La relación entre Barcelona y L’Hospitalet de Llobregat ha sido desde siempre compleja. No es ningún secreto que el cinturón industrial nunca tuvo un cómodo encaje en el programa de reconstrucción nacional que vino con la Transición. Desde tiempos del pujolismo, la cultura oficial promovida por las instituciones ha diseñado una cultura centralizada y homogénea a medida de la clase burguesa. Esto invita a preguntarnos, ¿qué papel ha tenido, tiene y puede tener la periferia metropolitana en la construcción del sistema cultural actual? A día de hoy, Barcelona y L’Hospitalet parecen pugnar por el trono como capital cultural. Mientras la primera, capital oficial, intenta hacerse un hueco en en el panorama nacional español, su vecina, con la iniciativa del Districte Cultural, amenaza con hacerle sombra.
El modelo Barcelona hace aguas por todos los costados. Barcelona quiso convertirse en marca pero el branding metropolitano se tradujo en estrategias de sustitución social, acciones de recalificación urbana, procesos de fomento de la gentrificación y un claro incremento de la precarización del tejido social. La Barcelona del “posa’t guapa” ha primado el escenario pero ha olvidado por completo el backstage. Barcelona ha preferido apostar por las artes escénicas y festivales como el Sónar, el Primavera Sound o Cruïlla. Sin ir más lejos, Barcelona Districte Cultural es una iniciativa que promueve las artes en vivo -música, teatro, danza, circo- y el audiovisual. Bastante sintomático. Si no lo veo no lo creo. Barcelona cuenta espectadores mientras se olvida de los artistas. Pero el show no siempre puede continuar. Con las fronteras cerradas y los telones bajados, Barcelona ha perdido su baza.
En cuanto a artes visuales, los cambios en las direcciones en la mayoría de sus instituciones dibujan un futuro tan borroso como oscuro. En este 2021 son varios los museos que cambiarán la dirección. Este mes, Enric Puig Punyet se estrena como director de l’Arts Santa Mònica luego de casi cinco años al mando de la Fàbrica de Creació La Escocesa. El mandato de Valentín Roma en La Virreina termina en pocos meses pero aún no sabemos quien tomará el relevo durante los próximos cuatro años. El MACBA recién abrió el pasado mes de marzo las postulaciones para el cargo de dirección. Ferran Barenblit, quien llegó al Macba procedente del CA2M Centro de Arte Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid, había sido elegido por un periodo de cinco años prorrogables a otros cinco, renovación que finalmente no se ha producido. La Fundació Tàpies sigue sin capitán después de que Carles Guerra dejara el cargo a inicios de 2020. Con todas estas idas y venidas, resulta imposible defender un proyecto cultural de ciudad fuerte.
Si Barcelona ha primado los espacios de exhibición, L’Hospitalet de Llobregat ha apostado por los lugares de producción. Mientras Barcelona intenta apañárselas para no naufragar, el proyecto de Districte Cultural de L’H parece ir viento en popa. “No podemos ser la ciudad de la innovación -escribía Albert Mercadé ya en 2015 en un artículo donde se preguntaba “¿Puede el Hospitalet ser Brooklyn?”- sin fomentar ahí donde se encuentra el germen de la creatividad. Es por eso que hay que tener en cuenta cada uno de los 5 ejes que a mi modo de ver conforman la estructura principal del mundo del arte: los artistas, las escuelas de formación, los espacios de creación, los espacios de difusión y, finalmente, la integración de la obra de arte en la sociedad”. Curiosamente, desde hace unos días (escribo esto a inicios de abril de 2021), por algunas calles de la ciudad se puede ver un cartel con estética de publicidad de guerrilla que exhorta “L’H, el nou Brooklyn”. Pero no es L’Hospitalet un nuevo Brooklyn. Para bien de todes. No siempre la ocupación de espacios industriales en desuso responde a unas mismas lógicas ni enciende unas mismas posibilidades. Con una orografía muy particular que la parchea y una historia que discurre en paralelo a la de Barcelona, las casuísticas de L’Hospitalet son únicas. No solamente por sus particularidades geográficas, históricas y sociales, sino sobre todo, porque los artistas que desde hace un tiempo se están instalando son conscientes de los peligros de estar participando en procesos de gentrificación.
L’Hospitalet es un perfecto ejemplo del éxito de los modelos autoinstituidos y autogestionados. No solamente el precio desorbitado de los alquileres y la escasez de espacio ha sido el revulsivo que ha ahuyentado a los artistas de la ciudad condal. Barcelona no sabe cuidar a los artistas. Podríamos pensar en Poblenou. Donde desde hace décadas se concentran talleres de artistas. ¿Cuál ha sido la diferencia? En Hospitalet los artistas han creado comunidad, han sabido establecer una red de espacios de lo más distinto, empezando desde “lo cercano” y desde la reivindicación del espacio común. Por eso no sorprende el efecto boca oreja que ha hecho que poco a poco L’H se haya llenado de talleres compartidos. Salamina fueron de los primeros en llegar. También el edificio Freixas lleva tiempo alojando a artistas visuales. Al lado de FASE -espacio compartido por artistas, comisarias y diseñadoras que este mes de junio celebrará su tercer aniversario- encontramos La Infinita, espacio abierto por el artista Jordi Colomer y Carolina Olivares . A cinco escasos minutos a pie, en la calle Leonardo da Vinci, se situa Drácula, de los artistas Mònica Planes y Alejandro Palacín que cuenta con un programa de proyectos site-specific que ha colaborado con artistas como Francesc Ruiz Abad o Enric Farrés Duran. Uno de los últimos en mudarsee ha sido Antoni Muntadas, quien trasladó su Archivo y Centro de Investigación en el 2019.
Los espacios de difusión y exhibición también han ido llegando. Primero fueron las galerías Nogueras Blanchard, Ana Mas y EtHall, a las que se suma la recién aterrizada desde Madrid, Galería Alegría. Además, encontramos espacios híbridos entre exposición y talleres como Tangent Projects. O la Fundació Arranz-Bravo, espacio promovido por el artista Eduardo Arranz-Bravo que aloja obras del artista junto a exposiciones temporales dedicadas a artistas emergentes. Prueba del éxito es la exposición Our Garden Needs its Flowers, comisariada por David Armengol y Albert Mercadé, donde se reúnen obras de artistas que trabajan desde la ciudad.
La cursa BCN vs L’H abre un debate acerca de las políticas culturales públicas presentes. Ambas ciudades defienden desde sus posiciones dos modelos culturales muy distintos que ponen en juego asuntos fundamentales de las relaciones centro-periferia. El proyecto cultural llevado a cabo en L’H subraya la importancia de trabajar desde dentro, desde las relaciones cotidianas que estructuran el espacio de vida. Su éxito sirve como contrapunto a la desigualdad del territorio nacional catalán a la vez que rompe con el estigma territorial de algunas periferias metropolitanas de Cataluña. Claro está que esto no es una competición, pero Barcelona tiene mucho que aprender de su vecina.
*Gisela Chillida és escriptora i comissària independent.
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