“LOVE-LETTER-FOR-YOU.TXT.vbs”
2000
No quiero pensar sobre el coronavirus, en cambio, cualquier lectura, cualquier película, la termino viendo a través del nuevo patógeno. Me gustaría escribir sobre otras cosas. En un mundo desdoblado como en “Smoking/No Smoking” de Resnais -un mundo en el que no hubiera encendido el cigarrillo- o en una realidad -como en “El azar” de Kieslowski- donde no hubiera perdido el tren, quizá escribiría acerca del último videoclip de Bad Bunny, con el conejillo malo convertido en conejita y perreandóse a sí misma, el conejillo queriendo deconstruir la hipermasculinidad tóxica y liándose, creo, un poquito.
Pero en esta realidad, la COVID se ha convertido en una neblina que lo invade todo. Escribir sobre ella (o él) con voluntad predictiva puede parecerse a querer acertar el número de la lotería. El análisis descriptivo-analítico se complejiza por la actualización constante de datos y el carácter contradictorio de las informaciones. En sus respectivos artículos de opinión, filósofos y demás pensadores parecen estar poniendo en práctica aquello que canta Joe Crepúsculo: «Tú has dicho un dicho/ Yo he dicho un dicho/ El dicho que tú has dicho está mal dicho/ Y si el dicho que tú has dicho está bien dicho/ El dicho que yo he dicho está mejor/ Que el dicho que tú has dicho». Veáse la pugna Giorgio Agamben-Jean Luc Nancy; o Byung-Chul Han-Žižek. Nos queda entonces el relato biográfico -¿Cómo lo llevas?- y la declaración propositiva -¿Qué podemos hacer (cuando esto termine)?
Pasan las semanas. Des del minuto cero hemos inundado las redes, más que sistema comunicativo que nos informa de que seguimos y campantes, se han transformado en cobijo de miedos, anhelos, frustraciones y desvaríos varios. Estos días estamos viendo aquello que ya sabíamos: para una sociedad avezada al (post)espectáculo (vacuo), lo único que se presenta como realmente intolerable es el aburrimiento. Junto a las enésimas publicaciones entre la reseña apocalíptica y el mensaje con pátina new age, se suceden demasiados vídeos caseros que despiertan vergüencilla ajena, algo de autobombo infructuosamente camuflado, y mucho mucho mucho contenido cultural gratuito. Ahí están también los Youtubers, marineros expertos que no temen la borrasca. O los memes, como siempre, los más punzantes, ávidos y acertados. Y entretanto, seguimos con el ya irritante hashtag #yomequedoencasa.
Nos hemos vuelto bufones. Mera comparsa. Ríe, payaso, ríe. Entretengo, luego existo. La cultura del reality show corre por nuestras venas y cerebros. Parece que en vez de estar encerrados en nuestras respectivas moradas, nos hayan recluido en la esperpéntica casa de Guadalix de la Sierra. Todos nos hemos convertido en frenéticos creadores de contenido. Como en los castings de los programas de TV, no importa si cantas bien o cantas mal. Canta. El espectáculo debe continuar porque a banda sigue tocando aunque el Titanic se hunda.
Pero ciertamente, ¿qué hacemos? A mi -y me disculpan el apunte autobiográfico- no me apetece aprovechar este forzado paréntesis para preparar nuevos proyectos o para terminar ese tipo de tareas que todos venimos arrastrando desde hace tiempo. Parejamente, tampoco quiero ocupar este tiempo con actividades más prosaicas como cocinar nuevas recetas, ver series bulímicamente o aprender macramé. Quiero que la cuarentena pase lenta, muy lenta. A veces, deseo que no termine nunca y quedarme en la anestesia de los días eternamente idénticos. Hay huecos donde querría vivir por siempre en este hoy que proyecta un futuro que no sabe que jamás llegará: ese mañana en el que nuestros cuerpos volverán a rozarse sin sospechas. En algunos momentos deseo no salir de casa nunca jamás para quedarme anclada a una vida absolutamente virtual en el que los otros no son más que asépticos avatares. Aunque la mayor parte del tiempo, los Skypes – y en realidad cualquier comunicación virtual: los whatsapps, los DM en Instagram, los comentarios en Facebook- se me presentan como un carcelario vis a vis en el que una pantalla nos retiene.
