“Hubo un momento de gran lucidez en aquellas revoluciones. Se trataba de crear una alternativa a lo que había y por eso se optó por no ocupar el poder”.
Hubo un 68 en Barcelona, pero fue en otoño, y tuvo como principal detonador la universidad. Fue un estallido de libertad en la grisura del franquismo, que reaccionó brutalmente contra sus protagonistas y abortando las tímidas señales de aperturismo que se adivinaban en un contexto cada vez más contradictorio, en unos tiempos en los que las sociedades occidentales estaban cambiando a toda velocidad y su onda expansiva llegaba con claridad al interior de la península. Lluís Boada, doctor en Ciencias económicas y en Humanidades, fue uno de los dirigentes de aquel movimiento estudiantil y su cara más visible. Se inició en la política como delegado del Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB). Perteneció al núcleo inicial de Bandera Roja y contribuyó a la creación la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER). Aquel otoño, a pesar de su reducido número y partiendo de Económicas, la UER puso en pie la universidad entera. Su actividad política acabó llevándole muy joven al exilio. Ahora, medio siglo después recuerda y reflexiona sobre aquellos acontecimientos y ha publicado La senectud del capitalismo. Un reto a la juventud (ED Libros).
A finales de enero de 1968 la Universidad de Barcelona, la única que existía en Cataluña en aquellos momentos, inhabilitó y expulsó a 22 estudiantes, delegados de la Facultad de Económicas. La selección la realizó el propio decano, Mario Pifarré, y sobre aquellos jóvenes cayeron órdenes de detención. Quienes no pudieron escapar sufrieron torturas –que en algunos casos les provocaron destrozos físicos y morales– y cárcel. El detonante de aquel episodio fueron las protestas por el enésimo caso de corrupción en unas oposiciones a cátedra; concretamente la de Historia Económica, cuya docencia desempeñaba Jordi Nadal, uno de los mejores discípulos de Jaume Vicens Vives y que era candidato natural para obtenerla. La cátedra, sin embargo, la obtuvo Pedro Voltes Bou, yerno del presidente de la Diputación de Barcelona, el Marqués de Castellflorite. La pérdida de Nadal se sumaba a muchas otras, algunas tan relevantes como la del filósofo Manuel Sacristán, expulsado por sus actividades antifascistas y que había participado en la construcción del (SDEUB). Pero la gota que desbordó el vaso tuvo lugar aquel verano en Madrid y fue el escándalo producido en la oposición a la cátedra de Estructura Económica de la Universidad de Barcelona cuando Ramón Tamales y otros aspirantes cualificados fueron postergados en beneficio del candidato de Pifarré, presidente del Tribunal, que no presentaba mérito alguno para merecerla. Juan Velarde y José Luis Sampedro protestaron públicamente. Lluís Boada estuvo presente y tomó buena nota.
J. M. MARTÍ I FONT: La universidad se convirtió en uno de los principales frentes de batalla contra el régimen franquista.
LLUÍS BOADA: Fue una rebelión en toda regla, distinta de la del mayo francés o de las otras muchas que estallaron en todo el mundo en aquel año mágico, y que, como las otras, no surgió de súbito, sino que arrastraba ya un largo recorrido cuyo punto culminante podría situarse en la creación del mencionado SDEUB, el 9 de marzo de 1966, en el convento de los Capuchinos de Sarriá. El impacto del mayo francés había predispuesto a los estudiantes a renovar su larga tradición de lucha, un tanto diezmada el curso anterior. La última “hazaña” de Pifarré lo facilitó. Se convirtió en el punto débil por donde atacar la perversión de la autoridad, el “autoritarismo” propio del franquismo y la corrupción que implicaba. Y fue la línea de ataque que eligió la UER, su modo de llegar a la consciencia y a la emoción de todos los estudiantes y de ponerlos en acción. Pero el ataque al autoritarismo y a la corrupción los asoció desde el primer momento a la causa revolucionaria.
J. M. MARTÍ I FONT: Una de las primeras víctimas de la revuelta fue el propio Pifarré al que un comando de estudiantes “pintó” de color verde, en los pasillos de la facultad a plena luz del día. Y no fue el único, Voltes también fue rociado con pintura –rosa en su caso– tal y como había sido votado por los estudiantes. ¿Cuáles eran la “condiciones objetivas” en aquellos momentos?
