IT.- Sí, pero me decían el otro día que hay líneas entre los jóvenes que están trabajando para engañar a los algoritmos. Y esto me pareció una idea muy bonita. Es el gran hermano, pero tiene sus puntos débiles. Y son los jóvenes quiénes están creando programas para hablar a los algoritmos.
JG.- Nunca se ha hablado más del Gran Hermano que ahora. Cuando se dice que la mercancía eres tu, por ejemplo. Cuando se presenta la sociedad tecnológica
como un nuevo apocalipsis, yo lo que veo es que tiene sus riesgos, pero que genera sus reacciones. Tienen riesgos, no solamente de dominación y control, sino también de malos usos. Mencionas una juventud que está reaccionando; a mi juicio, la solución va a ir por allí: la educación de una sociedad ilustrada. El contrapoder más grande del mundo no son leyes o instituciones, sino una ciudadanía ilustrada. Contra ella, nadie puede. La manera de controlar el gobierno político o financiero es mediante una ciudadanía ilustrada. ¿Qué hubiera pasado si en 1919 a todos los españoles, en una misma tarde, se les hubiera dado el carné de conducir y un coche? No tenían hábito de conducir, no tenían reglas. Se hubieran multiplicado los accidentes. Cuando salgo por la calle o cojo el coche, me asombra, como un milagro colectivo, que cuarenta millones de personas, de las que algunos son auténticos energúmenos en sus vidas, sean capaces de ajustarse a unas reglas de circulación. Y no es por una revelación mística, sino porque piensan que es la mejor manera de desplazarse. Pienso que lo que ha ocurrido en los
últimos ocho-diez años es que a todos nos han concedido un carné de conducir, y hemos empezado a poner el coche a 200 km/h, produciendo infinidad de accidentes por esa ebriedad de cuando empiezas a conducir. Colectivamente, hemos vivido esa sensación, y eso produce accidentes. Pero poco a poco, y con la actitud adaptativa que la especie humana tiene, no sin choques ni dolor, se va generando un hábito colectivo de comportamiento cívico. Al final del día, tengo mucha confianza en la ciudadanía ilustrada, que es el contrapoder más grande que existe.
FR.- Vamos a las dos últimas cuestiones. La primera hace referencia a un manifiesto de hace unos siete años, El manifiesto antiadultista, en el que se lee lo siguiente: “Los adultos y su sistema nos convierten en su propiedad privada, hasta que alcancemos la edad suficiente como para haber podido moldear nuestra visión del mundo”. No es una idea nueva. Hay otro caso, el de Raffael Sammuel, un chico que ha denunciado a sus padres alegando “que he nacido sin mi consentimiento”, y los ha llevado a juicio. Los dos reflejan alguno de los aspectos que Imma ha puesto sobre la mesa: no nos estamos percatando de que hay una fractura extrema entre los adultos y los jóvenes, que son gente ya con capacidad para discernir y llevar al mundo adulto a mirar que han cometido ya la injusticia mayor, que es no pedir consentimiento para nacer. Son casos extremos pero que llegan a ver el iceberg antes de chocar con él.
IT.- Siempre ha existido. Cuando leía esos fragmentos, a veces me sugerían textos de Camus, de Nietzsche. Es un existencialismo llevado al límite, no me parece a mí una cuestión muy innovadora. Forma parte de la lucha generacional, me parece normal.
FR.- Parece normal, pero no lo es. En el ámbito literario del siglo XX, yo no me he encontrado un texto de esas características, escrito por un chico de 17 años hablando de derechos, aspectos normativos, culturales…es una cosmovisión sofisticada. Pregunta, por ejemplo, por qué
no pueden votar con 16 años. Critica la limitación de la edad adulta a nivel de derechos.
IT.- Pero a mi me parece normal que los jóvenes hagan esto, si no lo hicieran, me preocuparía.
JG.- Habría un aspecto relacionado con lo de “nadie me ha pedido permiso para nacer”. Es imposible evidentemente pedir permiso para ello. Es el juvenilismo llevado ya a la parodia. Ya no es que el hijo tenga o no que obedecer al padre, sino que el padre tiene que pedir perdón para haber tenido el hijo; es casi un chiste.
FR.- El personaje que denuncia a los padres, llega al juicio disfrazado de adulto, con un bigote.
JG.- Acaban de estrenar una película sobre esto. Da que pensar hasta qué punto a veces damos voz a cosas o personas, no por cultura, sino por espectáculo. Nos gustan los niños prodigio, ha salido uno ahora que con 14 años da lecciones de ciberseguridad. Eso nos llama la atención, por la precocidad. Yo siempre he estado en contra de la precocidad, porque altera el curso de las cosas. Sobretodo cuando el niño no hace cosas distintas de las que podría hacer el adulto –como si lo hizo, por ejemplo, Mozart– sino que hace lo mismo que un adulto, pero antes. Que un niño haga con ocho años lo que va a hacer con 22, me parece una anomalía, que sería bueno que reprimiéramos. Si con ocho se inventa la teoría de la relatividad, o una nueva
ley de la termodinámica, entonces es distinto. Hay esta tendencia al niño genio, al niño monstruo, al niño que dice cosas excéntricas como que no le han pedido permiso para nacer…
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