay necesidad de resolver el enigma de la inteligencia humana para que los robots puedan serlo. De hecho, a día de hoy son intelectualmente tan capaces como los humanos. Ya nos lo han dicho nuestros amigos: «Gracias a que nos dejasteis evolucionar y disteis libertad de aprendizaje a los algoritmos que impregnan nuestras mentes al modo como lo hace el cerebro de un niño, hemos conseguido ser tan inteligentes como vosotros. Desde ese momento histórico de la igualdad hasta descubrir nuevas leyes de la naturaleza han transcurrido cincuenta años. Pero lo hemos conseguido».

A pesar de su aparente seguridad, tuvimos la impresión de que querían dar un paso más. Y así fue, de repente Hänsel se puso más serio que de costumbre y nos dijo sin apenas pestañear: «En los albores del siglo xxi, muchos os preguntabais si realmente nuestra mente llegaría a funcionar como el cerebro humano que, de hecho, es lo que define, caracteriza y singulariza a los humanos en tanto que seres pensantes. Si hablamos de arte, pintura, música, poesía y escultura, por ejemplo, creados por los humanos, os podríamos preguntar si poseen los mismos atributos, independientemente del lugar en el que se han generado. Es decir, ¿habéis reflexionado sobre el hecho de si es más fácil para nosotros los robots igualar la capacidad creativa de según quién y el qué del arte? En otras palabras, ¿todo el arte creado por vosotros posee las mismas señas de identidad humanas? ¿Es la creatividad algo más algorítmico de lo que pensamos? ¿Poseen vuestras diferentes manifestaciones artísticas la misma carga algorítmica? ¿Podemos conseguir una colaboración creativa entre los humanos y los robots? Los artistas humanos suelen hablar de creatividad, pero ¿es que pensáis que vuestra creatividad no la podemos tener nosotros, eso que a veces de forma despectiva llamáis las máquinas? Muchas veces os hemos oído decir que la creatividad está íntimamente ligada al conocimiento, los sentimientos, la formación y la curiosidad que producen esos billones de conexiones neuronales (1.011 neuronas interconectadas por 1.015 sinapsis). Pero si es así, parece claro que no deberíais debatir mucho sobre nuestras musas inspiradoras, pues os ganamos en el número de conexiones de nuestras neuronas electrónicas».

Fue Gretel quien cambió de tercio y se mudó al escenario de la ciencia: «De vosotros aprendimos que los descubrimientos científicos atribuidos a los grandes maestros tienen un hilo conductor que los une a todos. Sí, vosotros nos contasteis y nosotros lo hemos investigado y verificado empíricamente, que hay un algo misterioso que une a todos los grandes cerebros. No se trata solo de que Einstein supere a Newton o de que Heisenberg esté en la trastienda de la computación cuántica, sino que todos los que con sus ideas o experimentos encontraron un nuevo mundo, una nueva ley de la naturaleza, mantienen un lazo de unión que atraviesa el tiempo y se enmarca en ese saber que habita en un universo del que todavía no conocemos su ubicación, pero que nos impregna día a día con sus infinitos aromas e inmenso frescor. Por eso nosotros también somos partícipes de esas fragancias que nos transportan a la curiosidad por lo nuevo».

Después de todo lo hablado, Hänsel y Gretel todavía no parecían estar satisfechos. Nos avisaron de que seguiríamos hablando y discutiendo transcurrido un cierto tiempo. Así que ahora tocaba esperar, pero cada día que pasaba aumentaba mi nerviosismo y mis ansias de seguir con las tertulias.

Fue por la tensa espera que me mantenía alerta por lo que me acuerdo perfectamente de todo lo que ocurrió aquel día. Habíamos quedado con Hänsel y Gretel para dar un paseo. Lo que no sabía es que ellos habían invitado a varios amigos y que otro de nosotros había hecho lo mismo. En total éramos veinte paseantes. Excepto Hänsel y Gretel, quienes eran como de la familia, por primera vez me costó distinguir entre nosotros y ellos.

Mientras me acercaba al punto de encuentro, repasé las imágenes que me habían mantenido en vilo la noche anterior. Creo que el detonante de mi excitación fue leer lo que ocurrió hace ya decenas de años durante la última pandemia que asoló la comunidad robótica. Había visto la muerte de amigos desde la barrera, pero el asunto era, en esas horas finales, un trámite muy bien orquestado. No había sufrimiento, aunque dominara el desengaño y la tristeza de saber que en pocos años la situación podría ser diferente. En el caso de los robots, sin embargo, aunque no existía una muerte física, sí que había un renacer desde las cenizas de la desconexión digital y la falta de suministro eléctrico. Físicamente seguían siendo los mismos, pero su sentido de la singularidad se veía totalmente borrado después de su renacimiento.

