Se han publicado libros, crónicas y artículos que de sobras demuestran la complicidad de Barcelona con la música de jazz. Por tanto, me limitaré a dar unas cuantas pinceladas, todas ellas a partir de 1979.
Mi acercamiento a la música se produce cuando descubro el flamenco diez años antes a través de mi participación en la Peña Cultural Enrique Morente del barrio de Verdum, en Barcelona. A mediados de 1979, un socio de la Peña, Fernando Hernández Les, me incitó a asistir a un concierto de jazz en La Cova del Drac, la de la calle Tuset. Fue en aquel sótano donde quedé atrapado por una música que, o bien ella te acoge, o bien la acoges tú a ella. En mi caso fue un abrazo donde nos entrelazamos, un enjaretamiento que ha perdurado en el tiempo.
En La Cova del Drac conocí a Ramón Tordera, el propietario de aquel espacio, un lugar de pequeño formato donde a diario se programaba jazz. Allí, Petri Palou me presentó a Tete Montoliu, una presentación que pronto propició una fraternal amistad. Fue en la mítica Cova donde me embelesaba escuchando los ensayos de la Locomotora Negra bajo el empuje personal y musical de Ricard Gili. La Cova me conectó con Enric Vázquez, por aquella época profesor de la Universidad Politécnica de Catalunya y que además de sus clases de estructuras, ofrecía una asignatura libre sobre Historia del Jazz.
En pocos meses mi centro vivencial pasó de Verdum a la calle Tuset. Un cambio producido por la pulsión jazzística, sin que eso supusiera olvidar el flamenco. Creo que mi afición por el jazz afianzó mi pasión por el flamenco.
Sin el apoyo de Ramón Tordera muy posiblemente el Taller de Músics no hubiera nacido. El dueño de La Cova, durante julio de 1979 nos dejó, al núcleo inicial de los fundadores del Taller de Músics, su local para organizar dos seminarios, uno a cargo del pianista George Gruntz y otro a cargo del trombonista Joe Gallardo. Mañanas y tardes, clases de jazz. Por las noches, la primera semana conciertos liderados por Gruntz y la segunda semana liderados por Gallardo.
Algunos de los músicos barceloneses participantes en aquellos talleres fueron los encargados de completar las formaciones que arroparon a los dos músicos, a los primeros que yo vi realizar las funciones de profesores utilizando el jazz como método pedagógico.
Entre primeros de 1978 y finales de 1979, Barcelona alumbró tres centros de educación musical privados, Zeleste, Aula y Taller, que significaron un cambio profundo en el ambiente jazzístico catalán. Cada escuela colaboró, en la medida de sus posibilidades, a colocar a Barcelona al mismo nivel de otras capitales europeas y americanas donde la música de jazz hacía tiempo que se usaba (pedagógicamente) para formar profesionales de la música.
Con el paso del tiempo y hasta el día de hoy, en paralelo al desarrollo de la pedagogía musical basada en la música de jazz que se lleva a cabo en diversas escuelas extendidas por toda Catalunya, hay que destacar los cuatro centros superiores con sede en Barcelona: ESMUC, Liceu, Jam Session y Taller de Músics. Un potencial a tener en cuenta.
Además disponemos del Festival Internacional de Jazz de Barcelona (más los ciclos y festivales que se referencian a partir del jazz asentados en diversas ciudades catalanas) y el mítico Festival de Jazz de Terrassa, donde Valentí Grau ejerce de animador espiritual.
Otro aspecto a destacar sería el faro que alumbra con potente luz, la Asociación de Músicos de Jazz y Música Moderna, una entidad con más de veinticinco años de existencia.
Sería imperdonable olvidar los clubes y las salas que a diario programan música en vivo y donde el jazz predomina. Habría que puntualizar que el jazz, por suerte, acoge en su seno variantes estilísticas que en algunos casos divergen y en otros convergen.
Señalar que entre 1985 y 1995, el Harlem Jazz Club fue el escenario donde se bregaron los músicos que hoy en día están en fase de madurez creativa. Y que, a partir de la reapertura del Jamboree, este club marca el sendero jazzístico barcelonés. En 1992 apareció el JazzSi Club del Taller de Músics que a diario y desde entonces, ofrece conciertos de jazz junto a una programación ecléctica.
Por tanto, Barcelona dispone de todos los ingredientes para celebrar el 30 de abril, el Día Internacional del Jazz y en consecuencia poner en marcha los mecanismos para ser la sede central de este acontecimiento. Ahora bien, ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿Qué papel han de jugar las instituciones públicas en este proceso? ¿Han de ser los músicos agrupados en la Asociación de Jazz y Música Moderna, los encargados de animar a los otros agentes que conforman el sector?
Hace poco se ha creado la Academia de la Música Catalana. Quizá hayamos encontrado el punto de encuentro, el punto unitario que ejerza de locomotora para canalizar los impulsos colectivos. Pues manos a la obra: que la Academia recoja el guante y empiece a hilar la candidatura para que la capital de Catalunya se erija en la ciudad que reciba en 2018 los honores de ser el territorio internacional (mundial) de la música de jazz.
El que firma y la entidad que representa está por la labor. Lo sabe mi amigo Rafael Vallbona, escritor de raigambre y persona enamoradiza … del jazz, de la cultura y del arte.
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Lluís Cabrera es presidente de la Fundació Taller de Músics.