Desde el año 1993 no hay un ministro de Cultura catalán. Fue Jordi Solé Tura que sustituyó a Jorge Semprún. ¡Menuda época de ministros leídos y cultos! Casi justo 28 años después, Miquel Iceta, un catalán también culto y leído, se ha convertido en máximo responsable de la cultura en España. La decisión es de calado si detrás de ella existe una estrategia por una mayor sensibilidad de la cultura catalana en el Ministerio y, en realidad, del resto de culturas de España.
En el caso de Cataluña, el interés debe tener un doble camino. Por un lado, la potencia de la cultura catalana y del mundo editorial español situado en Barcelona debería pesar más en las prioridades ministeriales. Junto a esa decisión, es necesario un mayor interés por cuidar todos aquellos intereses e inversiones que tiene el Estado en la comunidad catalana.
El Liceu, el MNAC, el MACBA, el Museu Picasso, la Fundació Miró y otros espacios de la ciudad muy representativos en su contenido creativo tienen fuertes inversiones del Estado sin que ello sea evidenciable. La poca representatividad que ejerce como institución pública, a modo de rutina, en la comunicación o haciéndose valer en los consejos o en las juntas, explican el desconocimiento que los ciudadanos tienen de todo ello.
Durante aquella época socialista de Felipe González existió una necesidad de explicación y de apoyo por evidenciar la importancia de la cultura catalana. Los posteriores gobiernos de Aznar creyeron que una omisión de los órganos de gobernanza ayudaría en sus relaciones con aquella Convergencia de Pujol. Lo que ocurrió fue todo lo contrario. Y en estos momentos, llegados al presente, son muchos los catalanes que desconocen el respaldo del Estado a los proyectos intelectuales en Cataluña. La llegada del nuevo ministro Iceta a Cultura puede cambiar esta situación. El conocimiento que tiene sobre las diferentes instituciones culturales y la predisposición de involucrarse en sus gestiones, manteniendo la absoluta independencia y libertad de cada una de las direcciones, podría dar un vuelco a la percepción que se tiene desde Cataluña y el interés que existe desde el ministerio. Esta metodología debería extenderse a las diferentes comunidades autónomas. Y no desde un punto de vista de control, en absoluto, sino todo lo contrario. Es una cuestión de complicidad.
En el caso concreto de Cataluña, sí se precisaría de algún tipo de órgano que coordinara la potencia cultural que existe en Barcelona, con los intereses para que esta fuerza llegara a toda España y, de forma recíproca, la ciudad se fortaleciera con temas que se trabajan en Madrid. Casi como una cocapitalidad cultural. Tanto en Madrid como en Barcelona hay ciertos sectores que rechazan de entrada este grado de conexión. Pero porque nunca lo probaron o lo probaron poco. Habría que desenterrar momentos con el ministro Jordi Solé Tura. Un departamento o comisariado que se dedicara a trabajar en esta labor de fusión conjunta demostraría al territorio que existen espacios de relación por descubrir y las muchas posibilidades que tienen las dos ciudades, en este caso debería ser las ciudades más que las comunidades, bajo el amparo del Estado. Los mayores beneficiados serían los creadores. La política, como casi siempre, debería hacerse a un lado y dejar que fluyera la necesidad de invención y conexión entre artistas. En todos los campos. Los más evidentes están en las artes visuales como en la música y el teatro. Y, en este caso, tiene un valor muy claro el mundo editorial.
Barcelona sigue siendo la capital del libro en lengua castellana. Todo el mundo reconoce esa potencia, pero nadie en serio ha asumido un proyecto que lo evidenciara. Para que fuera un éxito precisaría de la implicación de Madrid. Sin duda. Y sin problemas, ni tapujos. Todo ello con una premisa: la política más partidista debería quedar excluida.
Iceta reúne las características suficientes como para empatizar con todas las sensibilidades. Las de los creadores, las de los gestores culturales y las telarañas políticas en las que, en más de una ocasión, se quedan adheridos los servidores públicos. Ya lo dice la expresión: servidor. O sea, al servicio de… Al servicio de la cultura.
*
Álex Sàlmon és periodista, analista a Catalunya Ràdio, Tv3, TVE i Ràdio 4. Professor de periodisme a la UAO i a la UIC.
Be First to Comment