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Mª Àngels Cabré – Cultura gratis: la epidemia perenne

Es de suponer que durante estas semanas eternas y absurdas de confinamiento -que aún van para largo-, el ejemplar personal sanitario que cuida de nuestras vidas ha cobrado puntualmente su sueldo a fin de mes. No así los/las creadores/as culturales, dedicados a colgar contenidos gratuitos en las redes y a ofrecerlos a radios y televisiones, que han rellenado con nuestro trabajo –y sin retribución alguna- sus espacios, ahora carentes de noticias que contar, estrenos que comentar, etc. Con grandes dosis del entusiasmo que nos es propio –y que explica Remedios Zafra en El entusiasmo, Premio Anagrama de Ensayo 2017-, hemos entretenido las horas de los millones de confinados y confinadas a cambio de un puñado de likes.

Es ya costumbre suponer que quienes nos dedicamos a esto de la cultura en cualquiera de sus modalidades somos unos privilegiados. No solo nos dedicamos a los que nos gusta sino que cobramos por ello, arguyen algunos. La primera afirmación es cierta, la segunda me temo que no. Cobramos tan poco por dedicarnos a la cultura que casi es como si no cobráramos.

Empecé a trabajar en el sector cultural muy joven, aún como estudiante universitaria. Por pura vocación. De eso hace ya tres décadas, sin interrupción, y no recuerdo ningún momento en que me haya ganado la vida cuanto menos dignamente. Desde entonces, me ha acompañado la sensación de estarme dedicando al oficio más ruinoso del mundo. Ello sumado a la sensación de que nadie creyera que se trataba del oficio más ruinoso del mundo, ha generado en mí una sensación bastante incómoda de impostura: soy rica sin serlo y soy afortunada sin serlo tampoco.

La cultura siempre ha estado acompañada de un halo de prestigio. Quienes nos dedicamos a la cultura podemos estar sumidos en la ruina, pero aún así son legión quienes nos envidian: escribir, pintar, actuar, bailar, cantar, dirigir cine o teatro… ¡Qué interesante, qué glamuroso! Quienes nos envidian leen libros, pasean por museos y galerías, asisten a conciertos, van a ver espectáculos. Quienes nos envidian aprecian nuestro trabajo y lo disfrutan, y no se les ocurre ni remotamente que lo llevemos a cabo en condiciones tan precarias porque parece imposible que así sea. Pero así es.

La tan extendida convicción de que la cultura se construye desde unas condiciones mínimamente solventes es la que lleva a las instituciones y a la clase política, por contagio, a creer que la cultura sobrevive con muy poco y que puede alimentarse del capital simbólico del prestigio y poco más. ¿Acaso los/las creadores/as no han creado muy a menudo en miserables buhardillas y estudios improvisados con cristales rotos y estufas pestilentes? ¿Por qué entonces no podrían seguir haciéndolo? La consecuencia es que la cultura solo recibe las migajas del dinero público por mucho que contribuya en un 3,2% al PIB nacional.

Claro que nosotros/as no hemos sido los únicos que durante esta epidemia hemos regalado y seguimos regalando nuestra trabajo. Más allá de las ONG y las instituciones dedicadas a la caridad, que gratuitamente se ocupan de las urgencias que el Estado ignominiosamente desatiende, el ejército de mujeres –permítaseme aquí la expresión castrense, a pesar del abuso de las mismas durante la pandemia- que hace posible que el engranaje funcione ha seguido ofreciendo sus manos y sus cuerpos sin contraprestación alguna.

¿Quién ha cuidado a los niños que el Estado irresponsable ha enviado a sus casas sin colegio? ¿Quién ha atendido a los ancianos que ya vivían en los domicilios o que han tenido que ser rescatados de las vergonzosas residencias donde el lucro impera sobre la dignidad? ¿Quién ha hecho posible que los dependientes sobrellevaran los días? El Estado ha cargado sobre los hombros de una mayoría femenina esas tareas y no les ha dado nada a cambio, ni siquiera un aplauso de las ocho de la tarde.

