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Álex Sàlmon – La Barcelona del diseño perdió el rumbo

Las crisis son oportunidades. Han existido tantas en los últimos años que hemos podido comprobar que ésta no es una frase hecha. Todo lo contrario. Es una realidad.

Lo que no hay duda con las crisis es que son cambiantes. Su fuerza transforma nuestra realidad, la rutina, las prioridades y otras muchas cuestiones. Para ello es necesario salir de ese espacio de confort y transcurrir a lo largo de nuevos lugares que no tienen por qué ser positivos.

Focalizo la mirada en Barcelona. Y no es una observación política, aunque la política lo baña todo. Es una cuestión de profundidad estética. Esta reflexión, en sí misma, ya es ideológica. En cualquier acción existen prioridades. Y la estética de una ciudad va acompañada siempre de un sentido general, de una visión general que puede acabar en un debate político, con cierta desgracia. O por desgracia.

Los que militamos en nuestra ciudad, hayamos nacido en ella o no (leen a un hijo del Eixample), acostumbramos a explicitar que Barcelona es la ciudad del diseño. Es una expresión hecha que tiene mucho de verdad. No hay duda. Pero también es lícito reconocer que existen otras muchas ciudades magníficas que hacen del diseño su propio hecho diferencial.

Todas las ciudades con diseño, involucradas con el diseño, tienen detrás una industria y una serie de creadores que impulsan desde sus lugares de trabajo este sentido espacial, acorde con unos parámetros digamos que bonitos y ordenados.

Bien, pues esta obsesión y hasta devoción por lo estéticamente bonito se ha difuminado en la que, en otros momentos de su historia, fue considerada la ciudad de los prodigios, donde todo era posible.

Les pondré un ejemplo sencillo y demoledor en cuanto a la belleza del mobiliario urbano. La pandemia y su confinamiento ha cambiado nuestras calles. Una de las prioridades es compartir espacio en la vía pública. La calle es el lugar más sano donde la molécula, el virus, tiene mayores dificultades para hacerse fuerte. Por ello, el Ayuntamiento, en este caso con buena decisión, pactó con bares y restaurantes una ocupación de zonas hasta ese momento utilizada para el aparcamiento de automóviles.

La decisión fue tomada de forma rápida y con poco criterio. Y así unos tremendos bloques de hormigón de una estética muy dudosa comenzaron a inundar las vías de la ciudad, en concreto de un barrio estructurado e ideado con inteligencia como es el Eixample.

Aunque fuera una decisión tomada con la necesidad de una urgencia se observó la metodología del actual Gobierno municipal donde nadie reparó que, una vez superada la primera decisión, se podría abrir un concurso público entre arquitectos, diseñadores y urbanista para encontrar un modelo al bloque de hormigón, puede qué hasta repensar el material, que dignificara en cuanto a estética el espacio público.

Decía que algunas de las rutinas que nacen de los cambios no acaban de ser buenas. En la Barcelona olímpica y postolímpica nadie hubiera situado una pieza parecida sin antes no haber replanteado y elaborado una teoría estética sobre qué era preciso para el objetivo deseado. Eran concepciones de pensamiento. ¿Quién repara en ello ahora?

No existe prioridad. No hay un interés supremo para que las cosas en Barcelona tengan una personalidad donde las señas de identidad de la ciudad se manifiesten. Y esas señas eran su diseño. El modelo Barcelona.

Mientras, ¿qué pasa fuera? Son malos tiempos para Barcelona. Es grave. Pero hay algo mucho peor: ciudades como Madrid, Valencia o Bilbao, que siempre entendieron y aceptaron a Barcelona como una ciudad donde las cosas se hacían con un estilo propio, llevan un ritmo de consolidación urbanística avanzado y genuino.

La normalidad llegará tarde o temprano. Siempre ha sido así. Las cosas adquieren otra dimensión y, poco a poco, todo vuelve a una rutina cambiada. Pero para llegar bien y cómodo a ese momento, todo debe estar preparado.

El sueño de Barcelona se inició en 1987 y se mantuvo, para bien o para mal, hasta el año de la pandemia. Es cierto que el turismo de los últimos años fue excesivamente destructor de muchos entramados sólidos de la ciudad. Por supuesto, todo éxito excesivo debe ser regulado con inteligencia. Debió hacerse. Sin embargo, de no despertar a tiempo puede ocurrirle a la ciudad que fue inspiración de grandes corrientes arquitectónicas, que pierda el ritmo y quede en la segunda división de las urbes financieras, después de haber sido puntera y original.

Dicho todo esto: ¿Qué necesita? ¿Qué es necesario cambiar? No hace falta extenderse: todo. Absolutamente todo.

*

Álex Sàlmon és periodista, analista a Catalunya Ràdio, Tv3, TVE i Ràdio 4. Professor de periodisme a la UAO i a la UIC.

 

 

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