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Álex Sàlmon – Y Franco en casa de todos

Desenterraron al llamado caudillo, lo escribo en caja baja, y Franco se nos volvió a meter en casa con una transmisión en directo criticada y seguida por miles de televidentes, a una hora donde lo normal es estar trabajando.

Los temas que sugieren franquismo siguen despertando interés y morbo. Aquí y sobre todo fuera. Si quieren tener la atención de un corresponsal extranjero, cuéntenle algo de Franco. Será todo oído. La cuestión es que con el ‘generalísimo’, reitero la caja baja, se hace mucho presentismo, esa técnica historicista, y también periodística, perjudicial para encontrar la raíz de los momentos. Historiadores y periodistas precisan de un contacto con el tiempo del hecho histórico para poder contextualizar en toda su dimensión aquello que ocurrió o que dicen sucedió.

Con esa idea me zambullí en el libro de Pilar Eyre, “Un perfecto caballero” (Planeta 2019). Es una novela, es cierto. Pero si aceptamos como fenómenos históricos de relevancia las novelas de Santiago Posteguillo sobre Roma o de Ken Follett sobre la Edad Media, o de Javier Cercas sobre la Guerra Civil, por qué no de Eyre que ha utilizado fuentes vivas y recuerdos documentados, propios y familiares.

Su tema es la gran vergüenza no superada, y por ello oculta o ninguneada. Y se resume en como Franco vivió durante 40 años en casa de todos con una normalidad que observada desde 2019, el año que abrieron su tumba, tiene una apariencia negativa y desagradable.
Eyre arranca su libro con la entrada en Barcelona del tercio de Montserrat formado por requetés catalanes que lucharon en el bando franquista. Por orden del general Yagüe ellos fueron los primeros en pisar la ciudad. “Quiero que esos chicos carlistas sean los primeros que entren en Barcelona para liberarla del yugo rojo, para que se vea que nosotros no odiamos a Cataluña ni a los catalanes, sino que les tendemos la mano para que se incorporen a nuestros proyecto: ¡el imperio!”, escribe Eyre en voz de Yagüe antes de entrar en Barcelona. La frase explica la tesis de la obra que se concreta con la evidencia de que, durante aquellos posteriores años, “Franco estaba en la ciudad de forma habitual”, como aseguró la autora el día que presentó la novela.

Los 40 y 50 fueron años franquistas en Barcelona. Los 60 tuvieron otra tonalidad dónde la prioridad ya no era encontrar comida o un trabajo, sino comprarse un 600. La fuerza de la novela histórica se caracteriza al asistir, gracias a las conversaciones ficcionadas de los protagonistas, en este caso, a la vida más cotidiana de aquellos barceloneses que, mal o bien, vivieron aquel momento. Y todo a través de Mauricio Casanovas, heredero de una empresa textil que vive desde su riqueza la angustia de la ciudad.

La normalidad era franquista. Y esa normalidad se enquistó sin que la sociedad más real, la no politizada, que era la mayoría, hiciera nada para repararlo. Tampoco podía. La narración nos conduce a la pregunta profunda que muchos jóvenes de mi generación le hicieron a sus padres en aquellos años de aprobación de la Constitución: ¿cómo se os pudo morir en la cama y de viejo?

Sin duda, la anterior generación, la de esos mismos progenitores que poco podían pensar en libertad cuando la necesidad primaria era comer y después encontrar un mísero trabajo, se lo preguntó casi cada día. Por ello, la muerte del dictador en la cama explica las demoledoras diferencias entre las dictaduras fascistas que inundaron la Europa entre los años 30 y 40, que fueron algo más breves, y la agonía de la España franquista. La sociedad española, la sociedad barcelonesa no fue culpable de aquello. Ir a la contra, y más en una sociedad hambrienta y temerosa tras tres años de guerra entre parientes y amigos, fue emocionalmente casi imposible.

Esa normalidad tensa y corrompida por la corrupción que se instaló también como una costumbre más, y que tan bien refleja “El perfecto caballero”, es la mejor prueba de que la Constitución del 78 fue y sigue siendo un éxito que espera modificaciones para consolidarla en el presente.

Ni inamovible ni eliminable. Las democracias siempre precisan de equilibrios hasta de aquellos que quieren destruirlas.

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Álex Sàlmon és periodista, analista a Catalunya Ràdio, Tv3, TVE i Ràdio 4. Professor de periodisme a la UAO i a la UIC.

Published inCiclesPeriodisme cultural i altres pistesPUBLICACIONS

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