Skip to content

Los diez quintos artículos

Los artículos que diariamente publica Hänsel* y Gretel* están pensados para construir un discurso coherente dentro del ciclo que hemos propuesto. El primero ha sido CONSTRUCCIÓN y CANSANCIO EN LA BARCELONA CULTURAL.

A pesar de que se pueden leer unitariamente, se tienen que poder entender como un todo, como una reflexión coral. Para evidenciar esta lectura más global, durante los días de Semana Santa (del 21 al 25 de marzo de 2016) reordenaremos los artículos de nuestro primer ciclo evidenciando las sinergias y las relaciones que se crean entre ellos para favorecer una lectura más interconectada

Los diez quintos.

*

Esteve Riambau – La Filmoteca de Catalunya no descansa

Si, quatre anys després de la inauguració de les seves dues noves seus, la Filmoteca de Catalunya estigués en una fase de cansament, sense respostes ni capacitat de transformació, malament aniríem.

Ben al contrari, tant l’edifici del Raval com el nou Centre de Conservació i Restauració de Terrassa són dos equipaments llargament anhelats i actualment imprescindibles per afrontar els nous reptes de la preservació del patrimoni i la difusió de la cultura cinematogràfica en plena transformació del suport analògic en digital.

La resposta del públic, 150.000 espectadors el 2015, sumada a la presència regular de cineastes de primer nivell internacional, anima a pensar que anem per bon camí i que l’espectacle cinematogràfic, tal com va ser concebut a principis del segle XX, manté els seus atractius pels nous públics. La celebració, a Barcelona, del Congrés Mundial de la FIAF ens va situar, d’altra banda, en el mapa d’institucions públiques que compartim els mateixos objectius.

Queda, tanmateix, molt camí per recórrer. No és fàcil assentar públicament el concepte de què la Filmoteca ha deixat de ser un cinema de repertori per convertir-se en un equipament cultural de primer ordre al voltant del cinema i que també programa exposicions, disposa d’un gran fons documental i ofereix serveis educatius. Cal recuperar, així mateix, el protagonisme en la utilització d’un llenguatge, el cinema, hàbil per dialogar amb altres sectors culturals i socials, des de les arts i la literatura als drets humans o l’esport.I, per últim, tot i que la cara més visible són les projeccions, la feina essencial d’una Filmoteca pública és la cura del patrimoni cinematogràfic. Al nostre país, hi ha gèneres i moviments a reivindicar específicament en el context d’unes imatges que són el testimoni de la nostra identitat.

Cansament? Ben al contrari. Hi ha molt camí per recórrer des de l’actual plataforma de la qual disposa la Filmoteca de Catalunya amb dos objectius immediats: garantir la preservació fotoquímica del suport analògic –ara per ara el més estable- i fer arribar la nostra programació a altres indrets del territori. Són objectius que no admeten pauses i exigeixen, en canvi, dosis suplementàries de convicció i entusiasme.

*

Antonio Ramírez – Las naves de los modernos

En un reciente y muy lúcido alegato en contra del declive de las ciudades históricas –Se Venezia muore (1)- el historiador del arte Salvatore Settis, realiza una analogía que tal vez también resulte muy pertinente para nosotros: cuando, entre finales del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, los aborígenes del Pacífico Occidental entraron en contacto con el hombre blanco descubrieron que sus barcos y aviones traían consigo infinidad de bienes prodigiosos con propiedades para ellos desconocidas: armas de fuego, aparatos de radio, vehículos y otros artilugios de un poderío inalcanzable; como el origen primero de esta repentina y sorprendente abundancia fue atribuido a las divinidades locales, los habitantes de algunas islas desplegaron complejos rituales propiciatorios con el objetivo de provocar el regreso de las naves blancas y sus bienes. Los antropólogos que estudiaron este fenómeno lo llamaron “Cargo Cult”.