LLUÍS BOADA: Había habido una pequeña apertura impulsada por los desarrollistas del Opus Dei, y ante el conflicto estudiantil crónico, en abril de 1968, el Gobierno nombró un nuevo ministro de Educación: José Luis Villar Palasí, un académico de prestigio que llegó con aires renovadores. Pero al mismo tiempo procesó a Néstor Luján, el director de la revista Destino, uno de los medios de información más abiertos de aquellos momentos, que acabó suspendido en sus funciones. Precisamente en el número del 4 de mayo de Destino, el periodista Santiago Nadal escribió un artículo titulado “El Ejército y el sistema institucional” en el que recogía un discurso del almirante Carrero Blanco, que entonces era vicepresidente del Gobierno, a la plana mayor de las fuerzas armadas en el que decía textualmente: “Que nadie abrigue la menor esperanza de poder alterar ningún aspecto de nuestro sistema institucional. Quedan en último término las Fuerzas Armadas para las que siempre constituirá un timbre de honor el cumplimiento del mandato del Caudillo”. En este artículo Nadal se preguntaba, discretamente, si de verdad el futuro sería tan inamovible como lo pintaba Carrero. De nuestro expediente de expulsión en enero no se hizo eco más que La Vanguardia que reprodujo la nota oficial. Pero lo interesante es que dos semanas más tarde Destino sí que se ocupó del mayo parisino. La portada del número del 18 de mayo rezaba: “Cólera en París” y la información era muy comprensiva con la rebeldía de la juventud. Esta visión duró toda la primavera y se prolongó durante el verano. El silencio llegó en otoño, cuando en Barcelona empezaron a ponerse las cosas serias.
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Qué grupos tenían más protagonismo en el movimiento universitario?
LLUÍS BOADA: Durante mucho tiempo el PSUC había sido la fuerza dominante, con una presencia fuerte del Frente de Liberación Popular (FLP), que ya se había diluido mucho cuando yo entré a medidos de la década de los sesenta. Hubo la primera expulsión de delegados de Económicas, unos 40 o 50 entre los que se encontraban Andreu Mas Colell, Salvador Barberá y otros talentos muy notables. Una característica de aquel tiempo era que los delegados solían ser muy buenos estudiantes. Es la época en la que fue expulsado Sacristán. El curso 66-67 es un año de transición en el que el SDEUB resiste a pesar de la represión. En el curso siguiente la represión se hizo insoportable. Fue cuando, entre otras cosas, se produjo la expulsión de los 22 delegados de Económicas. Poco antes había nacido el grupo Unidad, que acabaría dando como resultado el Partido Comunista Internacional. Fue un golpe fuerte para el PSUC, y estuve unos pocos meses en él. A principios del 68, tras la expulsión de la universidad, ya vimos que no podíamos seguir exponiéndonos tan abiertamente, porque presentarse a unas elecciones era ponerse en la lista para ser expulsado y para cosas peores. El cambio ministerial que trajo a Villar Palasí abría ciertas esperanzas que algunos vivieron como amenazas a sus propósitos “revolucionarios”. La situación se radicalizó con gran rapidez. Apareció gente que quería volar la puerta de la universidad y otras cosas como las que, finalmente, se llevaron a cabo al curso siguiente.
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Tuviste alguna vivencia directa del mayo francés?
