[:ca]* Del cicle : GOVERNANÇA O LA CRISI DEL SECTOR PÚBLIC
Una vez finiquitado el siglo XX y caminando por el XXI es anacrónico considerar los equipamientos culturales por tamaño y titularidad.
Todavía hay sectores sociales y políticos que consideran que un gran equipamiento cultural es aquel que depende económicamente de las instituciones públicas. Error que comporta, de entrada, una discriminación ante el resto del ecosistema cultural catalán, rico por su variedad de propuestas y rico por las diferentes maneras de gestionarlo.
Desde la transición política nuestros representantes políticos, al margen de sus ideologías, han ido construyendo un entramado cultural a partir de lo que directamente controlan. Más tarde fueron teniendo en cuenta a la iniciativa privada, pero estigmatizándola con aquello del ánimo de lucro: el que se limita a pagar las nóminas de las personas contratadas por empresas, cooperativas, fundaciones o asociaciones. Todo en el mismo saco y sin distinguir el trabajo de suplencia que, en incontables casos, se ha venido efectuando sin el reconocimiento institucional que se merece y sin poder participar en las decisiones que desde la política se toman.
Catalunya, que presume de su sociedad civil, cuando se trata del mundo de la cultura, sobre todo de aquel que se desarrolla a partir de parámetros no institucionales, la ha relegado a un papel subalterno, impropio de una nación que eleva a categoría la condición de empresario. Se han vivido momentos de auténtica oscuridad en el sector cultural por el hecho de trabajar desde la privada.
Los vaivenes políticos, tanto en el Ayuntamiento como en la Generalitat, hasta el año 2000, no facultaron cambios en la relación entre gestión pública / gestión privada. A partir de ese año, una parte del sector musical de iniciativa social-privada, el que construye a partir de la música popular, se rebela y consigue cierta escucha. Aun así, nunca ha dispuesto de los mecanismos de interlocución que sí tuvo siempre el mundo del teatro o del cine.
No es de recibo que las Administraciones Públicas tengan, año tras año, una parte del presupuesto dedicado a cultura, hipotecada por su implicación en los Consorcios Públicos de los Grandes Equipamientos Culturales. Es cierto que las partidas destinadas a cada uno de estos equipamientos son públicas. Pero también es cierto que con sólo echarles un vistazo, en algunos casos no en todos, a la vista le entra tembleque y a la mente cierto vértigo.
Además es muy complejo saber lo que estos Grandes Equipamientos dedican al mantenimiento de su estructura fija –personal-, lo invertido en programación propia y los ingresos por alquiler del espacio.
No podemos seguir con dicotomías entre grandes, medianos y pequeños. El sector cultural no se puede permitir discriminaciones. Se admite la pirámide cultural, por eso reivindicamos el papel de la base (muchos pequeños) y el que se sitúa en zonas intermedias (medianos).
Tan sólo una buena armonía entre la gestión pública de la cultura con la que crece desde ámbitos privados, hará florecer unas plantas con nervio y energía suficientes que permitan a Catalunya llevar adelante su anhelo: poner a la cultura en el núcleo de su desarrollo económico, social y artístico: un país competitivo en aspectos como los sentimientos, el espíritu y la trascendencia.
A todos nos corresponde abrir vías de colaboración, luchar por unos presupuestos más equilibrados y ajustar nuestros sueldos a una realidad social de extrema vulnerabilidad para amplios sectores de la sociedad catalana.
*
Lluís Cabrera Sánchez és president de la Fundació Taller de Músics
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Segueix el debat diari de Hänsel* i Gretel* al nostre compte de TWITTER[:es]* Del ciclo : GOBERNANZA O LA CRISIS DEL SECTOR PÚBLICO
Una vez finiquitado el siglo XX y caminando por el XXI es anacrónico considerar los equipamientos culturales por tamaño y titularidad.
Todavía hay sectores sociales y políticos que consideran que un gran equipamiento cultural es aquel que depende económicamente de las instituciones públicas. Error que comporta, de entrada, una discriminación ante el resto del ecosistema cultural catalán, rico por su variedad de propuestas y rico por las diferentes maneras de gestionarlo.
Desde la transición política nuestros representantes políticos, al margen de sus ideologías, han ido construyendo un entramado cultural a partir de lo que directamente controlan. Más tarde fueron teniendo en cuenta a la iniciativa privada, pero estigmatizándola con aquello del ánimo de lucro: el que se limita a pagar las nóminas de las personas contratadas por empresas, cooperativas, fundaciones o asociaciones. Todo en el mismo saco y sin distinguir el trabajo de suplencia que, en incontables casos, se ha venido efectuando sin el reconocimiento institucional que se merece y sin poder participar en las decisiones que desde la política se toman.
Catalunya, que presume de su sociedad civil, cuando se trata del mundo de la cultura, sobre todo de aquel que se desarrolla a partir de parámetros no institucionales, la ha relegado a un papel subalterno, impropio de una nación que eleva a categoría la condición de empresario. Se han vivido momentos de auténtica oscuridad en el sector cultural por el hecho de trabajar desde la privada.
Los vaivenes políticos, tanto en el Ayuntamiento como en la Generalitat, hasta el año 2000, no facultaron cambios en la relación entre gestión pública / gestión privada. A partir de ese año, una parte del sector musical de iniciativa social-privada, el que construye a partir de la música popular, se rebela y consigue cierta escucha. Aun así, nunca ha dispuesto de los mecanismos de interlocución que sí tuvo siempre el mundo del teatro o del cine.