Settis lo compara con la actitud que actualmente algunas ciudades históricas europeas mantienen ante los barcos de cruceros turísticos: de la misma manera en que los aborígenes de Melanesia construían aviones con ramas, fusiles con madera y aparatos de radio con cáscaras de coco, tratando de invocar una modernidad y una prosperidad de las que ignoraban por completo su estructura y su funcionamiento, no pocos habitantes de Venecia (y Barcelona) invocan hoy, con la misma reverencia ritual de los aborígenes, la llegada periódica de los gigantescos rascacielos flotantes -mezcla de tecnología, opulencia y escenografía- esperando que sean portadores de progreso y abundancia. Las decenas de miles de turistas que descargan cada día, sus visitas rápidas, cerradas y previsibles, dejarían a la ciudad un beneficio tangible del que todos deberíamos vanagloriarnos, nos dicen.

Considerando sus nocivos efectos medioambientales y la distribución muy localizada de sus beneficios económicos, no resultaría difícil poner en duda el supuesto balance ventajoso que para una ciudad tienen los cruceros. Pero quizás nos convendría extender la analogía a fenómenos como, por ejemplo, la postración de los medios y sectores con poder económico ante los congresos de tecnología, verdaderos rituales de invocación del regreso de las astronaves de los modernos.

En una perspectiva más amplia, conviene detenerse en uno de los efectos depredadores que el auge del turismo global tiene sobre una ciudad: la transformación de una parte importante de su tejido comercial como una extensión del consumo globalizado. El mainstreet y las calles con mayor personalidad arquitectónica son paulatinamente colonizadas por tiendas de las marcas globales. Diseñadas a partir de un concept abstracto, más o menos original pero sobre todo replicable ad infinitum, las tiendas de marca no sólo son ajenas por completo a las particularidades del contexto urbano en el cual se insertan, sino que además pretenden sustituirle: ignorando su localización real, ellas mismas, sus flagships, se ofrecen como contexto de reemplazo, como señal de distinción e identidad pero no de una plaza, una calle o un barrio sino de la brand a la que se deben. La ciudad, su historia y todo lo que tiene de singular, se borran para así ofrecer a los turistas globales un panorama homogéneo y conocido, libre de cualquier incertidumbre y contradicción, de cualquier motivo de ansiedad o tormento.

Nos encontramos frente a una paradoja: ¿Qué es lo que de una ciudad atrae a los turistas? Su historia, su patrimonio arquitectónico, las plazas, las iglesias y los palacios, pero también la vida de las personas y sus costumbres, sus peculiaridades a la hora de comer y vestirse, de saludarse y de charlar; sobresalen las ciudades por la variedad y la riqueza de formas de su tejido comercial y por el espectáculo que ofrecen sus espacios públicos. Se distinguen unas ciudades de otras por la manera particularmente diversa en que todos estos elementos se articulan; en ello, no todas corren con la misma suerte. Entre París, Roma, Berlín o Barcelona, por un lado, y Birmingham, Lille, Frankfurt o Leeds, por otro, hay una diferencia intangible: las primeras están dotadas de un capital simbólico que el público reconoce como auténtico e insustituible; las segundas carecen de él. Pero, y aquí está la paradoja, al mismo tiempo en que se convierten en polo de atracción para los turistas globales –y de allí a los magnos eventos de tecnología-, comienza el imparable proceso de homogeneización que tiende a borrar y trivializar las diferencias. Parece una ley ineludible: cuando las ciudades sienten que se enriquecen es que están dilapidando su capital simbólico.

El entramado comercial de una ciudad puede ser también el escenario de una disputa. Frente al impulso hacia lo global, la construcción de espacios de consumo orientados hacia lo local puede ser vista como una forma clara de resistencia. Librerías, delicatesen, pequeños restaurantes y tiendas de moda, cafés, bares de copas o teatros, todos son espacios idiosincráticos y singulares que pueden ser elegidos por los habitantes de una ciudad, de forma espontánea y muy concreta, como puntos de referencia y orientación que les permitan pensar y reelaborar su relación con la ciudad, y por extensión, reflexionar sobre el lugar que intentan ocupar en la sociedad y frente a los demás. La diversidad de una ciudad es pues fruto del trabajo y la imaginación de sus habitantes y preservarla exige una resistencia activa. Ciertas retóricas en pro de una modernidad a ultranza y cierta entrega irreflexiva a las promesas de la tecnología, pueden ocultar la acción depredadora de la avaricia de siempre.

