* Del cicle : CONSTRUCCIÓ i CANSAMENT A LA BARCELONA CULTURAL
Nuevas feminidades, nuevas masculinidades, gays, lesbianas, transexuales F2M y M2F, pansexuales, bisexuales, intersexuales, poliamorosos… las cosas están cambiando, ¿o quizá no tanto?
Una de las pocas cosas que podemos saber de un futurible humano antes de que nazca, además de si es portador de alguna enfermedad genética, es si va a ser “niño” o “niña”. Pese a que cada son vez menos los progenitores que expresan su preferencia por uno o por otro, niño vs. niña son etiquetas que nos suelen colgar cuando aún nadamos en líquido amniótico.
Pero considerar XX mujer y XY hombre es tan arbitrario como llamar a un objeto de cuatro patas con respaldo y dónde solemos aposentar las nalgas “silla”. Y aún lo es más el asociar a cada categoría determinados gestos, movimientos, actitudes, gustos manifiestos tanto en el ámbito público como en el doméstico. El binarismo de género, lejos de ser “natural” es una construcción producida y reproducida en nuestra vida diaria a través de acciones y discursos impuestos e incrustados. La clasificación hombre vs. mujer responde a una condición política y no biológica. Femenino-masculino no son más que una división de carácter metonímico que propone un imaginario colectivo jerarquizado, excluyente y asimétrico alrededor de diferencias anatómicas cuyo centro hegemónico serían los genitales. Son constructos socioculturales, ficciones políticas encarnadas sobre las que se sustenta una heteronormatividad basada en un ejercicio de opresión y exclusión que permite la dominación masculina. Por eso, aquello que llamamos género nos sigue condicionando, y mucho, desde antes de la cuna. Esa X o esa Y, más allá de implicar ciertas variaciones a nivel morfológico, genético y hormonal, marca, sobretodo, diferencias en cuanto a las relaciones de poder.
La noción de género surgió en los laboratorios médicos en los años cuarenta del siglo XX para referirse a los cuerpos de bebes intergénero. Judith Butler fue la primera en entender el género, el sexo y la sexualidad como algo performativo retomando la idea de Simone de Beauvoir “mujer no se nace, se hace”. Así, la correlación entre órganos sexuales- performatividad de género- deseo sexual no tiene ya ningún fundamento apriorístico de carácter biológico-natural sino que esa supuesta coherencia se “naturaliza” a través de la repetición, el habitus para Bourdieu. Es decir, no nacemos mujeres o hombres sino que aprendemos a serlo.
Cualquier desvío de la sencilla pero perversa ecuación hombre vs. mujer (con toda la carga semántica y performativa que eso implica) supone un desafío al falologocentrismo. El hombre blanco bienestante es la norma. Los otros la anomalía. Él es lo natural y universal. El resto es alteridad: la mujer, el minusválido, el inmigrante, el negro, la prostituta, el mendigo, el transexual, el homosexual… Si existe una metáfora de la mentalidad heteronormativa occidental aún vigente, está en los baños públicos con triplete de símbolos: hombre (con pantalón), mujer (con falda) y persona (en silla de ruedas). El de las mujeres acostumbra a tener cambiador para bebés. Los hombres necesitan urinario y retrete. Y ahí está el tercer baño: “baño de los menos válidos”. Baño para aquellos que no encajan en las otras categorías. Baño por eso queer*.
La igualdad ante la ley no es ni sinónimo ni garantía de igualdad en el espacio público. La ciudad sigue siendo un espacio sexualizado, masculino y heterocéntrico. A los billboards con mujeres altas, delgadas, jóvenes que nos golpean tan fuerte como un King Kong se suma el acoso sexual del que somos también el objetivo principal. Para la mujer, como para el queer, el espacio público es un territorio hostil. Sirva de ejemplo: durante las pasadas Fiestas de la Mercé se denunciaron cuatro agresiones sexuales, una de ellas grave, y dos ataques homófobos de un total de once reportes de agresiones sexistas.
