A la luz de la crisis que pisamos, proponemos tres reflexiones encadenadas entorno al arte y la necesidad: 1) reflexión sobre el concepto de “lo necesario” (para vivir); 2) la innecesidad de arte (como fuente de libertad); 3) las necesidades del artista (como limitación a esa libertad).
_1 Lo necesario_ La presión ejercida sobre nuestra salud mental ha pedido un ejercicio de postive thinking que nos ayudara a sobrellevar la situación a riesgo de volvernos todas locas. Hemos tenido que aguantar soledades impuestas y compañías no elegidas, hemos soportado todo el peso de unos cuerpos encerrados entre pocas paredes mientras veíamos tambalear o, directamente desmoronarse, nuestras frágiles economías. Había que encontrar modos de contrarrestar todo lo negativo: hemos leído, hemos cantado, hemos aplaudido, hemos cocinado, hemos telefoneado más que nunca y las vídeollamadas han pasado a ser el pan de cada día. Durante este tiempo nos hemos dado cuenta de que podemos movernos “menos” y así contaminar “menos”; ahora sabemos que podemos vivir sin coches y sin aviones, sin restaurantes y sin tiendas, sin gimnasios y sin discotecas… Nuestro orden de necesidades se ha tambaleado. Hemos aprendido a vivir “con menos”, y aquello que otrora considerábamos indispensable aparece ahora como accesorio. “La economía del mundo se tambalea porque sólo estamos consumiendo lo que necesitamos” se ha convertido en aforismo viralizado en todas las redes sociales.
La salida hacia un consumo mucho más consciente será uno de los grandes logros que nos dejará la COVID-19. A día de hoy, cabe pensar en una sociedad post-coronavirus mucho más solidaria, más sostenible, más responsable. Sobra decir que había que poner freno al consumo desaforado para desacelerar un turbocapitalismo que estaba destruyendo el planeta, y que eso implica, obviamente, consumir “menos”, vivir con “menos”. Estábamos sobreexplotando los recursos, un cambio de actitud como individuos y como sociedad es absolutamente preciso. Todo esto ya lo sabíamos, pero ahora nos tocará ponerlo en práctica sin más demora. Aún así, esta ida hacia la frugalidad abre una brecha donde la idea de “lo necesario” se presenta como un arma de doble filo. Por un lado, invita a un decrecimiento consciente. Por el otro, puede fácilmente convertirse en austericidio que justifique los recortes y ajustes presupuestarios a la baja en vez de llevarnos a un reparto equilibrado de los recursos. No se trata aquí de una cuestión estrictamente económica sino tanto de un posicionamiento vital como de un problema político. Puede ser peligrosa la retórica de “vivir con lo justo” si nos pone en una tesitura que no admita la queja por temor a parecer “desagradecidos” cuando “hay otros peor”. Puede ser una idea venenosa si evita que exijamos nuestros derechos. El exceso de positivismo, de la mano de un pseudo-estoicismo forzado, puede derivar en conformismo y ausencia de criticismo que nos haga menos proclives al enfado, al disenso, a la desobediencia. Mantener una actitud positiva ante la adversidad no está reñido con un pensamiento crítico, al contrario, puede que esa sea la clave para poder afrontar futuras crisis. Una vida plena no es una vida de superabundancia y sobreexplotación, pero una vida plena tampoco es una vida sujeta a “lo mínimo”.
_2 Lo innecesario_ En ningún caso, el aprender a vivir con menos debe ir de la mano de un aguante penitente ni puede ser excusa para convencernos del voto de pobreza. Ante todo, debemos cuestionarnos qué es aquello verdaderamente necesario para ser nosotras quienes demos las respuestas. Pues, la comunicación, el afecto, el deseo, son tan necesarios como las medicinas, el alimento, el cobijo… Una vida reducida a las necesidades vitales, la nuda vida de Giorgio Agamben, aquella orientada únicamente a satisfacer las necesidades básicas que compartimos con el resto de animales, el animal laborans planteado por Hannah Arendt, no es una que merezca ser vivida. Debe haber espacio para el gasto improductivo, el derroche, la dépense teorizada por Georges Bataille, debe haber espacio para esa “parte maldita” de la que forman parte el arte, la fiesta, el juego, el erotismo.
“La necesidad de arte es ideología; se podría vivir sin arte” defiende Adorno en Teoría estética. Así, en palabras de Valéry, “el carácter más evidente de una obra de arte puede llamarse inutilidad”… Y es precisamente este carácter de innecesidad e inutilidad aquello que se experimenta como fuente de libertad, aquello que aparta el arte de la dira necessitas horaciana y permite que se convierta en campo de experimentación, de error, de contestación… pero es también esa misma no necesidad la que dificulta la traducción del trabajo del artista en transacción monetaria. El arte es inconmensurable. El talento y los méritos del artista son imposibles de equipararse a un salario, a una retribución monetaria. “¿Qué son los quesos que produzco y las habas que cosecho para el mérito de una Ilíada?(…) Pero yo puedo pasarme sin la Ilíada, mientras Homero no puede estar veinticuatro horas sin mis productos. Que acepte, pues, lo poco que está en mi mano, y después, que su poesía me instruya, me deleite y me consuele” se preguntaba Proudhon en ¿Qué es la propiedad?.
_3 De las necesidades del artista_ No hay nada más obvio que Homero, para poder escribir, debe antes haber comido. De este modo, esa libertad apriorística se ve directamente coartada por las necesidades vitales del artista. Desde hace tiempo, muchos homeros sufren por conseguir ese queso y ese plato de habas. En este momento, más que nunca, los artistas se encuentran ante todo pensando en cómo afrontar las necesidades básicas, situación tirante que dista mucho de ser la ideal para el pensamiento crítico, para la reflexión, para la producción, para el cuestionamiento. Situación que hace que nos centremos en cómo sobrevivir como humanos y que nos lleva a dejar de lado cuestiones primordiales que deberíamos estarnos planteando como artistas. Cuando el artista se convierte en mero animal laborans, no queda espacio para el arte. Cuando el artista solamente puede pensar en cómo conseguir las habas, este deja de ser ese sujeto incómodo que debería ser. La insuficiencia de recursos se traduce aquí subordinación que nos convierte en seres desesperados, dóciles, hambrientos. Huelga decir que esta vulnerabilidad compromete por completo la libertad artística y condiciona por completo la producción.
Entonces, si no podemos vivir del arte pero sí podemos vivir sin arte, ¿qué hacemos? Ante tanta incertidumbre, tanta precariedad, tantos esfuerzos esfumados, la idea del abandono sobrevuela como espada de Damocles. Permanecer exige en estos momentos el sacrificio del devoto. Sopesamos en la balanza pros, contras, síes y noes… miramos hacia atrás y vemos el tiempo dedicado, las ilusiones volcadas, ese (maldito) entusiasmo que nos hizo seguir. Son horas, son proyectos, pensamientos, sentimientos, amigos, roces, contactos… ¿Qué nos queda ahora? Una brutal acumulación de capital simbólico -mucha legitimidad, mucha visibilidad, mucho snobismo- pero la enésima negación del capital económico. ¿Qué nos falta? herramientas, espacios, tiempos, dinero. Necesitamos. Necesitamos. Necesitamos.
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Gisela Chillida és historiadora de l’art i comissària independent
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