Nos conviene no perder de vista estas palabras de Salvatore Settis: “Cada ciudad es teatro de la memoria y de la historia, Gesamtkuntswerk (obra de arte total) y repertorio de formas y esquemas, archivo de la paz y de la guerra, espejo de la política y motor de la literatura y el pensamiento; pero cada cual lo es a su modo, cada una se articula a sí misma, se repiensa y renace de sí misma. La riqueza de la forma-ciudad está toda en su diversidad, en la diferencia que separan a una ciudad de las demás, que las distingue de todas las demás”.

(1) Salvatore Settis, Se Venezia muore. Milan, Giulio Einaudi, 2014

*

Marta Monedero – Marca i ciutadania

És notable que la Torre Eiffel obtingués 13.000 seguidors a les xarxes socials en un dia i que els museus parisencs creessin una web única per vendre entrades gràcies a la campanya #ParisWeLoveYou, impulsada després dels atemptats del novembre a la capital francesa.

Aquesta crida que envolta la solidaritat com a resposta a la barbàrie incentiva els internautes a expressar els seus sentiments vers una metròpolis que de mica en mica es refà de l’horror. París recupera l’ànima. Sí, les ciutats tenen ànima. I són vives i canviants. Bateguen. Tenen una imatge pròpia. I una marca que les ajuda a projectar-se tot i que evidentment són molt més que una marca.

La sagnia de París també va esquitxar Brussel·les, etiquetada des d’aleshores com a refugi de gihadistes, que va haver de tancar uns dies museus, escoles i botigues amb una pèrdua notable d’ingressos. Per fer front a la caiguda del turisme cultural, el consistori va dur a la pràctica un pla de xoc singular: #CallBrussels situava tres cabines telefòniques en llocs emblemàtics de la capital com ara el mont de les Arts perquè els vianants despengessin el telèfon i convencessin els potencials visitants que, de cap manera, podien deixar d’anar-hi.

Aquesta acció comunicativa que compta amb la complicitat ciutadana ha permès la marca Brussel·les sortir enfortida de la crisi. Per sort, la violència gihadista de París no ha colpejat directament Barcelona, que viu una bonança creativa que de vegades no sap com acabar de vehicular en aquests temps en què les marques conviuen amb les banderes. Uns temps en els quals es corre el risc de perdre la identitat si la imatge només s’utilitza per instal·lar-hi franquícies. Té sentit que Barcelona acabi tenint un Hermitage? Hi encaixa? Es parla menys de model de ciutat que de marca perquè la simplificació i el mercantilisme resulten més fàcils i tenen més impacte. Però el debat esdevé inútil si no es valora que sense una bona estratègia i la complicitat de tothom (sí, de tothom), ni marca ni model acaben tenint cap sentit.

*

Mateu Hernández – Barcelona, atmosfera creativa

Sovint ens preguntem què singularitza Barcelona en un món de ciutats que cada vegada sembla més i més homogeni? Què fa que aquesta ciutat hagi estat o sigui bressol, trampolí o peu a terra de notables creadors, artistes, innovadors i emprenedors d’èxit global en el passat, en el present i segur que també en el futur? Què provoca que, malgrat no tinguem grans atraccions turístiques, la suma dels atractius més que notables de què disposem segueixi enlluernant als nostres cada vegada més nombrosos visitants? I què fa que, malgrat tot el que ens manca, la nostra reputació global segueixi cotitzant a l’alça en els mercats d’expectatives i futur?

