Desde hace tiempo, son cada vez más las que deciden no ser madres. Entre un 25% y un 30% de las mujeres europeas en edad fértil no tendrá descendencia. El año pasado, las tasas de natalidad llegaron a mínimos históricos en muchos países occidentales. En España, El número de nacimientos bajó en todas las comunidades y ciudades autónomas. Se registraron únicamente 391.930 nacimientos, el número más bajo desde el año 1999. Esto es, 18.653 nacimientos menos y una bajada del 4,5 % respecto al año anterior. Asimismo, la tasa de natalidad se situó en 8,4 nacimientos por cada mil habitantes, la cifra más reducida de todo el registro histórico. La edad media de la primera maternidad se elevó a 32,1 años, frente a los 32,0 de 2016. El número medio de hijos por mujer descendió de tres centésimas respecto al valor registrado el año precedente y se situó en 1,31.
Las estadísticas lo dejan claro: la mayoría de países occidentales son actualmente líderes mundiales en infecundidad y esta tendencia parece que no va a cambiar. Son cada vez menos las que se animan a tener hijos y también menos las que se atreven a repetir. Pero, ¿hasta qué punto esta baja natalidad es deliberada? ¿somos egoístas reticentes a renunciar a cenas con amigos y viajes al sureste asiático? ¿quizá inmaduros temerosos de un compromiso de por vida? ¿O egocéntricos incapaces de dedicar nuestro tiempo a alguien que no sea nosotros mismos?
Tener (o no) un hijo es una de las decisiones más importantes que una debe tomar en la vida. Resolución afirmativa o negativa que para nosotras tiene fecha límite. A partir de los 30, lo que durante la década anterior había sido un futurible se impone como una cuestión a solucionar prontamente o desestimar definitivamente. En pocas décadas, hemos pasado de “la obligación” de ser madres a un discurso que quiere normalizar y desestigmatizar a las mujeres que deciden no tener hijos. Son las NoMO, las no-madres, las kinderlos. Pero al lado de esta no-maternidad elegida encontramos una no-maternidad forzada por unas circunstancias económicas asfixiantes que convierten la procreación en quimera. Según un estudio publicado por el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de Barcelona del 25% de las mujeres nacidas en los años 70 que no tendrá hijos, únicamente un 2% no lo será por motivos biológicos, un 5% lo será por decisión personal y un significativo 18% decidirá no serlo por no gozar de las condiciones económicas o emocionales oportunas.
Ciertamente, resulta imposible conciliar la crianza con horarios flexibles, sueldos bajos y contratos esporádicos. No se puede pensar en educar a un hijo cuando el precio de los alquileres obliga a compartir piso. Si no trabajas, ¿como vas a hacer frente a todas sus necesidades? Si trabajas, ¿quien va a cuidarlo? Para un trabajador precario, la maternidad/paternidad no es una opción sino un lujo que no se puede permitir. Cuando la mayoría de los treintañeros lucha por auto sustentarse, imaginar poner en la ecuación una criatura de la que ocuparse resulta imposible. No hay tiempo. No hay dinero. El 17% de los trabajadores en España gana menos de 12.900 euros al año. El 91% de los nuevos contratos que se firman en España son temporales. El 48% de los trabajadores de entre 25 y 29 años tiene un contrato temporal. Viendo estas cifras no puede causar sorpresa alguna saber que un 60% de las mujeres considera la maternidad un obstáculo para su carrera profesional y que un 16% abandona para siempre su empleo después de tener niños.
Por eso mismo, procrastinamos la maternidad hasta que nuestro cuerpo nos dice: ahora o nunca. Las reservas ováricas van disminuyendo mes tras mes y los óvulos van poco a poco perdiendo calidad pero la estabilidad económica no llega. O llega, pero entonces, ¿quien quiere poner en pausa su carrera luego de décadas de esfuerzo? Una dura realidad: para las mujeres el sistema reproductivo no está en sintonía con una eterna juventud laboral. Tener hijos utilizando métodos naturales pasados los 35 resulta complejo y lento. Pasados los cuarenta, la búsqueda de la maternidad obliga a costosos tratamientos de reproducción asistida. Mientras la edad para tener hijos se retrasa, la fertilidad se convierte en un (lucrativo) negocio. Los avances en reproducción asistida parecen jugar a nuestro favor aunque en la práctica lo que hacen es convertir nuestros cuerpos en laboratorios andantes que terminan cambiando las píldoras anticonceptivas por parches, pinchazos y cápsulas que incitan a la ovulación.
No podemos pasar por alto la relación directa entre mercado laboral y maternidad. La conciliación entre vida profesional y vida personal es un asunto que nos implica a todos como sociedad. Decidir sobre nuestro cuerpo es poder elegir no ser madre. Disponer de métodos anticonceptivos, poder abortar de manera legal y gratuita, no tener que dar explicaciones a nadie por no desear un hijo. Nadie puede obligarnos a parir, ni a amamantar, ni a cambiar pañales. Pero también debemos exigir un sistema laboral que acompañe a quienes quieran y decidan serlo. La insuficiencia financiera no puede ser una condena a la esterilidad. No deberíamos vernos obligadas a elegir entre nuestro trabajo o tener hijos. Los economistas alertan de los peligros de este envejecimiento generalizado e insisten en que las pensiones peligran (también) por la baja natalidad. Pero lo cierto es que las políticas sociales familiaristas brillan por su ausencia.
Si queremos aumentar la natalidad, lo primero que habría que hacer es una reforma laboral que permita disfrutar de una maternidad digna. Poner en marcha reformas que ayuden a las nuevas madres, pero sobre todo reformas holísticas que conviertan la maternidad en una decisión factible que no implique renuncias a nivel laboral. La maternidad no es ni un derecho ni una obligación pero debe ser una opción. También para las precarias.
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Gisela Chillida es crítica de arte y comisaria independiente.
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