No es de recibo que las Administraciones Públicas tengan, año tras año, una parte del presupuesto dedicado a cultura, hipotecada por su implicación en los Consorcios Públicos de los Grandes Equipamientos Culturales. Es cierto que las partidas destinadas a cada uno de estos equipamientos son públicas. Pero también es cierto que con sólo echarles un vistazo, en algunos casos no en todos, a la vista le entra tembleque y a la mente cierto vértigo.
Además es muy complejo saber lo que estos Grandes Equipamientos dedican al mantenimiento de su estructura fija –personal-, lo invertido en programación propia y los ingresos por alquiler del espacio.
No podemos seguir con dicotomías entre grandes, medianos y pequeños. El sector cultural no se puede permitir discriminaciones. Se admite la pirámide cultural, por eso reivindicamos el papel de la base (muchos pequeños) y el que se sitúa en zonas intermedias (medianos).
Tan sólo una buena armonía entre la gestión pública de la cultura con la que crece desde ámbitos privados, hará florecer unas plantas con nervio y energía suficientes que permitan a Catalunya llevar adelante su anhelo: poner a la cultura en el núcleo de su desarrollo económico, social y artístico: un país competitivo en aspectos como los sentimientos, el espíritu y la trascendencia.
A todos nos corresponde abrir vías de colaboración, luchar por unos presupuestos más equilibrados y ajustar nuestros sueldos a una realidad social de extrema vulnerabilidad para amplios sectores de la sociedad catalana.
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Lluís Cabrera Sánchez és president de la Fundació Taller de Músics
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Sigue el debate diario de Hänsel* i Gretel* en nuestra cuenta de TWITTER[:en]* From the cycle : GOVERNANCE OR THE CRISIS OF THE PUBLIC SECTOR
Una vez finiquitado el siglo XX y caminando por el XXI es anacrónico considerar los equipamientos culturales por tamaño y titularidad.
Todavía hay sectores sociales y políticos que consideran que un gran equipamiento cultural es aquel que depende económicamente de las instituciones públicas. Error que comporta, de entrada, una discriminación ante el resto del ecosistema cultural catalán, rico por su variedad de propuestas y rico por las diferentes maneras de gestionarlo.
Desde la transición política nuestros representantes políticos, al margen de sus ideologías, han ido construyendo un entramado cultural a partir de lo que directamente controlan. Más tarde fueron teniendo en cuenta a la iniciativa privada, pero estigmatizándola con aquello del ánimo de lucro: el que se limita a pagar las nóminas de las personas contratadas por empresas, cooperativas, fundaciones o asociaciones. Todo en el mismo saco y sin distinguir el trabajo de suplencia que, en incontables casos, se ha venido efectuando sin el reconocimiento institucional que se merece y sin poder participar en las decisiones que desde la política se toman.
Catalunya, que presume de su sociedad civil, cuando se trata del mundo de la cultura, sobre todo de aquel que se desarrolla a partir de parámetros no institucionales, la ha relegado a un papel subalterno, impropio de una nación que eleva a categoría la condición de empresario. Se han vivido momentos de auténtica oscuridad en el sector cultural por el hecho de trabajar desde la privada.
Los vaivenes políticos, tanto en el Ayuntamiento como en la Generalitat, hasta el año 2000, no facultaron cambios en la relación entre gestión pública / gestión privada. A partir de ese año, una parte del sector musical de iniciativa social-privada, el que construye a partir de la música popular, se rebela y consigue cierta escucha. Aun así, nunca ha dispuesto de los mecanismos de interlocución que sí tuvo siempre el mundo del teatro o del cine.
No es de recibo que las Administraciones Públicas tengan, año tras año, una parte del presupuesto dedicado a cultura, hipotecada por su implicación en los Consorcios Públicos de los Grandes Equipamientos Culturales. Es cierto que las partidas destinadas a cada uno de estos equipamientos son públicas. Pero también es cierto que con sólo echarles un vistazo, en algunos casos no en todos, a la vista le entra tembleque y a la mente cierto vértigo.
Además es muy complejo saber lo que estos Grandes Equipamientos dedican al mantenimiento de su estructura fija –personal-, lo invertido en programación propia y los ingresos por alquiler del espacio.
No podemos seguir con dicotomías entre grandes, medianos y pequeños. El sector cultural no se puede permitir discriminaciones. Se admite la pirámide cultural, por eso reivindicamos el papel de la base (muchos pequeños) y el que se sitúa en zonas intermedias (medianos).
Tan sólo una buena armonía entre la gestión pública de la cultura con la que crece desde ámbitos privados, hará florecer unas plantas con nervio y energía suficientes que permitan a Catalunya llevar adelante su anhelo: poner a la cultura en el núcleo de su desarrollo económico, social y artístico: un país competitivo en aspectos como los sentimientos, el espíritu y la trascendencia.
A todos nos corresponde abrir vías de colaboración, luchar por unos presupuestos más equilibrados y ajustar nuestros sueldos a una realidad social de extrema vulnerabilidad para amplios sectores de la sociedad catalana.
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Lluís Cabrera Sánchez és president de la Fundació Taller de Músics
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