Recuerdo la impronta de Risto Mejide en aquel programa de Operación Triunfo mientras hablaba del artista como un producto. Aquello fue un revulsivo porque nunca se había resumido de forma tan sencilla y popular lo que significaba encontrar la característica principal de un elemento fácil de divulgar. Fue una expresión contemporánea que sigue vigente. No era la primera vez. Dalí fue un producto excelso, mágico y creativo, controlado y dirigido por el mismo, igual que Andy Warhol.
La cultura necesita del producto para elaborarse. Una generación de pensadores estaría en desacuerdo con lo que aquí estoy describiendo. Sin embargo, alguno de ellos en sí mismo también lograron convertirse en tendencia gracias a la venta de su producto, aunque fuera pensamiento. Sartre fue también un producto. Los buenos productos no están carentes de contenido. Todo lo contrario. Lo que tiene sustancia es más fácil de construirle un mensaje comunicativo.
¿Y las ciudades? Exactamente igual. Las urbes más importantes tienen diferentes productos para vender. De hecho, los especialistas en turismo destacan la forma de encontrar una relato que pueda resumir de forma sencilla la imagen de la ciudad que quieren vender. Ya hemos comentado en alguna ocasión la importancia de establecer complicidades entre cultura y turismo. El turismo que interesa, el que tiene salida, es aquel que se muestra sensible ante la cultura y ésta precisa del turismo para dar más valor e ingresos.
En Barcelona, por ejemplo, hay relatos comunicativos que se convierten de forma rápida en paquetes turísticos. Ocurre con Gaudí y el modernismo en general. Efectivamente, el Ayuntamiento ha trabajado en muchas ocasiones para promocionar aquello que está en el ADN de la ciudad. Pero existe una vía, una calle, una riera de lujo que no acaba de encontrar una solución que satisfaga a sus vecinos, a los empresarios que invierten en ella, al Ayuntamiento y a los políticos que se llenan la boca de hacer defensas del espacio, sin militar en él.
La Rambla es el mejor producto que tiene Barcelona. Simplemente es una calle o, todo lo contrario, es una vía con toda su complejidad y merece un cuidado exquisito. En la reunión del jurado para elegir al Ramblista de Honor, un premio muy local como local es la literatura de García Márquez, el presidente de la asociación que reúne los intereses de la Rambla, Fermín Villar, recordó que el máximo responsable del Mobile, la feria más importante en el mundo de telefonía móvil, le contó que siempre le hablaban de La Rambla cuando decía que llegaba de Barcelona. Como si el paseo fuera, en sí mismo, más importante.
La Rambla es una de las diez calles más importantes del mundo. La primera es Lombard Street en San Francisco. Le sigue Abbey Road de Londres. La tercera es el Paseo de la Fama de Hollywood y la cuarta La Rambla de Barcelona. Este listado está extraído de la revista Architecture and Design. Hay más listados. Pero da igual. Lo curioso es que, en todos, repito en todos, hay un nombre que no falta: La Rambla.
El producto está identificado. Existe y es de una calidad máxima. Lo saben los comerciantes. Lo saben los vecinos. Lo sabe el Ayuntamiento. Los barceloneses lo sabemos, pero de aquella forma. Mis primeros recuerdos de La Rambla fueron paseando con mi padre. En estos momentos, no es tan fácil que una familia al completo baje por La Rambla para disfrutar del paseo y de su conexión con el mar.
La culpa es difícil concretarla. Todos tenemos algo de culpa. Pero, como siempre, es el Ayuntamiento quien debería liderar la consolidación de un espacio en la ciudad. Es su responsabilidad. Y eso pasa por dos cuestiones: creerse la calidad de lo que tiene entre manos y poner todas las herramientas posibles para su promoción. La Rambla sigue olvidada de la mano municipal. Y esa desmemoria no está relacionada con un Plan Urbanístico que danza en el continuo espacio de la indefinición o en la carencia de un presupuesto que lo active. Tiene que ver con no asumir que es la calle por donde debería pivotar Barcelona como producto.
La vía explica la urbe. En cada momento de su Historia se observa su crecimiento o crisis, y todas las características que han convertido a la ciudad en una de las más importantes del mundo. Desde los tiempos en que era una riera que delimitaba las afueras de la urbe, la conexión entre diferentes momentos históricos ha ido construyendo este ramal.
Estos momentos se detallan muy bien en diferentes libros que relatan sus acontecimientos. El comercio, la industria y la cultura. La Rambla es cultura. Ahora y antes. Cuando era un espacio donde la burguesía paseaba luciendo sus éxitos industriales o cuando la prostitución lo convirtió en un espacio arrabalero, lleno de creadores que lo hicieron suyo como elemento de inspiración.
La época más canalla y underground de Barcelona que ahora parece estar en camino de recuperación es deudora de La Rambla. Como los genios que allí aparecieron, los Ocaña, Nazario, etc. La Rambla también les debe algo.
Esa ciudad de vivencia está siendo recuperada para la propia ciudad. Una sensibilidad que fue siempre más reconocida desde fuera de Barcelona que en la propia Barcelona. Una forma de crear y actuar que debería ser exportada como producto. Un sentido canalla no compuesto por delincuentes, haberlos haylos, sino por creadores.
Es el producto necesario a lo Risto. Algo habrá que hacer por La Rambla o por esta ciudad de prodigios. De humedad marinera y olor de montaña, según los vientos.
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