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Republicat de 1r compèndium – Lluís Cabrera – Grietas en la pirámide cultural

 

Barcelona concentra buena parte de la actividad cultural que se desarrolla en Catalunya. Una particularidad de las capitales de casi todos los países. Esto no significa que fuera del ámbito barcelonés el meneo cultural no sea remarcable.

Ocurre que Barcelona es sede de todos los grandes contenedores oficiales de cultura de las diferentes ramas artísticas. Desde que las instituciones públicas se hacen cargo del mantenimiento, a través de consorcios, del funcionamiento y proyección de la actividad cultural de estos espaciosos equipamientos, hay sectores sociales que consideran que lo que se produce y expresa al margen de estos edificios no es cultura ni debe ser tratada como tal. Un pensamiento conservador muy arraigado entre las clases pudientes, las que disponen de mecanismos para incidir ante nuestros representantes políticos. Como muestra, el día del estreno de cada temporada del Gran Teatre del Liceu, donde la presencia continuada, año tras año, de la crema política catalana es prolífica y evidente. Hay citas a las que no se puede faltar.

Con el tiempo se ha ido desarrollando una especie de pirámide donde la cúspide es receptora de un porcentaje altísimo de la inversión económica de carácter público. La cúspide acoge a los contenedores oficiales de cultura sin que, según mi opinión, desde las instituciones políticas se exija a los equipos gestores el esfuerzo necesario para hacer efectivo el retorno social que merece semejante inversión. Se ha asumido que la cúspide es intocable y, además, como el prestigio social es inherente a ese vientre, nadie es capaz de poner en entredicho su función en la época actual. Y esto es algo más propio del siglo XIX que del XXI.

Esta anomalía comporta una distorsión de calado para el resto de agentes que participan en la cadena de creación, producción y distribución de la cultura, la que aflora al margen de esos grandes espacios. Podríamos situar aquí a los creadores autónomos, pequeñas y medianas empresas, así como asociaciones, entidades, fundaciones y grupos que aglutinan unos buenos puñados de actividades culturales con unas dinámicas y unos trayectos que conectan con los anhelos de transgresión y libertad que demanda el quehacer artístico.

Excepto la cúspide, la anomalía ocupa toda la pirámide, es decir, la fronteriza, la central y la base. Si seguimos así y no somos capaces de repensar el sistema imperante hasta ahora, la cúspide podría desbordarse por exceso de riego. Por otro lado, sin una transformación, estaremos abocados a la desertización del resto de la pirámide por falta de riego, un desastre que no nos podemos permitir. La vara de medir la inversión pública debe adaptarse a lo que acontece y a los deseos de justicia social que nuestra sociedad demanda.

Lluís Cabrera

*

Lluís Cabrera es presidente de la Fundació Taller de Músics.

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Segueix el debat diari de Hänsel* i Gretel* al nostre compte de TWITTER[:es]*  Del cicle : CONSTRUCCIÓ i CANSAMENT A LA BARCELONA CULTURAL

Barcelona concentra buena parte de la actividad cultural que se desarrolla en Catalunya. Una particularidad de las capitales de casi todos los países. Esto no significa que fuera del ámbito barcelonés el meneo cultural no sea remarcable.

Ocurre que Barcelona es sede de todos los grandes contenedores oficiales de cultura de las diferentes ramas artísticas. Desde que las instituciones públicas se hacen cargo del mantenimiento, a través de consorcios, del funcionamiento y proyección de la actividad cultural de estos espaciosos equipamientos, hay sectores sociales que consideran que lo que se produce y expresa al margen de estos edificios no es cultura ni debe ser tratada como tal. Un pensamiento conservador muy arraigado entre las clases pudientes, las que disponen de mecanismos para incidir ante nuestros representantes políticos. Como muestra, el día del estreno de cada temporada del Gran Teatre del Liceu, donde la presencia continuada, año tras año, de la crema política catalana es prolífica y evidente. Hay citas a las que no se puede faltar.

Con el tiempo se ha ido desarrollando una especie de pirámide donde la cúspide es receptora de un porcentaje altísimo de la inversión económica de carácter público. La cúspide acoge a los contenedores oficiales de cultura sin que, según mi opinión, desde las instituciones políticas se exija a los equipos gestores el esfuerzo necesario para hacer efectivo el retorno social que merece semejante inversión. Se ha asumido que la cúspide es intocable y, además, como el prestigio social es inherente a ese vientre, nadie es capaz de poner en entredicho su función en la época actual. Y esto es algo más propio del siglo XIX que del XXI.

