“Una mujer con músculos muy desarrollados habita un cuerpo disidente porque el patriarcado nos prefiere débiles y sumisas.”
Estar en forma es mucho más que un cuerpo bonito. Ya Platón puso al maestro de gimnasia a la altura del médico. Mens sana in corpore sano. Hoy en día nadie duda de la importancia de mantenerse activo para una vida longeva y en condiciones. Otro dato: hombres y mujeres no nos ejercitamos por igual. Ellos practican más deporte. Ellos los practican para socializar. Nosotras, hacemos deporte para tonificar y perder peso. Ellos quieren ganar. Nosotras, perder. Basta pasearnos por un gimnasio para darnos cuenta de que este es un espacio sexualmente sesgado, aún dominado por la cis-heterosexualidad, el binarismo sexual y de género y la normatividad del cuerpo. Si entran en uno, seguramente encuentren que la zona de pesas es terreno reservado a hombres mientras que las salas donde están las máquinas de cardio son territorio eminentemente femenino. Tristemente, damos forma a nuestros cuerpos para amoldarnos a dos ideales contrapuestos. Cine, tele y redes sociales están repletas de referentes masculinos súper musculosos. El cuerpo masculino ideal prescribe fuerza, de Arnold Schwarzenegger a los pretendientes de HMYV pasando por Jason Momoa o Chris Hemsworth. A su vez, el modelo corporal femenino sigue pivotando entre la mujer andrógina de rasgos aniñados y la venus de moldeado curvilíneo. Por mucho que los cánones muten y se diversifiquen, siempre hay algo que ellos tienen y nosotras no: músculos.
¿Por qué ese sesgo tan claro? ¿Por qué todavía no hay referentes femeninos con cuerpos (ultra)musculados? Algunos estudios defienden que la testosterona favorece el crecimiento muscular, a la vez que los estrógenos favorecen el almacenamiento de grasa. Aunque si bien existen diferencias a nivel morfológico, metabólico y hormonal, que apenas existan referentes femeninos musculosos no es una cuestión de genética. Un sinfín de mandatos patriarcales-sociales-culturales nos convence de que la hipertrofia muscular es solo para cuerpos llenos de testosterona. “She is built like a man” dijeron de Serena Williams. Desde hace tiempo, los feminismos han buscado romper con la normativización corporal. Salirse de los cánones impuestos por una sociedad patriarcal está entre los primeros puntos de sus agendas. Han reivindicado el vello corporal, los michelines, las estrías, el acné, todas las tallas, todas las pieles, todas las edades… pero aún hay un cuerpo todavía invisible: el cuerpo musculado. Y cuando digo musculado no me refiero a los cuerpos atléticos de Angelina Jolie en Tomb Raider o Gal Gadot en Wonder Woman. Tampoco a los cuerpos fuertes de cantantes como Rosalía o Naty Peluso. Pienso en las atletas de halterofilia, lanzamiento de peso o powerlifting y las practicantes de calistenia o CrossFit. Hagan una búsqueda en Google Images y verán a qué me refiero.
Los cánones de belleza nos constriñen mucho más a nosotras que a ellos, literal y metafóricamente. Decíamos que las mujeres prefieren practicar cardio. Para ser más concretos, muchas mujeres evitan los ejercicios de fuerza intensos por temor a desarrollar un músculo que las haga parecer “masculinas”. En los medios de comunicación mainstream las mujeres con cuerpos musculosos no tienen cabida. Una mujer más fuerte que un hombre no resulta sexualmente atractiva. Una mujer que se pueda imponer físicamente es peligrosa. Una mujer con músculos muy desarrollados habita un cuerpo disidente porque el patriarcado nos prefiere débiles y sumisas. Ahora, más que nunca, necesitamos chicas duras que rompan moldes.
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Gisela Chillida és historiadora de l’art i comissària independent.
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