Tenía que fotografiarle en la sede del Grupo Planeta. Allí no existe un rincón digno de un retrato decente, además de que hay demasiadas miradas atentas a todo lo que ocurre. Obligué a José Antonio Marina a recorrer todos los rincones del edificio y él me siguió sin rechistar. Hasta que, en cierto momento, mientras subíamos por una escalera, se plantó en seco y dijo que no podía más. Ese gesto, el de la mano sobre la frente, y la perspectiva que me ofrecía componían la foto perfecta.
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