Esta anomalía comporta una distorsión de calado para el resto de agentes que participan en la cadena de creación, producción y distribución de la cultura, la que aflora al margen de esos grandes espacios. Podríamos situar aquí a los creadores autónomos, pequeñas y medianas empresas, así como asociaciones, entidades, fundaciones y grupos que aglutinan unos buenos puñados de actividades culturales con unas dinámicas y unos trayectos que conectan con los anhelos de transgresión y libertad que demanda el quehacer artístico.

Excepto la cúspide, la anomalía ocupa toda la pirámide, es decir, la fronteriza, la central y la base. Si seguimos así y no somos capaces de repensar el sistema imperante hasta ahora, la cúspide podría desbordarse por exceso de riego. Por otro lado, sin una transformación, estaremos abocados a la desertización del resto de la pirámide por falta de riego, un desastre que no nos podemos permitir. La vara de medir la inversión pública debe adaptarse a lo que acontece y a los deseos de justicia social que nuestra sociedad demanda.

Lluís Cabrera

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Lluís Cabrera es presidente de la Fundació Taller de Músics.

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Sigue el debate diario de Hänsel* i Gretel* en nuestra cuenta de TWITTER[:en]*  Del cicle : CONSTRUCCIÓ i CANSAMENT A LA BARCELONA CULTURAL

Barcelona concentra buena parte de la actividad cultural que se desarrolla en Catalunya. Una particularidad de las capitales de casi todos los países. Esto no significa que fuera del ámbito barcelonés el meneo cultural no sea remarcable.

Ocurre que Barcelona es sede de todos los grandes contenedores oficiales de cultura de las diferentes ramas artísticas. Desde que las instituciones públicas se hacen cargo del mantenimiento, a través de consorcios, del funcionamiento y proyección de la actividad cultural de estos espaciosos equipamientos, hay sectores sociales que consideran que lo que se produce y expresa al margen de estos edificios no es cultura ni debe ser tratada como tal. Un pensamiento conservador muy arraigado entre las clases pudientes, las que disponen de mecanismos para incidir ante nuestros representantes políticos. Como muestra, el día del estreno de cada temporada del Gran Teatre del Liceu, donde la presencia continuada, año tras año, de la crema política catalana es prolífica y evidente. Hay citas a las que no se puede faltar.

Con el tiempo se ha ido desarrollando una especie de pirámide donde la cúspide es receptora de un porcentaje altísimo de la inversión económica de carácter público. La cúspide acoge a los contenedores oficiales de cultura sin que, según mi opinión, desde las instituciones políticas se exija a los equipos gestores el esfuerzo necesario para hacer efectivo el retorno social que merece semejante inversión. Se ha asumido que la cúspide es intocable y, además, como el prestigio social es inherente a ese vientre, nadie es capaz de poner en entredicho su función en la época actual. Y esto es algo más propio del siglo XIX que del XXI.

Esta anomalía comporta una distorsión de calado para el resto de agentes que participan en la cadena de creación, producción y distribución de la cultura, la que aflora al margen de esos grandes espacios. Podríamos situar aquí a los creadores autónomos, pequeñas y medianas empresas, así como asociaciones, entidades, fundaciones y grupos que aglutinan unos buenos puñados de actividades culturales con unas dinámicas y unos trayectos que conectan con los anhelos de transgresión y libertad que demanda el quehacer artístico.

Excepto la cúspide, la anomalía ocupa toda la pirámide, es decir, la fronteriza, la central y la base. Si seguimos así y no somos capaces de repensar el sistema imperante hasta ahora, la cúspide podría desbordarse por exceso de riego. Por otro lado, sin una transformación, estaremos abocados a la desertización del resto de la pirámide por falta de riego, un desastre que no nos podemos permitir. La vara de medir la inversión pública debe adaptarse a lo que acontece y a los deseos de justicia social que nuestra sociedad demanda.

Lluís Cabrera

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Lluís Cabrera es presidente de la Fundació Taller de Músics.

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Published inARTICLES DE TOTS ELS CICLESConstrucció i cansament a la Barcelona cultural
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