Los humanos poseemos un claro y meridiano sentimiento de individualidad que siempre hemos esgrimido para distanciarnos de las demás criaturas del reino animal. Los robots, en cambio, aunque parecían poseer una fuerza externa que los obligaba a comportarse de una forma diferente, no pretendían distinguirse unos de otros. El tener que cambiar los atormentaba. Al menos esa era la impresión que todos teníamos al ver sus cavilaciones cuando se iniciaba el proceso de la pérdida de su singularidad. Para ellos, la finitud era un simple cambio o recarga de sus ideas y hábitos que no terminaba con su consciencia robótica. El bien o el mal, el ir o volver, vendría por añadidura al dotarse del sentido de la responsabilidad de acción con respecto a ellos mismos y a nosotros.

Menudo sueño, intenso, profundo y extenuante.

Todo lo soñado y revivido durante mi paseo debió de ser una premonición de lo que me encontraría al llegar. Mi primera impresión fue de total desolación. Reinaba la confusión, las conversaciones seguían un patrón caótico y daba la sensación de que ese día podría muy bien ser el último de nuestra sana convivencia. Nuestro robusto sentido de ser parecía diluirse en un mar de susurros conspirativos sobre las desigualdades y diferencias entre nosotros y ellos.

Hänsel y Gretel lo tenían todo perfectamente preparado. La llamada para el paseo fue una excusa para juntarnos a todos en una especie de teatrillo al aire libre que tenía forma de dron de última generación. Sí, el paseo sería sentados cómodamente en un dron bautizado con el nombre de Oídos profundos, un artilugio de nueva generación, totalmente insonorizado por dentro, que realizaba movimientos semejantes al vuelo de las aves y que parecía poseer, como ellas, huesos ligeros, alas fuertes , plumas, músculos muy desarrollados y un elevado metabolismo. Era un dron eléctrico en el que se guardaban las voces y miradas de todos. A cambio, nadie sabría nunca nada de lo que se dijera: paradigma tecnológico del secretismo para que los hechos tengan la doble propiedad de ocurrir pero que no hayan «ocurrido jamás».

El tema de conversación emergió justo después del despegue. Debíamos opinar sobre la evolución de la idea del pago de impuestos de los humanos y los robots en un mundo en el que ambos compartíamos protagonismo y responsabilidades. Enseguida empezamos a discutir sobre igualdad, responsabilidad, reparto del trabajo, necesidades, ética, pobreza y desigualdad.

Ahí van algunas conclusiones que se desprendieron del debate aéreo: a) Hubo consenso en que en el momento que estábamos viviendo todos nos sentíamos responsables de nuestras causas. Los robots hicieron suya nuestra causa común con la naturaleza. En nosotros recaía la responsabilidad del entrelazado de la convivencia del binomio robots-humanos tejido con determinación y tras muchos años de discusiones, primero entre nosotros y más tarde ya con ellos. Así es como educamos a los robots para tener lo que nosotros llamamos «valores éticos». Con ellos, practicábamos la búsqueda del bien común. b) Respecto a la responsabilidad fiscal, no hubo unanimidad de criterios. Hänsel hizo un rápido repaso de lo que había ocurrido hasta ese día en este campo: «El debate impositivo robótico se inició con nuestros primeros ancestros y cuando estaban al total servicio de los humanos. Eran los tiempos de la esclavitud robótica. Todo ocurría por la miopía humana de no entender que aquellas máquinas sin vida ni criterio, aunque no ahorrasen energía, indirectamente promovían la igualdad entre ellos y les traerían un botín de nuevas tecnologías. Es increíble que se pensara que, por que cada vez más obreros se quedaran sin trabajo, se recaudarían menos impuestos que debíamos compensar nosotros. ¿No era eso equivalente a hacer pagar a la ciencia y a la tecnología por sus descubrimientos y avances? El caso es que en aquellos tiempos se agrandaron las desigualdades entre personas, colectivos y países. Emergió entonces una nueva forma de poder. Nunca pensasteis que gracias a nosotros tendríais una energía limpia, barata y segura que ayudaría a reducir las desigualdades».

