La propuesta intelectual que hace la campaña de comunicación de la nueva Temporada Alta, “30 años de historia”, tiene una profundidad que supera todas las obras teatrales que están previstas para este año.
El tema es peliagudo. Se puede exprimir desde dos puntos de vista. El primero: a partir de los excesos de lo políticamente correcto. Claro que habría que preguntarse qué se incluye en ese políticamente correcto. El segundo: podríamos analizarlo desde la esencia de la libertad de expresión que pasa por la obligación de la evidencia de que el artista no se sienta obligado a omitir nada de su mensaje.
Otra forma de considerarlo pasa por los límites de la acción actoral, ¿hasta dónde es lícito conducir a los actores a experimentar auténtico dolor para explicar el dolor? El dolor físico, el dolor psicológico. El dolor en todas sus formas.
Todas estas cuestiones pasan por el cortometraje que Salvador Sunyer, hijo del director de Temporada Alta, Salvador Sunyer, ya lo dicen, poco originales, hizo como en otras ocasiones para el festival, y que este año decidió que fuera la última de sus colaboraciones.
El cortometraje, cuyo título es “Alopècia Androgénica”, está sustentado en dos ejes fundamentales: el riesgo ante el hecho creativo y ante la libertad de creación. Sobre el primero está más relacionado hasta dónde se puede llegar para recrear una idea. Existe una filosofía sobre ello y muchos ejemplos concretos. Uno, algo olvidado, fue la muerte real de un perro apaleado por la actriz Lola Gaos en la película “Furtivos” (1975), dirigida por José Luis Borau. Una muerte innecesaria y que ahora hubiera sido denunciada ante la justicia.
La otra es la coacción que se intuye en la introducción del corto sobre el miedo del creador a expresar lo que realmente se quiere explicar. Pero la narración comienza convirtiendo al Rey Felipe en un corrupto, gracias a una aplicación tipo Zao (un sistema digital donde se transforma tu rostro en la cara de un famoso), autoinculpándose por las corruptelas de la familia. Más claro no se puede ser. Es difícil encontrar mayor libertad de cátedra.
Aparte de que algún monárquico puede tirarse de la cabellera (referencia al trabajo audiovisual que Sunyer utiliza sobre las alopecias androgénicas como metáfora de muchas cuestiones) y, por ello, no entender para nada la ficción, no parece probable que el director del cortometraje de la promoción del Temporada Alta vaya a ser denunciado.
Sin embargo, sí existe un problema muy real en el hecho creativo contemporáneo. En realidad, siempre ha existido. Solo se ponen en duda aquellas referencias que la sociedad considera y normaliza para que ser criticadas, pero no otras. Como si en el cerebro existiera una atrofia. Una paralización ante lo políticamente incorrecto.
Ese es un problema que, en unas declaraciones del director de Temporada Alta, el padre de Sunyer, quedan muy claras. Hay que refugiarse en los clásicos para encontrar, no solo la crítica al momento, sino a la crítica en profundidad. No es textual, pero sí la esencia.
La creación cultural tiene un objetivo fundamental. Meter el dedo donde más molesta. Situar la zarpa donde más pueda escocer, sin importar familias ideológicas. Pero eso no es lo que ocurre siempre.
Se puede dudar sobre la libertad de expresión, pero no resituar jamás la dirección del objetivo ante la posibilidad de no ser bienvenido o rechazado. Hay ataques que son sencillos. Fáciles de gestionar. En estos momentos ir contra la Guardia Civil, sale gratis. Mola. Queda bien. Hasta igual recibes un premio. Pero a Albert Boadella, en otras épocas, lo metieron en la cárcel. Ahora, el mayor bufón del Reino, como a él le gusta ser considerado, ya no interesa. Los tiempos cambiantes y siempre inquisitorios.
Y ya que el teatro pasa por Salt, aprovecho para recomendar su programación. Cuanto más moleste, más hará pensar y huir de la atrofia.
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