Ens és senzill qualificar San Francisco com a bressol de la innovació tecnològica, París com a seu del glamur i la grandesa, Londres com a capital financera global i referent cultural europeu, Nova York com a centre cultural i financer de primer ordre, Shanghai com a urbs emergent, Boston com a capital universitària i biomèdica, Miami com a nova capital cultural d’Amèrica Llatina, o Amsterdam com a ciutat seu a la vegada que capital de la informalitat competitiva. Però a Barcelona, què ens defineix?

Ara som oficialment la capital mundial del mòbil, tot un èxit que ens exigeix, ens projecta i marca un dur camí a seguir si volem passar d’acollir la fira més important de les noves tecnologies de la mobilitat a ser centre mundial del mòbil i la tecnologia de darrera generació. Necessitarem empreses globals, emprenedors tecnològics al 22@, enginyers de tots els colors, capital disposat i disponible per invertir, carrers amb connexió mòbil d’alta velocitat, centres de recerca aplicada referents, festivals de tecnologia, i serveis públics i privats intel·ligents en línia amb les Smart Cities. Un llarg camí per al que, com diu Serrat, anem a peu i fa pujada.

Però encara no hem trobat el què defineix aquesta Barcelona global que atrau i projecta una imatge positiva al món. Què va ser el que va captivar Picasso, va provocar el millor Dalí, influir Miró, va atraure García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, va fer inventar Chupa-Chups, Danone, impulsà Gaudí, escoltà Casals, reinventà els Jocs Olímpics, i tantes altres conquestes culturals i econòmiques que segueixen sorprenent el món?

Totes les ciutats competeixen avui per esdevenir la capital de la innovació, la creativitat, la iniciativa emprenedora, el coneixement, la recerca, la indústria avançada, les portes logístiques i fins i tot algunes ciutats competeixen per replicar Las Vegas. I en pocs d’aquests camps Barcelona està en condicions d’exercir el lideratge, però sí que en molts d’ells està sempre present entre les llistes curtes de ciutats al capdavant, cosa que és molt positiva.

Cercant un element que ens caracteritzi, podem creure que Barcelona disposa d’una atmosfera que la singularitza i que és sense cap mena de dubte, creativa. Una atmosfera, però, fràgil i amenaçada. Sense ser la ciutat seu de les indústries creatives podem afirmar que tenim una atmosfera que facilita la creació, la trobada, la innovació, la qualitat i la relació. I això al segle XXI, compta. Barcelona tenim i hem de conrear i mimar la nostra atmosfera creativa i això vol dir accentuar la nostra obertura cap a l’exterior.

Mimar la nostra atmosfera creativa és insistir en la nostra ànima tolerant i fugir de les temptacions prohibicionistes que no estan alineades amb l’impuls a la creativitat. Per molt que alguns tinguin la poca delicadesa d’anar sense samarreta per unes Rambles infestes de mal gust. Fer créixer aquesta atmosfera creativa implica ser ciutat d’acollida de talent global, rebre’ls amb els braços oberts i que aquests estrangers que comparteixen la seva vida amb nosaltres deixin de ser estrangers per a esdevenir barcelonins. L’atmosfera creativa que ens pot definir es trenca quan pensem en petit, quan ens tanquem i quan atribuïm a altres la responsabilitat d’allò que som incapaços d’assolir per nosaltres mateixos.

Si som conscients que és aquesta atmosfera creativa la que ens projecta al món com alguna cosa especial, ens serà fàcil entendre que hem de fer que els nostres museus, galeries, tallers, sales de concerts, teatres, sales de dansa mantinguin una perspectiva global. Hem de ser capaços a través de les nostres plataformes culturals de ser interessants al món des de la nostra identitat. Si volem tenir cura d’aquesta atmosfera creativa fràgil que hem heretat, és imprescindible que la nostra oferta cultural i creativa pugui passar el test de la globalitat: interessa al món el que diem, exposem, toquem, interpretem o ballem? I aquest test global és el que, independentment del qui, anirà poc a poc alimentant amb més força la nostra atmosfera creativa per a què a més de ser una ciutat coneguda pel seu club de futbol, les seves platges, l’arquitectura, el turisme i la festa, sigui ciutat acollidora de la millor habilitat que els humans hem desenvolupat: la creativitat.