El problema no está en la puerta del bar, no se esconde entre el gentío de las fiestas populares… el problema es estructural porque el Estado es androcéntrico. El patriarcado impregna el pensamiento científico, filosófico, religioso y político desde hace milenios, desde Las Metamorfosis de Ovidio a la revista Playboy. Reforzar la idea de que los ataques sexistas se dan en un contexto festivo nos ayuda a creer que esas agresiones sólo se producen en un marco dónde reina la euforia y el descontrol. Mientras toleremos anuncios que tratan a las mujeres como objetos, mientras se codifique su vestimenta, mientras seamos las que llevan maquillaje y falda, mientras el vocabulario siga diciendo “esto es la polla” y lo otro “es un coñazo”, mientras no haya tantas superheroínas como superhéroes seguirá habiendo ataques sexistas porque seguirá habiendo quien crea que las mujeres no somos más que el sexo débil, el segundo sexo.
La economía neoliberal no considera iguales a mujeres y hombres, unos y otros son targets bien diferenciados. El sexismo capitalista ha creado una gran industria basada en esa dualidad de género. Yogures, galletas, cereales, leche y todo tipo de productos consumibles por cualquier individuo se orientan únicamente a mujeres. Las mujeres vulnerables, sumisas e inseguras son una gran fuente de ingresos para el mercado. Productos de cosmética, y dietética convierten al cuerpo de la mujer en un artefacto tecnológico y plástico que lucha contra sí mismo: antiarrugas, anticelulitis, antestrías, anticanas…
Hace un par de veranos que se emite por televisión un spot de cuchillas de afeitar “para mujeres” (obviamente de color rosa). La escena sucede así: una amiga llama a otra para proponerle un plan de verano: ir a la playa. La amiga responde que no puede, pues sus vergonzantes vellosidades no se lo permiten. La amiga le sugiere que se afeite: problema solucionado. Como dijo Simone de Beauvoir: “el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los propios oprimidos”. ¿Cuántos hombres peludos como neardentales se plantearían dejar de ir a la playa por culpa de sus numerosos y luengos vellos?
El pasado agosto el Estado francés prohibió el uso del burkini en algunas de sus playas. Burkini y bikini tienen como premisa la naturaleza sexualizada y erótica del cuerpo de la mujer. A unas se les prohibe ser eróticas, a otras se las invita. En un caso esta claro quien pone las reglas, en el otro caso no tanto. La dominación se basa en una red compleja de relaciones de poder coadyuvantes, difusas, fragmentarias y ubicuas. Y es aquí donde reside el peligro: como el monóxido de carbono, el poder patriarcal es invisible pero tóxico y mortal. Nos creemos más libres pero en la era neoliberal lo único libre es el mercado.
Las categorías hombre y mujer no son ni algo natural ni la expresión individual y subjetiva de una identidad sino que responden a una imposición social violenta. Los roles de género son claramente culturales y políticos, pero son, sobretodo, desiguales y asimétricos. Por eso debemos desnaturalizar el binarismo de género, desarmar el sexismo, descodificar el androcentrismo, desaprender el falologocentrismo, descolonizar y despatrialcalizar los cuerpos, desactivar la gordofobia, la homofobia, el racismo, la xenofobia. La teoría feminista post-identitaria, inseparable de otros discursos disidentes y anti-hegemónicos, revela la injusticia que radica en toda diferencia sexual. Es un pensamiento paradójico que obliga a actuar desde el lugar que se quiere suprimir. Feminismo que no busca la igualdad ni la paridad entre hombres-mujeres sino la equivalencia entre sujetos: hombre, mujer, homosexual, heterosexual, transexual… no son -parafraseando Paul B.Preciado- sino “máquinas, productos, instrumentos, aparatos, trucos, prótesis, redes, aplicaciones, programas, conexiones, flujos de energía y de información, interrupciones e interruptores, llaves, leyes de circulación, fronteras…”. Por eso, desarticular las taxonomías es el único modo para poder existir como individu@s con identidades elásticas, cambiantes, móviles, libres de constricciones y sin apriorismos. Y, como dijo Amelia Valcárcel: “ser individuo no es asunto individual”.
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Gisela Chillida és historiadora de l’art
*queer: Del inglés “raro” o “poco habitual”. Engloba a quienes se sitúan al margen del régimen heterosexual binario hombre vs. mujer. En origen tenía connotaciones peyorativas y servía para designar cualquier sujeto subalterno. Eran queer el tramposo, el ladrón, el borracho, el homosexual… En un ejercicio de autoempoderamiento, las sexualidades no heteronormativas se apropiaron del vocablo para autodesignarse. Si como dijo Wittgenstein “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mi mundo”, un lenguaje patriarcal construye mentes patriarcales por la imposibilidad misma de pensar fuera de él. Por eso, adueñarse de un insulto se convierte en un acto de resignificación crítico de marcado carácter político.