LLUÍS BOADA: Personalmente, al no poder frecuentar la facultad, en la primavera de 1968 formé parte de una delegación de estudiantes que visitamos Yugoslavia de camino a la Unión Soviética, donde pasamos una tarde inolvidable con La Pasionaria, y de regreso, estuvimos en Praga. Éramos miembros de UIE (Unión Internacional de Estudiantes) y pasamos a recoger material y a celebrar reuniones, y vimos lo que se respiraba en Praga, como si fuera en Londres. De Praga volamos a Zúrich, la clandestinidad obligaba, y de allí a París, donde nos encontramos de golpe con el mayo del 68. Nos quedamos un par de días para ver lo que estaba pasando y cogimos el último tren de vuelta a Barcelona, justo antes de que Francia se paralizara. Casi podría decir que, en plan favor, los ferroviarios nos llevaron hasta la frontera pues aquella noche se decretó la huelga general. Pero al cabo de unos días, junto a otros compañeros del Grupo Unidad, del que ya me había distanciado, volvimos a París, cargando los bidones de gasolina en el coche. Mi hermana vivía en Antony, que está a unos 20 kilómetros de París, y no había transporte público para trasladarse, por lo que tenía que hacer autostop. Tengo una anécdota que explica mucho de lo que fue aquella revolución, de lo que son las revoluciones. En una ocasión nos cogió un típico burgués francés, muy elegante, con un coche espléndido, y fue muy amable. Nos acompañó prácticamente hasta casa. De la conversación que mantuvimos y de su estado de ánimo, me di cuenta de que aquella revolución producía una satisfacción unánime entre la gente, que se respiraba un deseo muy generalizado de otra manera de vivir. Lo cierto es que, durante aquel mes, aquellas semanas, parecía que iba a ser posible, especialmente para nuestra generación. No sabíamos por cuanto tiempo, pero lo vivido allí y esa imagen del señor aquel acompañándome a casa haciendo este servicio de ciudadanía en un contexto revolucionario, reflejaba aquel espíritu que deslumbró al mundo. Meses después, en otoño, en Barcelona, también se produjeron episodios parecidos. El bar de Económicas, por ejemplo, era conocido por estar lleno de pijos, hijos de la gran burguesía barcelonesa, que se miraban con gran distancia lo del sindicato democrático. Pues bien, en otoño del 68, también se movilizaron y se enfrentaron a la policía cuando irrumpía en la facultad. Los momentos revolucionarios tienen el efecto de que incluso mucha gente insospechada parece tener la capacidad de comulgar con un ideal colectivo que parece justo, vital.
J. M. MARTÍ I FONT: Empezando por la revolución sexual, porque salíamos de una educación muy represiva, oscurantista.
LLUÍS BOADA: Analizándolo a posteriori, especialmente cuando escribí Una Economía poética (Argos Vergara, 1984) que es un análisis de El Capital, de Marx, pero también de la generación del 68, una de las cosas que destacan de aquel momento es la aceptación del cuerpo, como algo no destinado solamente a tareas productivas, y una liberación sexual. Como decía Marx, y la historia no para de confirmar la certeza de este pensamiento, el desarrollo de las fuerzas productivas (los cambios tecnológicos, las innovaciones científicas, etc.) revoluciona y reestructura las relaciones sociales; de producción y de todo tipo. La llegada de la píldora anticonceptiva echó, entonces, por tierra toda la construcción moral que existía respecto al sexo.
J. M. MARTÍ I FONT: El enriquecimiento relativo de amplias capas de la sociedad que empiezan a tener acceso a la cultura, pero también a posesiones muy liberadoras como el coche, que incide en el individualismo, también fue tal vez determinante. De hecho, es el momento del siglo XX en el que la brecha entre ricos y pobres más se reduce.
LLUÍS BOADA: Posiblemente, pero lo importante era la perspectiva de las clases trabajadoras, la sensación de que se iba hacia un mundo más igualitario. Pero el crecimiento económico, en su expresión de consumo de masas, tiene entonces otros efectos. Por ejemplo, se produce una crisis de la familia y muy especialmente de la figura paterna, en tanto introductor a la realidad. La función iniciática del padre entra en crisis ante un mundo de novedades incesantes. Porque al mismo tiempo sus hijos adquieren, en términos generales, unos niveles de estudios superiores a los suyos, lo que se hace especialmente patente en el número nunca visto y siempre creciente de estudiantes universitarios. Ante esta situación, no solo las familias y los padres, también las instituciones de enseñanza y muchos de sus maestros y profesores perdieron su autoridad natural y se convirtieron en figuras autoritarias, que los jóvenes rechazaron. El antiautoritarismo es un signo de identidad del 68. En nuestro caso, además, lo identificábamos con Franco y su Régimen, así como en Francia podía identificarse con De Gaulle. Esta crisis de autoridad la sufren también las instituciones patriarcales típicas como la Iglesia, pese a que en el seno de la Iglesia hay movimientos que intentan acercarse a los jóvenes y a los nuevos desafíos, desde los curas obreros hasta la Teología de la Liberación.
J. M. MARTÍ I FONT: Como decías, el 68 tiene un recorrido que empieza bastante antes. El Concilio Vaticano II, la imagen de John Kennedy en Estados Unidos… ¿Te acuerdas de lo que sentiste cuando mataron a Kennedy?
