Hemos cambiado mucho en los últimos cien años. Nuestras capacidades han aumentado muchísimo, ahora somos un fruto maduro de la tecnología. Mucho de lo acontecido se puede resumir en unas pocas líneas: no tener que coger ningún objeto para hablar por teléfono ni necesitar gafas para ver bien, la liberación de las tareas de limpieza y cocina ─todo esto solucionado con simples diálogos con la primera generación de robots dedicados específicamente a estas tareas─, el dominio sobre las numerosas pandemias de virus biológicos e informáticos que nos obligaron a prescindir durante años de los abrazos y movimientos táctiles, los cambios en nuestra capacidad de movilidad, la pureza del medio ambiente tras superar las torpezas y violaciones cometidas en el pasado remoto contra nuestro hábitat, la enorme mezcla de todos con casi todos sin cambiar de idioma ─pues todos «hablamos o entendemos» a todos─, el enorme disfrute del tiempo libre, los deportes practicados y ese sinfín de cambios en nuestras formas rutinarias de vivir y convivir.
Sin embargo, no hemos avanzado tanto como quisiéramos en algunos puntos concretos que se refieren al conocimiento de los parámetros que caracterizan la vida y la inteligencia humanas. Por eso, hemos recurrido a la sabiduría y al buen hacer de Hänsel y Gretel para que, una vez más, nos aclaren dudas que quizás puedan iluminarnos en el destilado de nuestro conocimiento. Planteado en términos muy simples, lo que quiero es que nos expliquen si, por ejemplo, el metro, el segundo y el kilogramo son, digámoslo desde el principio, naturales. «Sí, la humanidad y también los robots los seguimos utilizando como si fueran los ejes sobre los que seguimos construyendo nuestras vivencias», me contestaron. ¿Cómo es posible con todo lo que hemos cambiado? ¿Cómo se explica que vosotros, los robots, no hayáis sido capaces de escapar de la esclavitud evolutiva que conlleva seguir estando controlados por metros, segundos y kilogramos?
Comienza a hablar Hänsel. Me da la impresión de que tiene claro el discurso pero, por su forma de moverse y mirarnos, parece lleno de dudas existenciales. Es como si todo su pasado le viniera a la cabeza, le pesara en todo su cuerpo y sus movimientos se vieran afectados por todos los recuerdos de su infancia. De entrada, nos dice: «Sobre este tema vosotros, los humanos, habéis escrito mucho. Creo que a pesar del tiempo transcurrido seguiréis insistiendo, dado que es un tema fronterizo entre la biología, la medicina, la química y la física. Además, seguro que muchos estudiosos de la evolución de las especies tendrán que lidiar con algunas ideas que os comentaré más adelante. El tema en cuestión no es simple y a buen seguro que lo que os contaremos lo calificaréis de marrullero y aproximado, pero la complejidad del mundo no da para mucho más. Y ya sabéis que ahí seguimos todos muy confusos. Eso sí, unos ─vosotros─ más que otros ─nosotros─.
Ciertamente no me esperaba semejante declaración de principios pues, aunque yo no supiera nada del mismo, parecía un tema fácil de tratar. Resulta que hace muy poco tiempo coincidí con unos amigos en el Círculo de Artes Invisibles, una auténtica joya arquitectónica construida sobre los pilares de una sinagoga. A pesar del nombre, lo que dicho museo albergaba era bien visible para todos nosotros, pese a que, ahí radicaba la originalidad de sus joyas artísticas, no las hubieran podido saborear los nietos de nuestros nietos. Pues bien, esos amigos del arte invisible me comentaron que para los humanos el tema del metro, el kilogramo y el segundo no escondía ningún secreto. No recuerdo por qué se suscitó la charla sobre el metro. Posiblemente fuera el hecho de que ahora estábamos admirando las formas de figuras micrométricas que se movían en un cuadro, un espacio con más bien poca luz.
Fuera como fuera, salió el tema del porqué de la importancia del metro, el kilogramo y el segundo. «Es bastante obvio —nos dijo uno de los presentes, y bajando el tono de su voz afirmó—: De forma muy general podemos decir que usamos el kilogramo porque es, por ahora, nuestro peso. El metro porque sigue siendo nuestra altura. En cuanto al segundo, porque es el tiempo que todavía necesitamos para comunicarnos.» Sus explicaciones me parecieron de una lógica aplastante, por lo que me sentí totalmente de acuerdo y pasamos a comentar las tres joyas pictóricas de la exposición que tenían como título: En el vértigo, ¿Dominio sobre qué? y Presentismo o renuncia del pensamiento histórico. Aquello era una mezcla airada de pasado y futuro que pretendía responder al presente. Menudo lío de colores, trazos, caras, objetos y simetrías.