La realidad que nos espera a la salida del túnel tiene muy pocas certezas, pero una de ellas es que a partir de ahora los recortes en sanidad serán más cuestionados por la ciudadanía. Se está hablando ya de un merecido aumento de la remuneración del personal sanitario. Pero, ¿alguien habla de remunerar a las mujeres que mientras hacen milagros con el tele trabajo o se sientan ocho horas al día en la caja de un supermercado o atienden detrás del mostrador de una farmacia cuidan de los suyos en jornadas extenuantes? ¿Alguien habla de compensar a los/las muchos/as trabajadores/as de la cultura que, sin haber cobrado un duro durante este período, no hemos podido disponer ni de una sola ayuda económica? ¿Se compensará a la industria cultural que vea sustancialmente mermados sus ingresos a final de año por culpa de los largos cierres temporales y del aforo limitado?

Una de las reclamaciones ya históricas del movimiento feminista es la retribución económica de los cuidados. Que el capitalismo le haya puesto precio a todo menos a ese aspecto tan fundamental de nuestras vidas vulnerables -siempre necesitadas de las atenciones de otros y, en algunas etapas como esta, urgida de ellas-, es una seria asignatura pendiente. La devaluación del trabajo femenino data de siglos, habiéndose llegado al punto de considerar la producción que se hacía en casa (labores de confección para la venta, etc.) como “trabajo doméstico”.

Silvia Federici explica muy bien la expulsión de las mujeres del salario en Calibán y la bruja, un ensayo que va a los orígenes de la expropiación social de la condición femenina. Como cuenta Federici, el llamado “patriarcado del salario” consiste en que las mujeres no tengan dinero propio y deban permanecer sujetas a los hombres, que sí lo tienen. Haber robado a las mujeres el derecho a un salario digno –como evidencia la aún inmensa brecha laboral de género-, ha perpetuando nuestra subordinación y nuestra expulsión a los márgenes.

Con la cultura hace años que está sucediendo exactamente lo mismo: desposeer al sector cultural de salarios dignos lo convierte en un sector sometido. Como afirma Zafra en el citado ensayo, la precariedad es una manera de mantener al sector cultural domesticado. A mayor precariedad, mayor energía empleada en la mera supervivencia; a mayor precariedad, mayor individualismo y menor capacidad de ofrecer una resistencia colectiva. Por cierto que convendría asimismo estudiar a fondo cómo la incorporación progresiva de las mujeres a la cultura ha aumentado su valor en la bolsa de lo superfluo.

Sabemos que el lugar que ocupan las mujeres en una sociedad determina su grado de civilización, pero quizás ya toque empezar a pensar que el lugar que ocupa en ella la cultura determina también ese grado de civilización. Esperamos muy poco del actual ministro de Cultura -dado su absoluto desconocimiento del sector- y, a falta de un muy improbable Pacto de Estado para la Cultura, solo nos queda confiar en las ciudades con capacidad para erigirse en motores culturales.
Barcelona está gobernada por una alcaldesa que afirma ser feminista y estoy convencida que lo es muy por encima de la mayoría de alcaldes y alcaldesas de las grandes ciudades españolas. Una alcaldesa que cree en la dignificación de los cuidados, por ejemplo. La pregunta es, ¿cree en la cultura? Hasta ahora su apuesta por la cultura ha sido enormemente tibia -¿cuántos programas culturales tiene Betevé, por ejemplo?-.

En este reset que se anuncia, ella y su equipo tienen una oportunidad excelente para demostrar que sí les importa y que no quieren dejar caer por el precipicio la débil estructura cultural tan esforzadamente construida en esta ciudad. Está en marcha el Pacto de Barcelona, un gran pacto destinado a reimpulsar la ciudad después del COVID-19. Ignoro si entre los cerca de cincuenta representantes de los distintos sectores que lo integran se ha contado con los representantes de la cultura e ignoro si la cultura forma parte de sus prioridades o quedará como siempre arrumbada en favor de otros sectores considerados más perentorios, mientras creadores y creadoras seguimos regalando gratis, o casi, nuestro entusiasta trabajo.

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Mª Àngels Cabrés és directora de l’Observatori Cultural de Gènere
http://observatoricultural.blogspot.com/

Published inARTÍCULOS DE TODOS LOS CICLOSConstrucción y cansamiento en la Barcelona culturalPUBLICACIONES

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