Raro es que todos los grupos políticos coincidan pero hace un par de semanas supimos que el Congreso había pactado por unanimidad que la filosofía vuelva a ser materia obligatoria en los institutos españoles tras un lustro reducida a materia troncal de 1º de Bachillerato. Con la entrada en vigor de la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa), popularmente conocida como ley Wert, se eliminó el carácter troncal de la Historia de la Filosofía de 2º de bachillerato y de Ética de 4º de la ESO. Solo algunas comunidades autónomas, entre ellas Cataluña, decidieron mantenerla en los tres cursos.
Ahora que el debate está abierto, es momento de pensar por qué la filosofía no solo debe ser obligatoria sino por qué, ante la hipotética situación de tener que prescindir de todas las materias curriculares y poder únicamente quedarse con una, esta debería ser, sin duda alguna, la filosofía.
Hoy en día, pensamos rápido y mal porque reflexionar pide tiempo. La creciente exposición a un flujo de información frenético ha llevado a un empobrecimiento del pensamiento. Para que todo funcione eficazmente, la toma de decisiones debe ser rápida y efectiva, no hay tiempo para perder(se) en divagaciones. Los deadlines nos acosan y todas las tareas deben estar hechas “para ayer”. La duda y el error se perciben como debilidad. Errar puede que sea humano pero en la era del machine learning, el error es únicamente esa falla que solventar cuanto antes. Tampoco hay espacio para la vacilación. Debemos ser capaces de sopesar todas las opciones y decidir con presteza.
En Google podemos encontrar respuesta a todo. YouTube dispone de infinitas horas de tutoriales que nos pueden enseñar cómo realizar cualquier cosa (de cómo maquillarnos a cómo enviar un cohete a la luna, pasando por las mejores recetas de salmorejo, que no debemos hacer si viajamos a Japón o los mejores ejercicios para tener un six-pack. Pero, ¿quién hará las preguntas?
Los grandes debates de la humanidad -la libertad, el conocimiento, la realidad, la moral, la verdad, el cuerpo, el lenguaje- toman ahora un nuevo enfoque: ¿podemos ser libres cuando nuestros gustos y preferencias están supeditados a un algoritmo que va a determinar los contenidos que se nos muestran o cuando todos nuestros movimientos, reales y virtuales, están completamente mapeados?
Estética y semiótica se convierten en campos absolutamente necesarios para desarrollar nuestra capacidad crítica ante la sobresaturación de imágenes y la hiper-estetización sociopolítica. En un momento en que las fake news y los hoax se diluyen entre la frenética circulación de información, la epistemología debe repensarse desde la posverdad. Los avances en biomedicina, robótica y cibernética nos llevan a una ontología post-humana que obliga a replantear nociones como humanidad o animalidad. La nueva generación, deberá también hacer frente a dilemas éticos que cuestionen cuáles son los límites científicos y tecnológicos: ¿hasta dónde llevará la singularidad las fronteras de los derechos y las responsabilidades de humanos y máquinas? ¿Qué diferenciará un ser humano y de uno robótico cuando ambas tengan conciencia?
“Mi mente se formó estudiando filosofía, Platón y ese tipo de cosas” confesó Werner Heisenberg, uno de los científicos más brillantes del siglo XX. Del mito de la caverna podemos aprender que las cosas no son siempre como las vemos. Sócrates nos invita a dudar de todo. Kant nos enseña que no hay inteligencia sin sensibilidad. Nietzsche, que la filosofía se hace en voz alta y caminando. Walter Benjamin nos da cuenta de la importancia de leer la historia a contrapelo. Guy Debord es básico para entender la sociedad del espectáculo en la que estamos inmersos. Michael Foucault nos enseña los peligros de la vigilancia y la seguridad.
No se trata únicamente de si la filosofía debe ser uno de los pilares de nuestra educación, claro está que sí. Se trata también de qué tipo de filosofía enseñamos. Hay que acercar las figuras clave que han articulado el pensamiento occidental, pero también introducir otras voces que hasta la fecha están completamente fuera del currículum educativo. El pensamiento decolonial, el feminismo, la conciencia ecológica deben integrarse en la materia de filosofía: Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Hannah Arendt, Donna Haraway o Judith Butler; también Frantz Fanon, Walter Mignolo, Edward Said, Homi K. Bhabha o Achille Mbembe.
Filosofar es aprender a hacer(nos) preguntas y tomarnos el tiempo necesario para hallar respuestas. La filosofía está en la base del pensamiento especulativo. Ella compete a todas las materias e imbuye todas las capas de la cultura: la filología, el arte, la ciencia, la tecnología, el entretenimiento… Por eso, que la generación millennial sepa filosofar va a ser la clave para que sea capaz de afrontar los nuevos retos.
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Gisela Chillida és crítica d’art i comissària independent.
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