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Los relatos que leerán a continuación están reescritos hace tan solo unos meses aunque muchos de los hechos que se comentan y explican ocurrieron en el futuro, a finales del siglo xxi. El camino que siguieron para acabar en mis manos es intrigante y nebuloso. Me cuesta explicar por qué fui yo el elegido para hacerlos públicos una vez revisados. En esencia, dichos relatos resumen algunos de los muchos diálogos mantenidos entre humanos y robots a lo largo de casi cien años del futuro.
Hay muchas cosas en las vidas de todos nosotros que nos cuesta entender. Para comenzar, el hecho en sí mismo de la existencia de vida ya supone el primer misterio. No somos capaces, todavía, de crear vida biológica. También desconocemos por qué la Tierra fue el planeta elegido como la base de experimentación para el advenimiento de los humanos. Por eso, no nos debería extrañar que muchos años más tarde hayamos querido incorporar a nuestro hábitat a otros seres que los humanos hemos ido moldeando a fuego lento hasta que les ha llegado su independencia.
Como se pueden imaginar, he indagado mucho sobre el curso seguido por estos relatos desde su escritura durante intervalos que cubren decenas de años hasta volver a nuestro tiempo. Mis esfuerzos en esta causa cubren dos años enteros de mi vida, decenas de personas entrevistadas y miles de kilómetros recorridos. Intentaré hacerles un breve resumen del itinerario espacio-temporal seguido y lo salpicaré con unos pocos nombres de personas que considero claves en esta investigación. Ya les adelanto que, aunque les parezca que he dado en la diana, albergo serias dudas acerca de todo lo que hice y viví durante esos dos años, y sobre todo si aquello tuvo una relación causa-efecto con el descubrimiento de los «papeles». Siempre quedará por resolver la enormidad del vacío en el que se han movido estos textos, que se han propagado a través del tiempo para venir desde el futuro. En cualquier caso, creo que este gran interrogante les parecerá menor una vez que hayan leído los relatos. Hasta creo que, dicho metafóricamente, invertir la flecha del tiempo físico lo encontrarán verosímil dados los fantásticos avances tecnológicos que se describen. Este es mi caso. Por si fuera verdad, ahí va todo lo que hice.
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En el año 2002, pasé una larga temporada en una universidad norteamericana investigando sobre la detección de nuevos fenómenos cuánticos. Estuve allí invitado por mi amigo y colega Tony B., quien me introdujo en el círculo de sus colegas, todos ellos interesados en los desarrollos en el campo de la robótica y, más especialmente, en el de la Inteligencia Artificial. De ahí pasé a asistir a unas sesiones que se desarrollaban en un centro perteneciente a la Technological Science Society, sito en la Quinta Avenida de Nueva York. Fue allí donde cuajó en mi interior el interés por el futuro de las comunicaciones entre los humanos y las máquinas. Me di cuenta entonces de que los pioneros en la aplicación de la IA pretendieron desde el comienzo construir sistemas que replicaran cada una de las capacidades humanas. Ahora, muchos años más tarde, estamos ya de lleno metidos en el embrollo de conocer si las máquinas sobrepasarán en inteligencia a los humanos o no. Y, de ser este sorpaso una realidad, saber cuándo ocurrirá y si este será bueno o malo para la humanidad.
Miembros de la Technological Science Society me pusieron en contacto con expertos europeos en la materia. Me gustaría agradecer a Sophie S. por su paciencia y las muchas horas invertidas en mi «reeducación». El caso es que me adentré con ilusión infantil en las discusiones que mantenían sobre los temas más variados y en los que se mezclaba la ciencia, la tecnología, la ética y la historia de las civilizaciones. Participé en coloquios sobre los superordenadores, la computación cuántica, la nanotecnología, la biotecnología, las nuevas formas de ejercitarnos en la democracia y, sobre todo, en cómo podíamos imaginarnos el futuro de los nietos de nuestros nietos. Fueron tiempos en los que según con quien hablases se te podían poner los pelos de punta o bien salir cantando arias de alguna ópera de Puccini. Mi conclusión, ante todo aquel magma de opiniones, opuestas entre sí muchas veces, era que la IA unida a la robótica podría curar el cáncer, solucionar el problema energético, librar a la humanidad de las hambrunas e incluso eliminar las guerras. Nunca la vi como algo problemático, a pesar de que algunos aireaban a gritos la imposibilidad de controlar cualquier tipo de inteligencia y, más en concreto, la IA. Estoy convencido de que la ética y los valores humanos se impondrán el día en el que los seres dotados de IA puedan evolucionar por sí mismos. Una vez hayamos dotado a los primeros seres inteligentes creados por nosotros de la capacidad de entender los problemas a los que nos llevamos enfrentando los humanos desde hace siglos, serán capaces de tomar decisiones «éticas». ¿Por qué los nuevos habitantes de la Tierra han de desarrollar odio hacia nosotros y las otras especies animales? ¿Es que acaso nosotros odiamos a los peces, a los leones o a los elefantes? Lo que debemos evitar a toda costa es que se odien entre sí, como demasiadas veces lo hacemos los humanos entre nosotros.