Barcelonins, és l’atmosfera creativa allò que ens dóna l’aire que respirem i allò que si cuidem i mimem, ens donarà els elements necessaris per a què siguem com a ciutat allò al que aspirem a ser: un motor econòmic de primera magnitud que creï ocupació, elimini l’exclusió social i reparteixi oportunitats per a tots aquells i aquelles que apostin per Barcelona. És la nostra atmosfera creativa la que ens singularitza i posiciona, i hem de cuidar-la perquè Barcelona és més que una ciutat i té una reputació que mimar, protegir i sobretot gestionar, liderar i projectar. Molts en això estem, però encara ens falta molt.

*

Toni Puig – Una altra política i mobilització per a la cultura-en-comú a Barcelona

Barcelona és la meva ciutat… ensopida en cultura. Ha tingut algunes generacions de polítics i gestors molt mediocres i només centrats en la sagrada economia, el partidisme sord i el gremi delirant dels artistes. Les excepcions són conegudes. Els que ara resten han estat tocats per la gran crisis del 2008: gemeguen perquè els diners ja no són grassos. Cal que es retirin o, com es diu ara, facin un pas al costat.

La gran transformació que ha d’afrontar la ciutat és múltiple, però amb un eix de doble hèlix: passar de la cultura centrada en els artistes a una altra centrada en els ciutadans plurals i desiguals per acordar el sentit de viure a Barcelona-en-comú des de totes les diferències. I situar la cultura comunal com a valor posicionant de marca de la ciutat amb creativitat i audàcia.

Esquematitzant, a Barcelona la cultura:

  1. Ha de posicionar la ciutat amb un nou valor de marca després de dos valors molt deficients: la de l’alcalde Hereu, amb el seu crit d’autocomplaença del Visc(a) Barcelona i el de l’alcalde Trias, amb la seva ciutat de les persones, que van resultar ser les riques. Ara Ada Colau ha optat per la igualtat. És el valor clau intern d’urgència: 50%. Cal completar-lo amb l’altre 50% que és de cultura, constantment ajornat: cruïlla de cultures mediterrànies: igualtat, convivència, innovació. Hi optarà?
  2. Ha de centrar-se en tres xarxes de centres enèrgics, interrelacionats i mobilitzadors: la dels centres per la singularitat internacional, on estan el Museu Nacional d’Art de Catalunya, el Picasso o un futur centre per les cultures del Mediterrani a La Model…, una xarxa de centres per la capitalitat, on situar-hi els museus, teatres, auditoris…, i una xarxa de centres per la cultura de proximitat, on estan les biblioteques, els centres cívics i molts espais de les associacions i grups. Xarxes que han de formar una única xarxa per la Barcelona-en-comú: la dels ciutadans apassionats per la vida en sentit obert, ètic, creatiu i col·laboratiu.
  3. Perquè la xarxa de xarxes funcioni-en-comú cal innovar en alguns aspectes organitzatius: des d’un consorci entre els diferents governs públics, amb un comissionat creatiu i mobilitzador, que agrupi recursos econòmics i asseguri una programació i apassionant comunicació continuada amb alt nivell de qualitat i sentit contemporani.
  4. Necessitem un senat-per-la-cultura-en-comú. Prou processos de participació només consultius: el comú es decideix-en-comú. Ens cal, doncs, un senat ciutadà format pels polítics dels diferents governs, un conjunt plural d’organitzacions civils per la cultura, amb ciutadans i molt pocs experts. L’expertització en el pensament i la gestió de la cultura és un càncer constatat.
  5. I les tan valorades empreses? Han convertit la cultura en producte d’estanteria només per comprar. I han fet passar per cultura allò que és pura diversió. Muntem, amb les que tenen responsabilitat cultural manifesta, una taula pel treball i les aportacions.

