Cada vez más mujeres se autodenominan feministas. También cada vez más hombres se consideran a ellos mismos “aliados de la causa feminista”. Puede que el 2018 haya sido el año en que el feminismo salió masivamente a las calles y llenó nuestras pantallas. A finales de 2017 el movimiento #metoo dio pistoletazo de salida. Millones de testimonios sobre acoso y abuso sexual fueron publicados en las redes sociales para dejar claro que las mujeres ya no íbamos a callar. La huelga feminista del 8 de marzo marcó un hito histórico. “Vivas nos queremos”, “Ni una más”, “En la calle quiero ser libre, no valiente” o “Si las mujeres paramos, se para el mundo” fueron algunas de las consignas más repetidas.
Estableciendo una genealogía, nos encontramos en lo que se ha llamado “la cuarta ola” y que está directamente asociada a la emergencia de las redes sociales. Efectivamente, los movimientos feministas de estos últimos tiempos no hubieran tenido el mismo alcance sin las redes. Pero como sabemos, su alcance en el mundo cibernético no es más que un espejismo que de poco sirve si no tiene un efecto directo sobre el mundo real. La viralidad feminista puede que se termine tan pronto como aparezca otro hashtag trending topic. Uno de los peligros del feminismo actual es que se convierta en un feminismo clickbait* que llame nuestra atención vendiéndonos un empoderamiento limitado sin apenas capacidad transformadora.
Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de feminismo? Cuando decimos “feminismo”, la mayoría de las veces nos referimos a un feminismo hegemónico a medida de la mujer europea blanca y de clase media que asume que sus preocupaciones engloban las de todas de las mujeres. Este movimiento feminista universalizador, que bascula entre un feminismo académico despolitizado y desradicalizado y un feminismo de masas en auge peligrosamente populista, ignora a las mujeres racializadas, las mujeres trans, las lesbianas, las pobres, aquellas con diversidad funcional, las que profesan otra religión, las migrantes, las que se encuentran en un país con un idioma distinto a su lengua materna… Pero donde decimos “feminismo”, deberíamos decir “feminismos”.
Más allá del feminismo blanco excluyente y reduccionista encontramos luchas feministas subalternas que tienen en cuenta las distintas realidades y experiencias. Cuando hablamos de feminismo debemos cuestionamos sus carencias y contradicciones. Ya en la década de los ochenta, desde el feminismo negro se empezó a hablar de la necesidad de interseccionalidad. La abogada norteamericana Kimberlé Crenshaw llamó la atención sobre cómo los distintos sistemas de opresión coadyuvaban y se retroalimentaban para mantener el statu quo. Como acusó la escritora afroamericana Audre Lorde, no es posible luchar contra una sola forma de opresión. Angela Davis, Alice Walker, Chandra Tapalde Mohanty, Gloria Anzaldúa o Sirin Adlbi Sibai han dejado clara la importancia de pensar el feminismo desde la periferia y la marginalidad.
No es cierto que si nos tocan a una, nos tocan a todas. El feminismo blanco está dejando de lado a millones de mujeres. Las actitudes paternalistas, la indiferencia, la negación de las desiguales condiciones o, directamente, la exclusión desactivan cualquier posibilidad de cambio.
Una de las grande grietas de este feminismo hegemónico es la adopción, consciente o inconsciente, de actitudes xenófobas y racistas. Las políticas feministas contemporáneas no han sabido contestar al neocolonialismo. Al contrario, desde un inicio lo interiorizaron en la base de su pensamiento. La islamofobia se hace patente, por ejemplo, cuando consideramos a una mujer que decide llevar hijab menos libre y menos “adaptada” que opte por una vestimenta “occidental”. Y nos parece totalmente lícito opinar sobre ello. ¿Permitiríamos que una mujer musulmana nos dijera que estamos menos emancipadas porque hemos decidido ir a la playa depiladas? Recordando las palabras de la activista afroamericana bell hooks “todas las mujeres blancas de este país saben que su raza es una categoría privilegiada y, por mucho que decidan reprimir o desmentir este hecho, no significa que lo desconozcan. Simplemente lo están negando”. Sabemos que en España las mujeres ganan un 30% menos que los hombres. Aunque sería más preciso decir que las mujeres blancas ganan un 30% menos que los hombres. Las mujeres negras cobran un 40% menos que los hombres blancos. El feminismo totalizador se queda corto.
La cuestión de clase también ha sido una problemática dentro de la lucha feminista. “En los círculos mayoritariamente blancos del recién formado movimiento de liberación de las mujeres, la división más evidente entre mujeres era la de clase”, escribe también bell hooks. Fueron sobretodo las feministas lesbianas quienes evidenciaron la dificultad de las mujeres para abrirse camino en el campo laboral. La brecha salarial, el techo de cristal o el acoso laboral son algunas de las trabas que impiden la independencia económica de muchas mujeres, especialmente de las de clase más baja.
La tarea pendiente para este año que empieza es abrirnos hacia un feminismo interseccional que surja de un trabajo colaborativo absolutamente conflictivo y contradictorio. Este es el gran desafío. No se trata de hablar por todas sino de que todas puedan hablar. El feminismo verdaderamente transformador solo será posible si somos capaces de forjar alianzas de sororidad entre el pensamiento decolonial y postcolonial, la teoría queer y trans, el posthumanismo, el activismo tullido, la conciencia ecológica… Solamente así, las luchas feministas podrán desplegar todo su potencial a corto, medio y largo plazo y encaminarse hacia la transformación total de la sociedad
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Gisela Chillida és crítica i comissària d’art
*clickbait.- neologismo inglés traducido al español como «ciberanzuelo» o «cibercebo» usado para describir aquellos contenidos en Internet que llaman nuestra atención con un titular sensacionalista de dudosa calidad con el objetivo de generar ingresos publicitarios gracias a nuestro click.
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