Mientras tanto, intento jugar al squash con los pensamientos conspiranoicos, pero de golpe un pelotazo me da en toda la frente: ¿Quién está ganando con todo “esto”? En las series de detectives, una de las claves para descubrir al malhechor está en llegar a descifrar a quién beneficia de facto la muerte del desaparecido. Aplicando la misma lógica, ¿quién sale beneficiado de la situación actual? Algunos estados escalan posiciones, otros gobiernos seguramente pierdan algo de poder en el mapa político global. Entre todo, parece claro que los beneficiarios directos están siendo las empresas basadas en la economía “Netflix” y las distribuidoras de productos al estilo Amazon, además de sus adláteres de Silicon Valley.
“El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema”- anotaba Byung Chul Han en un artículo publicado el 22 de marzo titulado “La emergencia viral y el mundo de mañana”. Claro está que estamos en una encrucijada en la que hay muchas cosas en juego. El camino se bifurca. ¿Qué camino vamos a tomar? ¿Giramos a la izquierda o tumbamos a la derecha? Las reglas van a cambiar y ya nunca volveremos a ese como antes. “Cuando todo termine” -eufemismo que últimamente me encuentro repitiendo mucho por no encontrar una mejor manera de expresar el (posible) fin de la cuarentena y por no saber bien bien qué es “esto” en lo que estamos todos sumergidos-, tocará hacer balance y buscar responsabilidades. A día de hoy, cabe ir pensando cómo vamos a reescribir esas reglas y sobre todo, cabe ir pensando en quienes las escribirán. Si seremos nosotras o si, como Moisés en el Monte Sinaí, las recibiremos directamente cinceladas sobre una tabla. Decíamos antes, no se trata tanto de adivinar qué va a suceder sino de pensar que nos queda por hecer. “Es posible – escribe Agamben en su tercer artículo dedicado al tema- que, después, la gente comience a preguntarse si la forma en que vivían era la correcta”.
Deberemos ante todo repensar nuestra relación con la Tierra y quienes la habitan -incluidos, claro está, los virus- para ir a modos de producción más sostenibles, modos de vida más equitativos. De igual modo, no hay que olvidar que medir a todos por el mismo rasero responde, aunque a primera vista pudiera no ser evidente, a una injusticia social. Medidas iguales para todos es negar las necesidades diferenciales. Si el gobierno no entiende que la comunidad no es una masa uniforme, lo único que traerá consigo “esto” es una polarización: quienes lo tenían difícil habrán de sumirse en el “más difícil todavía… Recién habíamos empezado a organizarnos (Santiago, Barcelona, París, Hong Kong, Quito, Beirut…). Una de las claves estará, como muy acertadamente apuntaba Naomi Klein, “en desarrollar nuevas herramientas de desobediencia civil que nos permitan actuar a distancia”. Habrá que encontrar modos de empoderamiento ciudadano y contestación digitales verdaderamente efectivos. Salir a la calle puede que no sea ya el escenario principal de las protestas.
La lista de cuestiones a sopesar se alarga: ¿Como construimos una Sanidad Pública gratuita y de calidad para todes? ¿Cómo despojamos a las grandes farmacéuticas corporativistas del dominio absoluto sobre investigación? ¿Cómo cuidaremos a los mayores y personas en situación más vulnerable?¿Cuántos estamos dispuestos a ceder al Big Data a cambio de seguridad?… En cualquier caso, para poder pensar, necesitamos unos cuantos días de reflexión. Silencio, por favor.
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