¿Qué pasa cuando, como mujeres, decidimos motu propio sexualizarnos?
(I)
¿Qué hay más navideño que Papá Noel y las doce uvas? El vestido de Cristina Pedroche. O, mejor dicho, opinar sobre el vestido de la Pedroche. Imagino que a estas alturas todo ser viviente está al tanto, pero por si hay algún despistado en la sala, hago una puesta al día.
Esta Nochevieja será la séptima vez que veamos a la presentadora de televisión dar la bienvenida al nuevo año desde la Puerta del Sol, esta vez, acompañada por el chef Alberto Chicote. Si en sí ya es rancio que se siga escogiendo una pareja hombre-mujer para presentar las campanadas, la diferencia de atuendos nos regala cada año una estampa al estilo Déjeuner sur l’herbe que rezuma patriarcado por todos los costados. Él, hombre de mediana edad vestido con traje. Ella, más joven, de cuerpo espectacular, blanca y algo menos cubierta. No se trata aquí de que Cristina Pedroche sea quien abiertamente explica lo feliz e ilusionada que está con sus vestidos. Solo faltaría que llevara el vestido por obligación. Pero por más que diga, esa noche, ella no elige, la eligen. Pedroche no está ahí porque ella quiera, está ahí porque una cadena de televisión privada vio el filón. Aparecer en pantalla en uno de los momentos en que hay más espectadores es un privilegio. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Las campanadas son un evento televisivo que nos pertenece a todes porque lo que aparece en televisión los últimos minutos del año nos afecta a todes. Cuando estás en el punto de mira, tus decisiones van más allá de tu individualidad, aquello que dices y haces se convierte en altavoz.
Pedroche es un personaje público con la capacidad de convertirse en trending topic. ¿Qué imagen decide perpetuar? La de chica florero, dispuesta a pasar frío para lucir bien (la noche madrileña del 31 de diciembre roza los 0 grados) ¿Dónde se pone el foco del debate? En su vestido. Con su decisión perpetúa la imagen de chica-florero, refuerza la belleza como condición sine qua non para el éxito, algo que obviamente hace flaco favor al resto de mujeres. Necesitamos dinamitar esa imagen ideal con actitudes epatantes. Las mujeres tenemos en nuestra agenda desactivar el sometimiento constante a un juicio (de valor) por nuestro físico (por nuestro peso, por nuestra edad, por nuestros vestidos). Cómo viste una mujer no debe ser objeto de debate. Ninguna mujer debería alegrarse de que su vestido fuera el centro de atención. Y menos en este 2020 que (por suerte) ya termina. Las vestiduras nos pesan demasiado como para no darnos cuenta de que en la mayoría de los casos no son más que cadenas. Genial vestirte como te apetece, genial sentirse bella, genial que no te importe lo que piense el grosso de la población. Fatal que no te importe qué implicaciones puede tener tu decisión. Fatal que no te des cuenta de que, con tus elecciones, participas de ese mismo patriarcado que nos ahoga.
Para el 2021, necesitamos muchos más referentes femeninos capaces de poner sobre la mesa aquello que es realmente importante.
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Gisela Chillida és historiadora de l’art i comissària independent.
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