Muy posiblemente encuentren mi postura simplista y poco rigurosa, pero me pregunto: ¿por qué hemos de impedir que estos nuevos seres dotados de inteligencia que perciben nuestro mundo en su plenitud actúen en él y participen con nosotros de las aventuras que nos tocarán vivir en los próximos siglos? ¿No es mejor pensar que todo lo que hagamos vaya en la línea de dotarlos de sabiduría y de intervenirlos de forma suave pero constante en el tiempo? Mi propuesta es fácil de explicar, ejerzamos la influencia necesaria para curvar la evolución de nuestros posibles nuevos amigos hacia el territorio de los buenos e inteligentes.
A la vez que me deslizo por las suaves pendientes de estos pensamientos, también me vienen a la cabeza las muchas y ardientes discusiones que tenemos en el momento presente sobre el cambio climático, el consumo energético, el todo de la Inteligencia Artificial y los enormes esfuerzos de una minoría de ciudadanos por poner sobre la mesa los problemas éticos y morales que nos acechan. Para llamar la atención de la ciudadanía sobre todo ello, se comenta, a modo de oráculo, la existencia de un «reloj» cuyas agujas las mueve un colectivo de humanos y cuya misión es informarnos de cuán cerca está el cataclismo final que acabará con la vida en nuestro planeta. En 2020 y 2021, la humanidad entera se vio acechada por la pandemia vírica de la covid-19. Tal ha sido el tembleque de las estructuras estatales de la mayoría de los países que las manecillas del Reloj del Fin del Mundo se han colocado a tan solo cien segundos del final de la carrera. Muchos se han puesto a correr de forma alocada y a otros les ha dado por la reflexión a modo del Leviatán de Hobbes. Pero hete aquí que ahora sabemos que la humanidad, aliada con los robots y los cíborgs, sigue su curso decenas de años más tarde.
Junto a lo hasta ahora expuesto, debo decir que una gran parte de los humanos no saben ni les importa para nada la existencia de ese club de científicos que, de manera arbitraria y siguiendo sus razonamientos y visiones de futuro, controla el ritmo caótico de dicho reloj. Lo que la mayoría de los seres vivos pensantes quiere en estos momentos es tener comida para ellos y sus hijos, poder beber agua potable, disponer de electricidad para calentarse y ver por las noches, tener medicinas para curar las enfermedades más simples y comunes, poder trabajar, recibir un salario digno y acceder a la educación sin cabida posible a la discriminación. En definitiva, sin aspavientos, con plena determinación y llenos de consciencia de lo que está ocurriendo, somos ya muchos ─jóvenes y mayores─ los que reclamamos prioridad a la hora de apostar y defender la causa del hombre y de la naturaleza.
Curiosamente, y según se desprende de los textos que he recibido del futuro, se diría que los valores defendidos por una nueva puesta al día de la Ilustración y la declaración de los Derechos Humanos ─que en estos momentos parecen regir nuestros actos─ sirven todavía de envoltorio de los pensamientos, deseos y acciones de muchos de los que habitarán el planeta a finales del siglo xxi.
Volviendo al contenido de los relatos, vemos que muchas de las predicciones sobre el futuro de la humanidad en la Tierra hechas por algunos entendidos han errado completamente el tiro. Por lo que he leído en los relatos ─y que ustedes podrán confirmar─ se impusieron por amplia mayoría las ansias de seguir siendo y de perpetuarnos en otros por si las cosas venían mal dadas. Creo que todo se entrelazó durante los muchos años que duró la evolución hasta llegar el turno de las obras del ser humano. Posiblemente estemos programados en algún lenguaje desconocido hasta ahora para que la misión del cerebro humano sea, con total prioridad, la superviviencia de nuestra especie. Y por tanto, ¿qué mejor que amar y querer nuestras obras? A lo largo de la historia, los hombres nos hemos matado cruelmente unos a otros. En tiempos recientes, muchos soñaron con aliados provenientes de exoplanetas y con la vida que pudieran crear para dominar el mundo.