*

José Enrique Ruiz-Domènec – Postal desde Barcelona

Escribo esta postal después de varios meses de haberse producido el cambio en el gobierno de la ciudad. La preocupación que percibo en las calles ha aumentado durante este tiempo. Detrás de los nuevos propósitos percibo el viejo conformismo.

Noto a mi alrededor una sociedad sobrecargada, cansada, aplanada bajo el enorme peso de una gesta, que sólo interesa a los que participan en ella; a veces esa gesta adopta la forma de una performance social, otras de expresiones de impaciencia que pretenden alcanzar una meta sin medios. Pese a ello, Barcelona mantiene su condición de clúster en numerosos campos del saber, desde la medicina a la nanotecnología, desde el deporte a la gastronomía. Sólo en uno de ellos, no consigue superar la obsoleta deconstrucción en el campo de la creatividad artística, literaria o de pensamiento. Y esto ha sido debido a una pésima selección de personal en las instituciones que, siguiendo la senda de las universidades, fomentan la venalidad moral que expulsa a los mejores. El contraste entre un tejido empresarial cosmopolita y una creatividad limitada a los outsiders me parece un indicio revelador de la actual situación. Para superarla no es suficiente proponer una ontología volitiva que adopte el Yes We Can diseñado en Chicago, ni siquiera en forma de un overlapping en común al negociar las normas de convivencia vecinal; es necesario (y urgente) promover un espíritu crítico que salga al paso del actual desánimo de los jóvenes; hay que asegurar el futuro de la creatividad sosteniendo que los modelos “post-todo” están en una etapa terminal, que tarde o temprano el péndulo oscilará hacia el lado de la preparación y no del tráfico de influencias. Y creo en eso del mismo modo que estoy convencido de que la historia como disciplina narrativa se situará en el núcleo de las instituciones como ahora lo está en el centro del interés del público.

Llegará el día, no muy lejano, que la sociedad de Barcelona despierte a los impulsos creadores, y apueste por una modernidad capaz de restablecer el cosmopolitismo en todos los campos del saber, no solo en los científicos y gastronómicos. Con ese ánimo he dado un paseo por las principales calles de la ciudad y, emulando a Schiller, he llegado a la conclusión de que una lectura creativa de la realidad no debe ser simple subversión sino un impulso renovador basado en una mayéutica relacional; pasión por el futuro, nunca nostalgia del pasado.

*

Chus Martínez – Les anxoves somnien amb panteó d’oliva

Fa ja algun temps que no paro de donar-li voltes a una idea que denomino la ‘teoria del supergrup’. Sempre, en tots els equips que m’ha tocat formar afora, les bases estaven integrades per gent de la casa, alguns amics i uns altres als qui vaig tenir la sort de conèixer per casualitat. No conec equips que treballin millor que els que hi ha en les nostres institucions, fins i tot en les pitjors. Tampoc conec condicions de treball tan forçades, tan poc elàstiques, tan tancades a la possibilitat de donar crèdit, autonomia, espai per adaptar vida i treball, com en el nostre context.

Pot semblar que aquesta anàlisi del treball és irrellevant per a qüestions de més rang com la situació del nostre món de l’art i el sentiment de manca d’atenció i de possibilitat que sent la comunitat artística. No obstant això, crec que la nostra forma d’entendre el treball, de plantejar els equips, evidencia la poca importància que hem après a donar a alguna cosa que és essencial: la motivació i la dinamització de la interacció entre grups i individus. El nivell de formació i de competència és alt i el nivell de frustració i atipament, molt més alt encara.

És pràcticament impossible generar iniciatives dins de les nostres institucions i del nostre món de l’art, ja que, per ser públics, són institucionals. És pràcticament impossible autoorganitzar-se o generar formes d’execució diferents; i, en els anys de democràcia, els canvis que han experimentat, per bé, aquests centenars de dones que s’ocupen de gestionar els continguts que decideixen uns altres són mínims. Aquest gran grup de dones de la cultura dirigides, avui ja gairebé, només per homes amb idees molt clares i en gran manera obsoletes sobre les capacitats i els talents dels seus equips.

