Hacer del cóctel televisión + artes visuales una fórmula exitosa es algo que parece tan difícil como convertir el plomo en oro. En la historia del medio son tan contadas las joyas que merece la pena recordar que apenas ocupan un párrafo: en 1969, la NBC estrenó The American Image. Civilization, de Kenneth Clark, trazó dos milenios de historia occidental unos años más tarde. En 1981, Mr.Hughes consiguió aunar éxito de público y de crítica con la serie sobre arte de vanguardia en The Shock of the New. Pero, ¿por qué “la pequeña pantalla” y las artes visuales parecen condenadas a no entenderse? ¿no son la pintura y la escultura telegénicas? ¿Por qué ha faltado el compromiso del Art World? ¿Por qué somos unos agnósticos televisivos y unos televidentes ateos?
Las pantallas se han ido llenando de contenidos banales mientras íbamos mirando por encima del hombro: “Yo no tengo tele”, “Yo no miro la tele”, “en la tele no dan nada bueno”, “todo es telebasura”… Antes que nada, hay que entonar el mea culpa. La televisión no se interesa por nosotros, pero nosotros no nos hemos preocupado suficientemente por ella. La televisión puede que tienda a la basura y al entretenimiento vacuo pero que la parrilla televisiva se haya convertido en propaganda neoliberal no ha venido únicamente por la naturaleza del sector.
No podemos desentendernos de lo que emiten en TV. Cierto que la televisión en su búsqueda de lo espectacular tiende a anular la capacidad crítica pero no se trata de juzgar la idoneidad del medio sino de la responsabilidad que tenemos aquellos que trabajamos “dentro de las profesiones relacionadas con la imagen” -como nos llama Bourdieu-.
El caballo de Troya ataca desde dentro. Que la televisión no sea el medio más idóneo para la expresión del pensamiento y la transmisión de cultura no quiere decir que podamos despreciarla. Al contrario, la televisión pública es responsabilidad de los trabajadores de cultura. Somos nosotros quienes tenemos que tomar las riendas para crear contenidos de calidad y conseguir una mayor presencia de las artes visuales. Si no nos ponemos, otros se ponen. Miren “This is art”, infumable cochambre edulcorada llena de clichés y perfecto ejemplo de cómo no debe ser tratado el arte en la pequeña pantalla.
¿Que nos puede dar la televisión? Su facilidad por llegar a una mayor audiencia. La televisión consigue la anhelada visualidad de forma exponencial. Sólo para hacernos una idea del potencial de su potencial, el último programa del talent show Operación Triunfo, líder del prime time, registró, según datos de RTVE, una audiencia de 2.763.000 espectadores y una cuota de pantalla del 21,7%. ¿podría un programa dedicado a las artes visuales conseguir llegar a un público tan extenso? Probablemente no, pero bastaría con llegar a un pequeño porcentaje de ese público potencial. La retrospectiva que el Reina Sofía de Madrid dedicó a Dalí el verano de 2013 batió un récord en la historia de la pinacoteca al sumar cerca de 730.000 visitas. El mismo museo tuvo el año pasado un total de 3.646.598 visitantes. El Prado, 3.033.754 y el MNAC recibió en todo el 2017 a 820.516 personas.
Por supuesto hay que hacer un esfuerzo para que la gente salga de sus casas para ir a museos, pero si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma. En el mundo 3.0 es infinitamente más fácil reunir a la gente telemáticamente que hacerlo in situ.
Artistas, comisarios y críticos debemos plantearnos de modo colectivo cómo conquistar el medio y encontrar estratégicas para la integración de las artes visuales en la parrilla televisiva “para que lo que hubiera podido convertirse en un extraordinario instrumento de democracia directa no acabe siéndolo de opresión simbólica” como dijo Pierre Bourdieu. Es nuestra responsabilidad actuar como mediadores y producir contenidos realmente accesibles a todo el mundo. La televisión será cultura o no será.
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Gisela Chillida és comissària i crítica d’art
[…] Artículo publicado en Hänsel* i Gretel. […]