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Gisela Chillida – Salir a la calle: el (nuevo) derecho a la ciudad

Los museos agonizan. A día de hoy, luchan por sobrevivir a las circunstancias impuestas por una crisis sanitaria que ha puesto en juego a toda la sociedad: parada de las actividades durante más de tres meses, apertura con aforos limitados y uso de mascarillas, un previsible decrecimiento de un público que sabemos mayoritariamente foráneo y lo que aún más temible, deben hacer frente a unos políticos absolutamente insensibles a la cultura capaces de volver a cerrar sus puertas en cualquier momento y sin previo aviso. Es de todas, un futuro incierto que golpea directamente el componente de reunión social, tanto fundamental en nuestro pequeño ecosistema y que, por ende, nos obliga (e invita) a replantear los modelos de exhibición y difusión hegemónicos.

Debemos apostar no tanto por estrategias contra-museísticas que pongan en cuestión la institución arte como por tácticas post-museísticas.  Es decir, no se trata de atentar contra la institución, cuestionando su misma autonomía a través de la  autorreflexión crítica o de la autonegación sino de generar dispositivos de “distribución social de la experiencia estética” – como los llamó JL Brea- alternativos. Es ahora el momento idóneo para solidificar experiencias fuera de las cuatro paredes de la institución -museos, galerías, centros culturales, universidades, medios de comunicación-, propuestas efímeras, espontáneas, sorpresivas también más inclusivas, abiertas y democráticas, nacidas de la emergencia y capaces de responder al momento presente. El arte debe salir a la calle, llenar las fachadas, el transporte público, las marquesinas, las vallas publicitarias. No hablamos de un arte espectacular, esperpéntico y rimbombante, que necesita de grandes presupuestos sino de iniciativas que vinculen arte y ciudadanos: instalaciones site-specific, escultura pública, intervenciones urbanas en lugares no tradicionales, pintura mural, performance y acciones, activaciones sociales comunitarias… Pensamos no solamente en prácticas autogestionadas y/o des-institucionalizadas, sino creemos que es también el momento perfecto para que la institución vaya más allá del cubo blanco y se aventure de una vez por todas en el espacio público.

El espacio público es el marco para la reflexión colectiva  y la interacción social, el lugar de las experiencias comunes y compartidas, por eso tenemos que reformular el derecho de uso de la ciudad desde una nueva perspectiva que tenga en cuenta las circunstancias actuales. “Para Adorno, como para Kant, la vida pública es la morada que nuestra experiencia necesita” nos recordó Alexander Kluge. Como sociedad, debemos repensar cómo podemos ocupar los espacios colectivos para una nueva performatividad social y cultural. En este momento donde nos vemos obligados a replantear el uso colectivo de la espacios compartidos, el arte situado en el contexto más inmediato puede funcionar como generador de encuentros y fricciones que replanteen la relación entre arte y ciudad, entre práctica artística y espacio público, entre capital público y espacio común… El potencial transformador del arte nos permite operar sobre  la ciudad y con ello abre nuevas posibilidades de lectura y escritura. Más que nunca, son necesarias propuestas que desde la práctica artística inviten a la apropiación contextual colectiva para una esfera pública alternativa que permita formas de solidaridad y reciprocidad sujetas a la negociación contínua. O, dicho de otro modo, se trata de salir a la calle para plantear nuevos modos de lo colectivo, de lo público, de lo social.

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Gisela Chillida és historiadora de l’art i comissària independent.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Published inARTICLES DE TOTS ELS CICLESGovernança o la crisi del sector públicPUBLICACIONS

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