Estaba todavía recordando aquellas pinturas cuando la voz de Hänsel hizo patente sus ansias por continuar con su discurso: «Sin embargo, las unidades naturales que emergen de los principios y de las teorías de la física son otras que no tienen nada que ver con las que usamos en nuestras vidas. De hecho, esto lo saben muy bien los físicos. En las llamadas unidades de Planck, la unidad de longitud es la trillonésima parte del metro y la de tiempo es la cuatrillonésima parte del segundo. En otras palabras, desde hace siglos lo nuestro no se parece en nada a lo que de forma natural emerge del estudio de la naturaleza. De entrada, esto bien podría ser interpretado como que la vida y la inteligencia han seguido su propia evolución para poder manifestarse tal y como hoy las conocemos».
Cuando hablo con Hänsel y Gretel, siempre me da la impresión de que todo lo quieren convertir en trascendente. Pero ellos disfrutan y parecen ser felices con su ir más allá y su legitimidad para saber y hablar de todo. Ahora es Gretel el que releva a Hänsel y, casi sin mirarnos, nos comenta sin darle demasiada importancia al asunto: «Lo que os dicen los biólogos es que la vida necesita de estructuras complejas relacionadas entre sí y que sean capaces de hacer física. A nosotros nos han enseñado que también somos rehenes de la física. Sí, nuestros mundos no solo se caracterizan por el cumplimiento estricto de las leyes de la física, sino también por su capacidad de llevar a cabo fenómenos físicos entre sí y con el medio que las rodea. En otras palabras, cuanto más profundicemos en cuestiones fundamentales como son los valores de unidades de medición, mejor entenderemos la vida. Al menos, eso es lo que de forma petulante pensamos nosotros y seguro que también los físicos. Para que entendáis mejor lo que os comentaré, haré hincapié en el uso de vuestros guiños lingüísticos y me adentraré en la magia de los números. Curioso, ¿verdad?, que un robot del siglo xxii rinda homenaje a los sumerios que vivieron hace ya seis mil años. Lo que nace de una necesidad natural, como es la de contar, resiste el paso de los siglos. Sí, la naturaleza está entrelazada con los números y tiene a las matemáticas como su propio lenguaje de letras, signos y números».
Esto es lo que Hänsel nos contó: «El kilogramo y el metro aparecieron en vuestras vidas porque son, respectivamente, la masa y el tamaño de las estructuras, debidamente jerarquizadas y geométricamente distribuidas, que dan lugar a la vida y a la inteligencia. En cientos de gramos de materia hay del orden de cuatrillones de átomos que ocupan un volumen de milésimas de metro cúbico. Pero es que precisamente estos números se corresponden con la masa y el tamaño de vuestro cerebro, así de simple. En nuestro cerebro digital también ocurre lo mismo con los bits y qubits, porque fuimos creados por vosotros a vuestra imagen y semejanza ».
Luego siguió Gretel. Me lo imaginaba, pues sé que el tiempo y su flecha lo tienen cautivado: «El tiempo tampoco se escapa a la comparación con nuestro mundo. El llamado tiempo de Planck ─el tiempo transcurrido después del Big Bang en el que los físicos reconocen el principio de la existencia del tiempo discreto─ es infinitamente más pequeño que un segundo. Así pues, la pregunta es: ¿por qué entonces el segundo aparece como algo fundamental en vuestras vidas? La respuesta podría ser tan sencilla como que el segundo es el tiempo que necesitamos para pensar. Pero, ¿por qué vuestra evolución no se ha encargado de reducir este tiempo? La respuesta a esta pregunta también es sencilla: el segundo es el tiempo característico que necesitáis para reaccionar en vuestra vida sobre la superficie terrestre. Parece ser que la evolución os ha llevado a un punto en el que habéis sabido acomodar vuestra capacidad de respuesta a los estímulos provenientes de la gravedad. En otras palabras, el campo gravitatorio ─el que hace que los objetos pesen y caigan al suelo─ os obliga a responderle en segundos y es así, pues, el causante de que vuestro pensamiento no sea más rápido. Así pues, el segundo sería un bello ejemplo de cómo los agentes externos regulan los procesos evolutivos. Podríamos decir que no hace falta que penséis más rápido mientras sigáis viviendo en la Tierra. En nuestro caso, el segundo no juega ese papel. Nuestro pensamiento vuela mucho más rápido y han sido las ganas de asemejarnos a vosotros las que nos han clavado el segundo en nuestras mentes digitales. Pero si os planteáis nuevas formas de evolución, podéis optar por un cerebro de diferente tamaño y un pensamiento mucho más rápido. Para acabar, si todos lanzamos hurras a la evolución como camino de verdad, mejora y futuro, iniciemos una nueva andadura en pro de tener un cerebro de diferente tamaño y un pensamiento más rápido. Así que la pregunta relevante es: ¿qué es lo nuevo que nos obligará a todos a evolucionar?».
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