LLUÍS BOADA: Recuerdo exactamente el asesinato de Kennedy, y el de Lumumba. Lo vi en televisión y me fui a mi habitación a llorar. Era un modelo y una esperanza que se perdía. Es interesante porque Kennedy representaba la posibilidad de una renovación desde el poder, pero su asesinato muestra que por esa vía no era posible la renovación. En 1968 los mataron a todos –Bob Kennedy, Martin Luther King, el Che Guevara el año anterior…– y acabó ganando Nixon las elecciones norteamericanas, mientras proseguía la guerra del Vietnam. ¿Cómo no iba a rebelarse la juventud? Y en Praga quedó muy claro lo que sucedía al otro lado del mundo de la Guerra Fría. En todas partes; en Polonia, en Japón, en Bolivia, en Brasil, en México con la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, etc. Es impresionante esta sincronía, que tiene un punto misterioso. En París, en un momento determinado, el Estado se paralizó, se creó un vacío de poder. Se ocupó buena parte del territorio del Estado y las fábricas. Creo que entonces se produjo un momento de gran lucidez, una lucidez inconsciente y colectiva. Se trataba de crear una alternativa a lo que había; al Estado y al sistema; se había vislumbrado y vivido esta posibilidad, y a diferencia de otras revoluciones que llegan hasta tomar el poder para acabar haciendo –a veces mejor y otras peor— algo parecido a lo que hubieran hecho los que lo detentaban, se optó por no hacerlo, por no ocupar el poder. Naturalmente, se puede hablar de relaciones de fuerza, de inexistencia de partido de vanguardia… pero creo que lo que sucedió fue la percepción de que aquello que se estaba atacando: el Estado, la autoridad, el espíritu del capital, etc., también estaba dentro de nosotros, que tales enemigos no eran puramente externos, sino que había un punto de complicidad nuestra, que participábamos de ello. Por eso, de algún modo intuimos que si tomábamos el Poder, reproduciríamos demasiado de lo que había. Una de las características de esta generación –tal vez en Estados Unidos se vea mejor que aquí, donde había demasiadas tareas pendientes—es que muchos de sus miembros, incluso de sus líderes, en los años siguientes no pasaron a hacer grandes carreras profesionales, ni ocuparon lugares de poder o de responsabilidad, sino que más bien limitaron su ámbito público y se recluyeron, entendiendo que el trabajo que había que hacer era más bien un trabajo interior.
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Crees que se trasladó la revolución hacia el interior de cada uno?
LLUÍS BOADA: Sí, en mayor o menor media, creo que sí. Hubo quienes pasaron incluso a la acción armada pero entiendo que lo que nos distinguió como generación fue que tuvimos la percepción de que, en el fondo, no éramos tan diferentes de nuestros padres; y que en nuestra manera de actuar en muchos aspectos de nuestras vidas no éramos tan ejemplares como para crear una alternativa social. Mejorar las estructuras internas heredadas es una tarea ardua. Esto exigió un repliegue y una parte del drama de la época se trasladó desde lo público a lo personal. Viajar por el mundo, experimentar con las drogas, el autoconocimiento, el psicoanálisis, las tentativas de nuevas formas de convivencia y de espiritualidad, el acercamiento a la naturaleza, en fin, atreverse a intentarlo fue la sabiduría histórica de esta generación, bañada en un mar de errores, que tras acercarse a tomar el poder decidió quedarse en la esfera personal o en ámbitos de intimidad.
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Esta reflexión la llegaste a verbalizar en algún momento, la hablasteis entre compañeros?
LLUÍS BOADA: No, es muy posterior. Sin embargo, había algo previo que ya señalaba en esta dirección, que nacía de lo que se reprobaba de otros movimientos políticos de aquí y de otros lugares. Simpatizábamos aún con la revolución cubana y manteníamos ciertas expectativas sobre la Revolución cultural china, pero éramos ya muy críticos con el ejercicio de poder del Partido Comunista de la URSS y los de su órbita, incluidos los europeos de diferentes matices. Bandera Roja, que es el núcleo a través del cual se entiende y se organiza la posibilidad de hacer aquí un 68 a partir de la idea de que el partido no podía construirse sobre las bases anteriores; puramente ideológicas, puramente de estructuras de poder, sino que lo que había que hacer era ir a las masas, movilizar a la gente en los lugares de estudio, de trabajo, en los barrios, en las calles. Y movilizar para objetivos posibles y claros; contra la corrupción de las castas universitarias –que fue lo primero— o las deficiencias de los barrios o las condiciones de trabajo. Pongámonos en el lugar de la gente, decíamos, hagamos aflorar estos deseos, estas necesidades que vienen de situaciones injustas, y después ya nos ocuparemos del poder, ya veremos si a partir de esto se pueden estructurar otras organizaciones para dirigirlo. En nuestro caso, además, era especialmente interesante porque sucedía después del mayo y ya recogía sus experiencias. La originalidad, en el contexto español, de Bandera Roja, de la UER, de los comités de acción que se crearon en el 68 y del movimiento que impulsaron reside, en buena medida, en que ya eran post mayo, ya recogían esta experiencia de revolución sin toma del poder, de revolución vivida.
