Dicen que el hábito no hace al monje,
pero en ocasiones el monje agarra el
hábito que más le conviene.
En nuestro sector, el de la música, el que navega por cauces donde el agua a menudo escasea, deberíamos coger el hábito, sobre todo los músicos – los auténticos forjadores de iniciativas, proyectos y obras musicales –, de cruzar de vez en cuando las miradas.
Barcelona dispone de un plantel de músicos de primerísima categoría. Este dato es incontestable. Un dato que acoge a músicos de diversas generaciones: una cantidad considerable de jóvenes, otra cantidad también considerable de los que ya han contrastado su madurez musical y, por supuesto, todos los veteranos que son referencia del resto del conjunto. A estos últimos habría que brindarles el rango de maestros, tal y como en el argot flamenco se denomina a los grandes del género.
Todos deberíamos coger el hábito de cruzar miradas más a menudo. Y este cruzamiento se debería llevar a cabo en el hábitat natural de los músicos, es decir, en los lugares donde actúan: salas de conciertos, clubes, auditorios, teatros, espacios públicos y cualquier sitio donde se practique música en vivo.
Me he referido a la calidad artística de los músicos de Barcelona, ahora haré hincapié en la cantidad. El que programa, tanto desde el ámbito público como desde el ámbito privado, lo que desea con más ahínco es comprobar que en el lugar de la actuación haya pocas butacas vacías. El número de músicos es muy alto, muy grande y muy denso. Si cuando actúa un grupo en cualquier recinto, asistiera un número considerable de compañeros, aunque fuera tan sólo con la intención de cruzar miradas, el sector crecería exponencialmente y se crearía expectación y comunidad. Porque de expectación y comunidad cojeamos…
Propongo que los músicos asistan, siempre que sus agendas se lo permitan, a los conciertos de sus colegas. Practicar el hábito de “cruzar las miradas”, allí donde los (otros) músicos exponen sus logros, quizá ayudaría a aumentar el número de espectadores y a que el boca a oreja gire a favor de todos: hoy por mí y mañana por ti. Mirémonos a nosotros mismos y obviemos los condicionantes del público aficionado a la música para no asistir a nuestras propuestas artísticas y el porcentaje de población que no tiene a la música como una de sus preferencias.
Crucemos las miradas entre nosotros, aparquemos la zona de confort, revitalicemos la curiosidad, vayamos a saludar, escuchar, mirar a nuestros compañeros profesionales, aquellos que anhelan lo mismo que tú: actuar ante un público para ofrecerle el esfuerzo de tu trabajo.
La realidad es cambiante. La actitud también debería caminar hacia este cambio que propongo: que el colectivo de los músicos profesionales practique el trueque, la ayuda mutua y la solidaridad.
Si pensamos que hay algún problema común que nos afecta a todos, por ejemplo, la dificultad que tienen los locales de pequeño, mediano y gran formato de vender entradas, cojamos las riendas nosotros y demostremos que nuestra música interesa a un número determinado de personas, un número compuesto mayoritariamente por colegas, por músicos que están dispuestos a cruzar su mirada.
Nos jugamos el fortalecimiento del sector, de nuestro sector, de nuestras carreras profesionales, de nuestras aspiraciones artísticas. Nadie nos va a ofrecer ningún tipo de redención. En nuestras manos está que se extienda como una gran mancha de aceite la premisa de que llenamos allí donde actuamos porque arrastramos a nuestros compañeros de profesión.
Y como somos tantos y como amamos el “cruce de miradas”, seremos capaces de contagiar a amigos, conocidos y posiblemente a segmentos sociales que hasta ahora no han sido receptivos a acercarse a mirar nuestro trabajo.
Que así sea.
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Lluís Cabrera és President de la Fundació Taller de Músics.
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