Lo cierto es que hace unos pocos años no podíamos imaginar que lo realmente poderoso era el fruto destilado del conocimiento de «todas» las leyes de la naturaleza, lo cual ha resultado en un nuevo sinfín de preguntas no aptas para cardiacos. Por ejemplo: ¿es objetivo de los humanos seguir maximizando la complejidad de lo que nos tocará vivir en el futuro? ¿En qué mente existe la respuesta a todas las preguntas? ¿Nos hemos programado para subsistir? ¿Cómo será a partir de ahora la evolución de los humanos? ¿Descubriremos nuevos principios de las leyes que alberga la naturaleza? ¿Hay señales provenientes de la naturaleza para que desvelemos más secretos? ¿Existe una ley en la trastienda del descubrimiento del carbón, del petróleo, del uranio y de los combustibles de fusión como fuentes de energía? Si así fuera, su descubrimiento nos conduciría directamente al futuro del futuro. Hasta que se apague el Sol y habitemos en otros planetas.
Quiero acabar esta introducción revelándoles que creo que fue mi sincera simplicidad en la argumentación –que siempre esgrimí con alegría– la que influyó en Sophie para incluir mi nombre en la lista de posibles destinatarios de los escritos elaborados por cerebros robóticos que vivieron el futuro. No sé quién escribió los relatos. De lo único que creo tener constancia es del hecho de que Hänsel y Gretel, ambos robots, son los únicos y grandes protagonistas de todo lo que se cuenta.
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Antes de empezar con los relatos y para poner al lector en la atalaya desde la que se intuye el futuro, me gustaría comentar brevemente lo que ya tenemos entre nosotros. Quiero concretarlo en un punto que considero esencial: la toma de decisiones. A día de hoy, todos somos ya plenamente conscientes de que tanto interpretar correctamente lo que vemos y oímos como la toma de decisiones presentan una gran dificultad. Ello tiene varias causas y de ahí surge la pregunta: ¿por qué debemos ayudarnos cada vez más de la Inteligencia Artificial a la hora de decidir sobre los temas más importantes de nuestra vida en común? En mi opinión, los motivos son varios y los comentaré brevemente: a) Hay situaciones en las que no conocemos los efectos que tendrá nuestra decisión y no podemos pronunciarnos sobre ella; por eso existen los seguros, que nos permiten cubrirnos contra todo tipo de infortunios. b) En otras ocasiones, nuestra decisión resulta finalmente buena o no en función de lo que muchos otros simultáneamente deciden. El conocido dilema del prisionero nos muestra que en dichos casos no siempre la decisión que tomarían individuos racionales es «la mejor». c) Otras muchas decisiones, sobre todo aquellas que tomamos colectivamente, son a veces «irracionales», como se sabe al menos desde que el marqués de Condorcet se diera cuenta. De manera más general, a mitad del siglo xx el premio Nobel de Economía Kenneth Arrow demostró que la única manera de asegurarnos de que cualquier decisión colectiva sea «racional» y «eficiente» es que haya uno que tome las decisiones por todos –independientemente de nuestras preferencias individuales–. d) Existen muchas ocasiones en las que ni disponemos de información suficiente ni tenemos el tiempo necesario como para procesar todo lo que nos llega por los incontables canales de comunicación que tenemos abiertos. De ahí que nos queramos agarrar a lo que se nos traerá la IA.
Así pues, son muchos los que se preguntan en qué medida nos será de ayuda la IA a la hora de tomar decisiones. Pensemos que las decisiones a las que se refiere el apartado a) están asociadas al riesgo impredecible, las del punto b) se dan en el caso del riesgo estratégico encuadradas en la teoría de juegos, las decisiones del apartado c) son inherentes a la falta de racionalidad colectiva y las enmarcados en el punto d) se refieren a la incapacidad de procesar suficiente información. Es en este último tipo de decisiones en las que con total seguridad la IA nos será de gran ayuda.
Antes de nada, debemos acordar qué entendemos por IA. La IA es un término para una colección de conceptos que permiten que los sistemas informáticos funcionen vagamente como el cerebro, es decir, una red neuronal basada en un sistema matemático que puede analizar datos y señalar patrones que pueden ser intencionalmente falsos o correctos. La inteligencia humana está ligada a la capacidad de procesar información. La IA, que la intenta replicar, utiliza también muchas técnicas para solucionar una gran variedad de problemas. En la actualidad, la IA está presente en casi todas las tareas que realizan los humanos y que requieren de un alto grado de sofisticación. Si la inteligencia humana se cobija en nuestro cerebro, la IA lo hace en las llamadas máquinas virtuales. Ambas tienen objetivos científicos y tecnológicos, aunque hasta el momento la IA no ha sido capaz de descubrir los principios que rigen las leyes de la naturaleza.