Res ens rescatarà excepte el talent. Cert, la construcció democràtica ens va abocar principalment a construir institucions, d’una banda, i forces i dinàmiques, per una altra. Enfront d’una idea més conceptual, més clàssicament intel·lectual de l’art i de la seva funció en la reconstitució de valors polítics i estètics no necessàriament burgesos, van sorgir un altre tipus d’iniciatives, que podríem denominar festivals, que celebraven l’estat del benestar, la joventut, la creació, el disseny, la ciutat…

Aquestes dues dinàmiques es van mantenir simètriques per un temps i mobilitzaven a col·lectius molt diversos, de vegades concordants i de vegades decididament enfrontats. Després d’aquesta fase, acabada per raons que coneixem, alguns dels seus impulsos continuen operant en una fase d’entropia que més aviat ens fa estar farts de nosaltres mateixos.

És indiscutible la importància, passada i present, de la recuperació i la reescriptura del passat, però el mateix esforç demanda la creació de formes de relació col·lectiva i individual en el present. És indispensable mostrar, però és perfectament plausible situar formes de producció més improvisades i destinades a investigar la producció no com una forma de fer sinó d’investigar que pugui reactivar a artistes i professionals en un nou disseny educatiu i de la funció dels programes públics.

És ara, quan sembla que no ens podem permetre res, quan la invenció és necessària. El més important ho tenim, la gent, la comunitat artística; el que ens falta són noves dramatúrgies, noves maneres de relacionar-los… el ‘supergrup’.

M’imagino, per exemple, una pel·lícula dirigida per Carles Congost, amb un guió de Dora García, en un escenari de Teresa Solar Abboud; m’imagino múltiples, milers de formes de planejar junts encara que no siguem simplement amics, ni coincidim necessàriament. Potser ha estat necessari passar per aquesta etapa tan polaritzada entre formes radicalment diferents de veure la cultura i la funció de l’art, però quedar-s’hi no sembla productiu; sortir-hi és extremadament difícil, però cal obligar-se a imaginar dinàmiques impensables però factibles.

Ningú s’ha oblidat de nosaltres, només nosaltres.

*

Albert Lladó – Sortir a la foto

Cada vegada més gent diu que Barcelona està cansada culturalment. No hi estic d’acord. El que estem vivint els últims anys, certament acusant una indiscutible homogeneïtzació, no té tant a veure amb la fatiga (que hauria d’arribar després del clímax) sinó amb el que en castellà en diem “hastío” (que no podrem traduir ni per avorriment ni per fàstic). És quelcom diferent. I segurament neix, en part, d’aquesta necessitat que tenim de fer, una i una altra vegada, la “foto del moment”. Què hi trobem realment en aquestes instantànies? Hem après a mirar la realitat cultural des de tots els angles possibles?

Roland Barthes, a La càmera lúcida, ens explica que dins d’una mateixa fotografia hi conviuen, com a mínim, dos mons: l’studium i el punctum. Mentre l’studium és allò que veiem d’una forma més evident (el que intenta ser una reproducció analògica o digital de la realitat), el punctum és el detall, la ferida i la fletxa, que ens obliga a preguntar-nos què hi ha més enllà de l’objectiu. La fotografia vol ser una (com qui vol convertir la cultura en un monòlit) però sempre apareixen (moltes vegades per atzar) un objecte o una ombra que posen en crisi aquest retrat ideal. Tota imatge és contingent, i per això només pot tendir a la generalitat adoptant una màscara. Ho acceptem, cap problema, sempre que després recordem que el resultat no és un nosaltres, sinó una convenció estètica. De veritat hem oblidat totes les capes del procés?