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Cuál fue tu peripecia personal que te llevó al exilio?
LLUÍS BOADA: A mediados de enero de 1969 debía incorporarme al servicio militar. Jordi Borja, que de facto dirigía Bandera Roja y con quién mantuve una relación permanente durante aquel otoño, me pidió, llegadas las vacaciones de Navidad, que fuera retirándome para que otros compañeros fueran asumiendo mis responsabilidades directivas en la UER y, consiguientemente, en el movimiento. Semanas antes, cuando el movimiento había adquirido ya una amplitud e intensidad impresionantes, le había advertido de la necesidad de crear un núcleo de Bandera Roja dentro de la UER para que la línea de transmisión y la acción no se concentraran tanto en mi persona, pero entonces le pareció precipitado pues BR, Universidad a parte, seguía siendo un núcleo de comunistas en torno a una revista. De modo que, cuando, llegadas las vacaciones navideñas, me retiré de la actividad política y me concentré en una relación personal, no se había consolidado la estructura del grupo capaz de seguir dirigiendo el movimiento que se había impulsado. Cuando en enero de 1969 fui a la Facultad de Económicas para hacer mi última intervención acordada, presentar la conferencia de Jordi Solé Tura, me encontré con que estaba convocada una asamblea de distrito, sin que yo lo supiera, en el edificio de la vieja Universidad, y había que decidir si nos quedábamos en Económicas o íbamos a la asamblea de distrito para intentar controlarla. Optamos por celebrar la conferencia, en la línea de consolidar las posiciones conquistadas tras tres meses de lucha. Es bien sabido lo que acabó ocurriendo. La asamblea de distrito era una cobertura para que un comando de algunas organizaciones que no consiguieron tener la iniciativa política en otoño asaltara el Rectorado. Lo lograron. La Universidad fue clausurada y tres días después se decretó el Estado de Excepción. Nuestro 68 había terminado.
[La nota que publica La Vanguardia reza: “En la mañana de hoy, un grupo de estudiantes, que había asistido a una asamblea en el Paraninfo de la Universidad, se dirigió, en actitud violenta y después de forzar las puertas de acceso, a los locales del Rectorado, donde procedió a la destrucción de las instalaciones, y mobiliario del mismo, acorralando a la propia persona del rector así como a otras autoridades académicas que se encontraban en el Rectorado en aquel momento, todos los cuales hubieron de ser protegidos por el personal administrativo y subalterno de la Universidad. La fuerza pública no fue requerida en ningún instante”.]
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Qué sucedió entonces?