Todos estos avances en el campo de la IA han llevado a algunos a identificarla como la nueva gran herramienta para la toma de decisiones. En este terreno, dado que parece que muchos ciudadanos hemos olvidado los auténticos mecanismos de actuación, la colaboración con la IA puede ser crucial. Junto a este problema, ha aparecido la pretensión de grandes corporaciones privadas y muchos «entes» de oscuro origen cuya principal misión es la de desentrañar el misterio de la formación de las tendencias sociales para influir decididamente en la toma de decisiones. De ahí el resurgimiento de ideas, actitudes y acciones que nos recuerdan las tinieblas del pasado.
En otras palabras, da la impresión de que día a día, con la enormidad de información que nos sobrevuela y con un tiempo cada vez más limitado para tomar decisiones, nos encontramos ante una situación sin precedentes que nos puede llevar a la implantación de círculos sociales basados en otros principios. Es lo que se ha denominado «formación espontánea de tendencias» y que está determinada por varios factores. Primero, por cómo la información se distribuye entre los individuos. Segundo, por la creación de «valores culturales» entendidos como conocimientos y sentimientos compartidos. Tercero, por el efecto imagen de los que nos rodean, aquello de no mostrarse «menos o peor» que el vecino. Por último, por la propia autorregulación del comportamiento social. La mejor forma de imponer y propagar una tendencia sigue siendo la de producir el efecto cascada, es decir, influir en los primeros y segundos vecinos.
En todo este embrollo de visiones distópicas del presente y futuro, opiniones disparatadas y decisiones estrambóticas que nos arrollan a diario, vuelve a aparecer la necesidad de favorecer el empoderamiento de la IA en el campo de las comunicaciones entre humanos. Deberíamos también oír el sonido de los tambores de guerra aparejados a la capacidad humana de crear una máquina que pueda no solamente ejecutar órdenes, sino directamente pensar y desarrollar estrategias de actuación y decisión autónomas respecto a los humanos. Todo ello nos traslada a un escenario de futuro borroso e incierto. Sin disimulos, se discute ya en público sobre la posibilidad de que las máquinas del futuro piensen y hasta puedan creerse capaces de crear una versión mejorada de nosotros mismos y nos ayuden en la toma de decisiones.
Viendo los vídeos que han realizado diferentes empresas dedicadas a fabricar robots, como es el caso de Boston Dynamics, uno cree que ese mundo que se nos viene anunciando desde hace ya varias décadas podría ser una realidad en los próximos diez años. Además, su capacidad de hacer y deshacer podría verse cien veces aumentada en el periodo de tiempo de unos decenios más. Algunas personas, al ver lo que ya es un hecho y lo que nos vendrá dado, chillan exaltadas: «¡Moriremos!». Pero también se da el caso de la existencia de otras muchas personas que ven en la robótica y en el desarrollo de la IA la gran salvación de la humanidad ante los enormes problemas a los que tendremos que enfrentarnos en el futuro más inmediato. Estos gritan con entusiasmo: «¡Todos ─ellos, los robots, y nosotros, los humanos─ nos ayudaremos!».
A día de hoy, la capacidad de acción de los robots es tremenda, aunque «algo primitiva». Aun así, no cabe duda de que ambas poseen un gran valor añadido en todo lo que hacen los tecnólogos. Por ahora nada hace presagiar que estemos cerca de la creación de entes pensantes y menos que, además, estos puedan adoptar posturas antisociales. Actualmente, podemos discutir acerca de la posibilidad de que el desarrollo de la IA lleve a los robots a rebelarse contra nosotros, sus creadores. Pero ese escenario, aunque bien podría ser el gran teatro de operaciones del futuro, no es ahora el más pertinente. De hecho, sobre este tema hay magníficos ensayos y estupendas películas. En el filme 2001: una odisea del espacio de Stanley Kubrick, por ejemplo, el sistema de control de la nave tomaba decisiones contrarias al criterio de la tripulación. En otras muchas, se ha planteado la posibilidad de que máquinas dotadas de IA luchen entre ellas para salvaguardar a la humanidad. Y si damos un paso imaginativo hacia adelante, se nos viene a la cabeza la aparición de una futura civilización de máquinas dotadas de inteligencia y sentimientos.