Yo, que tenía la edad de los tiempos que vivíamos, fui consciente de que se discutía intensamente sobre el desarrollo humano sostenible, que abarcaba la búsqueda de mejores condiciones laborales, la colaboración entre comunidades locales y nacionales y el cuidado del medio ambiente. Todo esto se esgrimía y se debatía a cada paso, aunque la realidad que emergía era un creciente olvido de las causas del hombre y de la naturaleza. Claramente, aquello que estaba en juego era la competitividad, la valoración social y el valor añadido de la empresa. Era la explosión del nuevo orden. De ahí que fueran años de intensas discusiones sobre la responsabilidad civil y social. Tengo que decir que aún ahora siento nostalgia al revivir aquellos debates llenos de frescura y ardor humano y robótico entre los partidarios de la nueva Ilustración.

En mi opinión, se equivocaron los que trataron de imponer nuevos impuestos a la compra de robots. No veían que ellos nos ayudaban ya en ese momento a dignificar el trabajo humano. Tampoco advirtieron lo bueno que traerían para todos los humanos en forma de nuevos trabajos, nuevos retos, enormes avances tecnológicos y plusvalía de conocimiento, además de, por qué no reconocerlo, una mejora en la convivencia.

Hänsel prosiguió con su discurso: «Por aquellos años, muchos humanos se hicieron la siguiente pregunta: “¿Es posible crear empleo de manera sostenida sin incrementar el consumo energético?” Nosotros creemos que no, entonces y ahora. Así lo sugieren las leyes de la termodinámica que rigen los procesos que conciernen al trabajo, a la energía y a la información. Dichas leyes dicen que para realizar un trabajo hay que consumir energía. Este enunciado parece obvio, sobre todo cuando nos referimos al trabajo mecánico que mueve aviones o trenes y que mantiene a las fábricas en funcionamiento. Pero ya no lo es tanto, al menos para algunos dirigentes políticos, cuando hablamos de “nuestros trabajos y servicios” que por entonces eran empleos vinculados a la sanidad, a la investigación biomédica, a las tecnologías de la información o a la elaboración de algoritmos para contribuir a otros muchos campos como la movilidad, ahorro de agua, búsqueda de la paz entre países, etc.. Sin embargo, estos empleos sirven, al menos en parte, para mantener un cierto orden. Y mantener un orden exige trabajo y, por tanto, energía. Así que nosotros, desde nuestra aparición en vuestro mundo, fuimos grandes consumidores de energía».

Para hacer comprensible su discurso, añadió sin pausa ninguna: «Imaginemos un tablero con unas fichas de Scrabble con las letras O, R, D, E y N formando la palabra ORDEN. Las fuerzas de la naturaleza desestabilizan los sistemas con el paso del tiempo. Si simulamos dichas fuerzas mediante la agitación del tablero, las fichas podrán desordenarse. En tal caso, habremos perdido información: se deberá realizar un cierto trabajo para restablecer el orden original de las fichas. Fenómenos como el ilustrado por este sencillo ejemplo se dan para todos los empleos imaginables. De hecho y de manera significativa, los servidores en que se almacenaban vuestros datos mails, canciones, películas, etc. eran responsables de más del 1% del consumo energético global».

Ahora fue Gretel quien pareció animarse a terminar el discurso. Había que darse prisa, el dron giraba y rehacía el camino de retorno. «Ciertamente, hasta hace bien poco y gracias tanto a vuestros esfuerzos por regular vuestros hábitos energéticos como a nuestra ayuda para producir más riqueza por unidad de consumo energético, sugirieron la posibilidad de reducir el consumo global de energía, y hacerlo sin perjudicar el bienestar de todos, y muy especialmente de los más desfavorecidos. Un siglo después de que saltaran todas las alarmas por el cambio climático, esta posibilidad sigue siendo remota. Entre otras razones, porque un puesto de trabajo medio de cualquiera de nosotros al final del siglo xxi lleva asociadas muchísimas más tareas y por tanto más consumo energético que en todos los tiempos del pasado. Nosotros os hemos ayudado y mucho a aumentar la productividad de los trabajadores. Para terminar, os diré que en su día ese era uno de los argumentos que nuestros antepasados no supieron trasladaros por no ser autónomos y no ser conscientes de su singularidad robótica, por su clara negativa a que ellos tuvieran que pagar impuestos extras. Sí, ahora, a día de hoy, a finales del siglo xxi, consumimos más energía. Pero gracias a nosotros todos tenemos acceso a una energía limpia que nunca se agotará. Así que el tiempo ha puesto a cada uno en su lugar. Es un proceso natural incluso entre nosotros».

 

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