Quan s’acabarà, doncs, això que hem anomenat equivocadament cansament? Segurament quan entenguem que podem parlar, sense complexos, d’itineraris i de condicions de possibilitat, sense caure en la visió de la cultura com si fos el paspartú d’una fotografia fixa.
“Tot el que passa a l’interior del marc mor totalment un cop franquejat aquest mateix marc”, escriurà Barthes. No neguem la necessitat d’informar o representar, però haurem d’aprendre a incloure en aquesta panoràmica el goig i el dolor que no solen aparèixer al photocall institucional. I a més, haurem de trobar la manera de fer-ho sense quantificar-ho, com si fossin quilos de llonganisses, amb els mínims artificis possibles.

Vivim immersos, en la cultura i la política (si és que són coses diferents), en la dramatúrgia dels gestos. “Certs detalls podrien punxar-me, si no ho fan sens dubte és perquè han estat posats intencionalment pel fotògraf”. Quan em sento observat per l’objectiu, ens dirà Barthes, em transformo per avançat en imatge. Posturejar no és una simple banalitat com es creu, és la voluntat d’encapsular un imaginari que demana, sempre, ser més ampli. I això passa, també, en el llenguatge. Existeix una autèntica colonització del significat. Si abans vam descodificar al nostre gust les ressonàncies d’aspectes com la cohesió social o les hegemonies, ara toca construir falses dicotomies entre cultura de base i alta cultura. Però el punctum, desobedient i indomesticable, segueix escapant de la foto oficial per convidar-nos a la vida exterior. La que ens fa mal, ens commou i ens compromet. La que realment ens desplaça i ens sacseja.

*

Mª Ángeles Cabré – ¿De qué adolece la Barcelona cultural?

La crisis cultural barcelonesa es como la muerte de la novela, un tema recurrente al que todos y todas insistimos en volver, a pesar de que sigamos leyendo novelas (no siempre buenas) y, mal que bien, sigamos también consumiendo cultura en la Ciudad Condal (aunque no siempre aquella de la que nos apetecería disfrutar). Es, como digo, un tema recurrente que ocasionalmente sazona las secciones de opinión de los diarios, se comenta poco en la tele porque allí la cultura está proscrita y se esgrime en inauguraciones y estrenos. Sin olvidar las esquinas del Ensanche, convertidas en vomitaderos de airadas invectivas cuando nos cruzamos artistas, escritores, editores, galeristas, gestores culturales y hasta algún que otro filósofo.

Desde que Félix de Azúa anunció el hundimiento de ese Titánic que se supone que es nuestra querida Barcelona han pasado ya treinta y cinco años, ahí es nada. En su célebre artículo (El País, 14 de mayo de 1982), el susodicho se dolía que los barceloneses teníamos que ir a ver exposiciones a Madrid porque aquí no las había, la política cultural estaba en manos de “unos ferósticos embarretinados”, las noches barcelonesas eran cada vez más cortas y la ironía nos había abandonado. Él se marchó a Madrid aludiendo a no se sabe qué propiedades salutíferas de los aires mesetarios y nosotros nos quedamos aquí cortos de presupuesto, con una política cultural errática (embarretinada o sin embarretinar), con las noches ya definitivamente suicidadas y sin el sentido del humor necesario para vadear las malas temporadas.

Y así andamos, cariacontecidos y ante todo despistados. El desánimo colectivo en un sector fuertemente azotado por la falta de iniciativas y por la crisis económica nos ha desnortado. Creemos saber lo que queremos, sí, una Barcelona culturalmente más poderosa, más viva y con proyecto. Pero la pregunta es, ¿sabemos realmente de qué adolecemos? Para imponer una revisión profunda de los modelos hasta ahora vigentes habrá que saber dónde han fallado. Y la realidad es que más allá de un lamento general no hay análisis. La cultura en Barcelona ha fallado por varios flancos y quizás sea hora de diagnosticarlos. De lo contrario, ¿qué se supone que vamos a construir sobre unos pies de barro?

*

Published inARTÍCULOS DE TODOS LOS CICLOS
Simple Share Buttons