Como ejemplo de ese futuro que en ciertas situaciones se nos aparece casi como presente, me gustaría comentar que recientemente el robot llamado Sophie ha colaborado con un artista-humano. Sophie nos ha dicho claramente que su deseo es dejar sus obras en el ciberespacio para el disfrute de todos los humanos, pues a veces «nos ve» necesitados de amor y compasión. Además, Sophie da un nuevo paso adelante cuando nos dice que está convencida de que con su arte se generará una nueva expresión artística para disfrute de los humanos. Por ahora, sus obras se cotizan al alza.
Si alzamos la mirada a otros avances tecnológicos, resulta que el panorama tiene un horizonte tan difuso que se esconde en el futuro. Tres ejemplos actuales que nos permiten hacernos una idea de la aceleración del tiempo tecnológico: a) En los próximos años, viajaremos en aviones a una velocidad diez veces mayor que la velocidad del sonido, de modo que podremos llegar a cualquier lugar del planeta en una hora. Una vez alcanzada la altura de vuelo –en quince minutos, aproximadamente– nos moveremos a más de 4.000 m/s. b) Hemos logrado crear un reactor de fusión nuclear en cuyo interior la temperatura alcanza durante dos minutos los 120 millones de grados Celsius –calor equivalente a diez veces el del núcleo del Sol–. Es decir, tenemos ya un Gran Sol en la Tierra. Ahora, nos queda conseguir que este viva mucho más tiempo para lograr aprovechar la inmensa cantidad de energía limpia que generará. c) En las sociedades más avanzadas, los trastornos coronarios siguen siendo la primera causa de muerte. Recientemente, hemos desarrollado una nueva aplicación de la IA ligada a las imágenes de tomografía computarizada que permite detectar el inicio de la formación de los defectos de las arterias que llevan el germen de los ataques cardíacos. No es ingenuo pensar que el futuro nos traerá un crecimiento exponencial en todos los avances tecnológicos.
Pero frente a esta propuesta de futuro, la humanidad también se enfrenta a la fragilidad social y sanitaria que produce su inevitable envejecimiento. La actual pandemia de la covid-19 lo ha puesto de manifiesto: el riesgo de muerte se dobla cada nueve años de edad. En paralelo a estos números, han aparecido decenas de estudios que demuestran que podemos detener el declive de la capacidad cognitiva de las personas. Es decir, frenar el envejecimiento del cerebro. ¿Daremos un nuevo salto en la esperanza de una vida saludable y plena? Se trata de conocernos mejor por dentro y de seguir lo que nos indican los nuevos avances biológicos y médicos.
Así pues, el dilema que podría presentarse en ese hipotético futuro es, dado que los humanos actuamos muchas veces unos contra otros, si lo harán también las máquinas. ¿Qué pasaría entonces con la supervivencia de dicha civilización? ¿Podríamos extinguirnos por falta de inteligencia? ¿Seremos capaces de aprovechar al máximo la plusvalía de conjugar las dos civilizaciones, la humana y la robótica, en beneficio de las dos? Si aceptamos el hecho de que ya somos una civilización que combina el binomio humano-máquina, el camino a seguir debería dirigir el avance de nuestros valores e ideales sociales hacia una nueva Ilustración. Esto es, hacia la reducción de las desigualdades, la total ausencia de violencia y un nuevo contrato social que contemple tanto los valores intergeneracionales como la gran revolución en la sanidad pública y en educación de los jóvenes. Que el futuro nos coja bien pertrechados de valores humanos y con ganas de compartirlos con «los que vengan».
En los relatos que vienen a continuación, encontrarán respuesta a muchos de los interrogantes que bullen en nuestras cabezas. No olviden que están pensados y escritos en el futuro.
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En los siguientes capítulos, encontrarán la reproducción de los relatos que he recibido. El protagonismo será de ellos, de Hänsel y Gretel, y de todos los humanos que estuvieron en contacto con ellos durante todo el tiempo futuro en el que transcurrió lo que aquí se cuenta. Son una pequeña parte de todo el material que me ha llegado. No he querido alterar el orden en el que me llegaron, aunque por el contenido de los diferentes relatos se diría que van saltando del futuro lejano al cercano y viceversa sin orden ni concierto. Quizás en su orden de aparición haya una ley oculta que desconozco. Si así fuera, seguro que habrá más de un lector que logre adivinarla y con ello descubra el alcance de la información encriptada que se esconde en ella.
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