LLUÍS BOADA: Detuvieron a muchos estudiantes y a Solé Tura, que permaneció seis meses en la cárcel por negarse a delatarme. Cuenta en sus memorias, Una història optimista (Edicions 62, 1999), el chantaje de que fue objeto por los jueces instructores del caso. Yo me fui a hacer el servicio militar. Me mandaban a África, a Ceuta, como a muchos de los que estábamos fichados. Primero fui a Camposoto, cerca de Cádiz, para hacer el campamento. A los dos meses leí en una pequeña nota en el periódico al que estaba suscrito el edicto militar por el que se me buscaba. ¡Y me tenían en el ejército! Entonces empezó una aventura rocambolesca. Era Semana Santa, unos días antes había venido a verme mi novia y me escapaba para ir a verla, con el riesgo que esto conllevaba: cambiarse de ropa y entrar y salir del campamento, para pasar la noche con ella en un hotel de Cádiz. A la vista del edicto, necesitaba más informaciones sobre mi situación y pedí a mi novia que volviera a verme con todas las informaciones posibles de los abogados. El día establecido, en lugar de encontrármela a ella, me encontré con un compañero de la UER que había venido a sacarme de España. Mi novia estaba descansando del viaje en Cádiz y venía con un primo suyo, de Inglaterra, en un coche con matrícula británica, con el que hacer el viaje hasta la frontera. Le dije a mi compañero que no podía salir así, de golpe, y que antes de tomar una decisión tan importante quería hablar con mi abogado, Solé Barberá. Volví al campamento, pasé lista, volví a salir. Cádiz estaba en plena Semana Santa; todo cerrado, capirotes, nazarenos, saetas, gente por todos lados, una película… Conseguí llamar a Solé Barberá y le pedí que me aconsejara si tenía que salir del país y enfrentarme a un futuro incierto o quedarme y enfrentarme a un juicio militar y a la prisión segura. No supo qué decirme. De camino de regreso al campamento yo seguía sin saber qué hacer. Llegamos a un punto en la carretera donde estaba el desvío hacia el campamento y nos paramos. Tenía una increíble sensación de desgarro interno; mi novia lloraba y el compañero que me había venido a buscar insistía en que había venido a sacarme de España. “Tienes que salir”, decía. Finalmente dije: “Pon la primera, ¡vámonos!”. Cuando llegamos a Sevilla tenía una sensación física como la de un árbol al que arrancan del suelo, un dolor terrible. De madrugada llegamos a Madrid y por la noche a la Seo de Urgell y Martinet. Había controles de la Guardia Civil. Nos pararon varias veces, pero no me descubrieron. Había conseguido durante toda la mili que no me cortaran el pelo al modo militar, con la maquinilla. Miraban dentro de un coche británico y en el asiento de atrás había un tipo con su novia. Me dejaron en Lles, en la iglesia en manos del cura párroco y me dieron 5.000 pesetas, “para el futuro”. El cura me dio de cenar, luego una copa de coñac, y me dijo que al día siguiente cruzaría la frontera. Dormí bien. Me levanté a una hora normal, desayunamos y, a media mañana, salimos en coche hacia Puigcerdà y después hacia el Pla de Llívia. El cura paró al lado de un camino y me dijo que lo siguiera y que llegaría enseguida a Bourg Madame. Era mediodía y me encontré en un descampado en el que podían verme desde kilómetros a la redonda. Empecé a andar muy rápido hasta llegar a un punto en el que había una serie de masías. No sabía si ya estaba en Francia. Más lejos, vi la estación de tren. Cuando llegué, estaba llena de grises (policías nacionales) y me metí en el primer tren que pasó que me llevó a Toulouse sin ningún incidente. En Toulouse tomé otro tren hacia París.
J. M. MARTÍ I FONT: Te habías convertido en un exilado.
LLUÍS BOADA: Sí, porque en aquellos años si escapabas, te exilabas para siempre. Yo había salido enfermo de la reunión con la Pasionaria y los comunistas españoles en Moscú, entre otras cosas porque al despedirnos te decían: “el año que viene en Madrid”, algo que llevaban diciendo desde 1939. Me acordé de aquello. Ya en París, algunos amigos que llevaban allí mucho tiempo, me decían que pensara bien si quería quedarme allí para siempre. Pensé en la opción de Cuba. Me presentaron a Juan Goytisolo que a su vez me presentó a Alejo Carpentier, con quien establecí enseguida una muy buena relación. Le conté mis cuitas y me dijo que escribiera una carta dirigida a Carlos Rafael Rodríguez, que entonces era el vicepresidente de Cuba y muy buen amigo suyo, y que él la mandaría por valija diplomática para que me acogieran como un revolucionario, algo que yo me creía realmente. Escribí la carta, se la di y me dijo que enseguida la mandaría. Paralelamente empecé los trámites para conseguir el estatuto de refugiado político en Francia. Me acogió la Princesa de Montenegro, que era una señora bretona y había sido miembro de la resistencia. Antes de mi, había dado cobijo a un soldado negro desertor de la Guerra del Vietnam y cuyo nombre sonaba como el mío, Lewis. Estuve unos meses en su casa, se comportó como una madre y su hijo, el actual príncipe, como un hermano, y empecé a establecer contactos. Conseguí el estatuto de refugiado gracias, entre otras cosas, a una carta de Manuel Jiménez de Parga. Como que yo no tenía condena, tenía que demostrar que era perseguido por el régimen, y la carta decía que yo iba a ser acusado de adhesión a la rebelión, que podía acarrear penas de hasta 20 años de cárcel. Coincidí en la oficina de refugiados con Agustín García Calvo, con el que nos hicimos buenos amigos. Al obtener el estatuto de refugiado político, conseguí una pequeña beca para estudiar. La casa de España, en la Ciudad Universitaria, estaba cerrada, pero el director de la Casa de Italia, Aldo Vitale, un gran tipo, me aceptó como si fuera italiano, pero como que ya tenía muchos españoles, acabé en la Casa de Noruega por un intercambio. Mientras tanto, pasaban los meses y de Cuba no había respuesta. Al principio llamé unas cuantas veces y me decían que no sabían nada, así que dejé de llamar. Pasaron nueve meses en los que hice el gran duelo del exilio. Lo pasé fatal. A final de año, el régimen de Franco, a raíz de haber hecho Príncipe de Asturias a Juan Carlos, dictó un decreto de indulto militar. La condición era que había que pedirlo personalmente, acabar de cumplir los compromisos militares, etc., pero suponía que se abría una puerta para arreglar la parte militar de mis problemas. Pedí el indulto pero durante más de un año no tuve respuesta. En ese tiempo recibí una llamada desde la casa de la Princesa de Montenegro diciendo que había llamado la mujer de Alejo Carpentier porque desde la Embajada de Cuba me estaban buscando. Me puse en contacto con ellos y me dijeron que les había llamado el vicepresidente Carlos Rafael Rodríguez pidiendo disculpas porque: “acaba de recibir su carta y tiene usted abiertas las puertas de Cuba y puede ir cuando quiera”. Había pasado un año y yo ya estaba en otro proceso, así que se lo agradecí, pero no fui a Cuba. Esto, para explicar cómo iban las cosas entonces, incluidas las valijas diplomáticas cubanas entre Alejo Carpentier y el vicepresidente de Cuba. Mientras tanto, seguían sin contestar a mi petición de indulto. Mi familia acabó movilizándose y a través de contactos familiares y amistades llegaron hasta Enrique Fontana Codina, que era de Reus y en aquel momento ministro de Comercio de Franco. Fontana Codina escribió al Capitán general de Sevilla y éste le escribió a mi padre diciéndole que, por él, que no por mí, me concedían el indulto si cumplía los requisitos. Tuve la suerte de poder “pasar caja” en París, a través de los amigos que trabajaban en hospitales confeccioné un dossier médico irrebatible, y me declararon inútil para el servicio militar. Esta parte quedó arreglada. Obtuve un pasaporte y, pasado un tiempo, con no poca incertidumbre por mis antecedentes políticos, regresé.
J. M. MARTÍ I FONT: ¿Qué queda de aquella revolución?
LLUÍS BOADA: Se ha producido una liquidación total de nuestros referentes de aquellos años: Marx, Freud, Lenin y también Mao, Marcuse, Reich… De Marx aún se habla de vez en cuando, pero a Lenin ni se le puede mencionar. Es el signo de los tiempos pero también remite a la frivolidad, un componente pernicioso de aquella generación joven y, por tanto, inmadura, junto a muchos otros componentes positivos. El problema añadido es que no ha habido recambios para aquellos referentes y es como si nos hubiéramos quedado sin “perchas” donde colocar las cosas que están pasando. Habría que intentar buscar un eje intelectual sobre el que poder situar el presente, para poderle dar una orientación, un sentido, para que las cosas buenas que sembramos vayan creciendo. Personalmente, hago lo que puedo. He planteado mis libros como un diálogo con Marx desde tres espacios diferentes París, Río de Janeiro y Barcelona, tres perspectivas culturales y político sociales diferentes. También en tiempos diferenciados, aunque creo que mantienen una gran unidad. Veo una correspondencia entre la sincronía mundial de los movimientos del 68 y el cosmopolitismo a priori y a posteriori de buena parte de aquella generación. Nos sentíamos partícipes de algo común. Marx tuvo un sueño al que llamó comunismo y la voluntad moral de adaptar la humanidad a aquel sueño. Lenin fue el primer gran artífice de este tipo de adaptación, tratando de imponerla a través la “dictadura del proletariado”. La generación del 68 compartió en buena medida el sueño, pero no su voluntad moral, al menos en su forma impositiva. Amamos, sobre todo, la libertad.
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Lluís Boada es doctor en Economía e historiador del Arte.
J.M. Martí i Font es escritor y licenciado en Derecho y Ciencias Económicas.
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