El libro contiene, y es uno de sus atractivos, la obra teatral La agente literaria de Sergio Vila-Sanjuán, estrenada como una lectura dramatizada en la Fundación Romea en 2019 y posteriormente en las Conversaciones Literarias de Formentor de ese año. También han colaborado en el volumen Fèlix Riera, Javier Aparicio, Basilio Baltasar, Sandra Bruna y Guillermo Schavelzon.
La motivación de editar El Factor Humano ha sido la de contribuir al debate sobre el futuro de la creación artística si pierde uno de sus principales activos de mediación entre el autor o autora y el editor. Hemos pedido al escritor y periodista cultural, director del suplemento Cultura/s de La Vanguardia, poder dialogar, a partir de su obra teatral, sobre el papel de los agentes literarios en la era de la desmediación cultural.
El mundo de ayer
Hola, Sergio, en primer lugar nos gustaría saber cómo surgió la idea de realizar una obra de teatro centrada en el papel de las agentes literarias. ¿Cuál fue tu motivación?
Sergio Vila-Sanjuán: Es una historia un poco larga. Yo, siendo muy joven, me interesé por el mundo de la literatura y empecé a trabajar como periodista cultural. En el curso 1991-1992 me voy a la Universidad de Boston con una beca Fulbright y allí hago un curso sobre edición con el profesor Gerald Gross, quien había sido vicepresidente de la editorial McMillan y era además un estudioso de su profesión. Fue en ese curso donde empecé a entender por primera vez el mundo editorial como agente cultural, no únicamente como una industria comercial, sino como un ente o un organismo que tenía un peso cultural muy fuerte. Lo estudié a propósito del mundo norteamericano, pero al volver a Barcelona pensé que podría empezar a analizar nuestro mundo editorial con los útiles que había aprendido en Boston University. Durante años, escribí en La Vanguardia un artículo semanal sobre la temática editorial catalana, española e internacional. Y finalmente escribí un libro muy grueso titulado Pasando página, que fue como mi tesis doctoral y que me publicó Joaquim Palau en Destino. Se trata de un estudio del mundo editorial español entre 1975 y 2003, y allí analizo en qué medida este mundo había influido en la cultura de la democracia española. En los años siguientes sigo con el tema en otras obras, como Código best seller, doy también conferencias y con todo ello termino por conocer bastante bien a los integrantes de este universo. Una de las personas que conocí en este periodo fue la famosa agente literaria Carmen Balcells, con quien tuve muy buen trato. Ella ha sido una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida. Tenía algo que me interesa mucho, propio de ciertas personas que han inspirado algunas de mis novelas, y es que era un tipo de figura al mismo tiempo muy creativa, muy emprendedora, que genera prosperidad y calor a su alrededor, pero también podía ser despótica y antipática, capaz de ser tomar decisiones muy duras sin que le tiemble la mano. Me di cuenta de que esta ambigüedad que en otro ámbito había inspirado mi novela El informe Casabona, era algo que había caracterizado a Carmen Balcells. Por eso, cuando murió, pensé que una forma de rendir homenaje a ella y a todo lo que había significado era plantearlo en una obra teatral, aunque la protagonista no es Carmen realmente, sino un compuesto entre su personaje, otros agentes y una parte de imaginación. Así que en esa obra confluyen dos de mis intereses. Por un lado, está el mundo editorial, en concreto el de Barcelona, con su capacidad de generar mitología y su irradiación internacional. Por el otro, cierto tipo de personalidades carismáticas que pueden ser a la vez muy atractivas y muy odiadas. Y esas dos cosas son las que intenté plasmar en esta obra.
Leyendo tu obra teatral y siguiendo tus columnas de La Vanguardia observamos que efectivamente tienes una gran atracción por las figuras míticas del sector literario catalán y español. Figuras de editores, escritores y representantes que en los años 50 y hasta el final del siglo XX consiguieron elevar la calidad literaria de nuestra literatura y llegaron a impulsar fenómenos como el boom latinoamericano. ¿Cómo definirías el papel de los agentes literarios de esa época? ¿Qué importancia tuvieron en el impulso del boom latinoamericano?
SV: Es un papel crucial, pero no el de todos los agentes literarios, sino el de una única agente. Efectivamente, hay un momento de oro que va más o menos de 1960 a 1979, en que ocurre un hecho a mi entender fundamental. Históricamente, Barcelona había sido una capital editorial del mundo hispanoamericano. Desde el siglo XVI, se publican libros que se exportan más allá del Atlántico, a los países de lo que primero era la Corona española y luego las repúblicas independientes. Desde el punto de vista industrial, Barcelona había tenido esta capacidad de enviar a Iberoamérica enciclopedias, obras originales, libros escolares, traducciones. Pero en los años 60 y 70, un grupo liderado, básicamente, por dos personas clave, que son el editor Carlos Barral y la agente literaria Carmen Balcells, consigue que lo que es un movimiento estrictamente literario se proyecte al mundo desde Barcelona. Es el momento del boom. Este movimiento no solo cambia radicalmente la literatura en el ámbito hispanoamericano, sino que pasa a ser una iniciativa de edición literaria con mucho peso. Y además, no es solo español, no solo hispanoamericano, sino que llega a todo el mundo. Es la primera ocasión en bastante tiempo, yo diría que desde Cervantes, en que la literatura en lengua española tiene la capacidad de proyectarse de forma rápida e indiscutible al mundo británico, al mundo francés, al mundo alemán, al mundo estadounidense (éste en época de Cervantes no existía). Y eso ocurre desde Barcelona. No solo desde esta ciudad, porque, como ha estudiado Xavi Ayén, hay otras capitales menores. París es importante para el boom, también Buenos Aires y México. Pero el lugar central donde se cuece toda esta estrategia, porque es una estrategia de actuación cultural, es Barcelona. Insisto, gracias en primer lugar a estos dos grandes personajes que son Carlos Barral, al frente de la editorial Seix Barral, que otorga el premio Biblioteca Breve, que lanza Mario Vargas Llosa y consagra a Carlos Fuentes o a Cabrera Infante. Y Carmen Balcells, con esta agencia que representa a Gabriel García Márquez, a Vargas Llosa y al resto de grandes autores del boom. Y por primera vez en España una agencia literaria tiene la capacidad de marcar las reglas de juego a los editores y de obligarles de a aceptar ciertas condiciones económicas, condiciones contractuales que son radicalmente innovadoras en lo que es el mundo editorial.
El mundo de hoy
Leyendo tu obra nos enfrentamos a la estimulante confrontación entre el mundo de los agentes literarios, que siguen confiando en sus estrechos vínculos con los escritores y escritoras para conseguir llevarlos al éxito, y aquellos que se basan, principalmente, en utilizar los estudios de mercado para definir la estrategia de un escritor. Aunque sea simplificándolo mucho, ¿Cuál es hoy el papel de un agente literario?
SV: El agente literario es un mediador, como lo es el editor. Yo creo que en realidad no podemos opinar mucho acerca de si es mejor tener un editor o si, por el contrario, es mejor contar con un agente literario, porque depende de los casos. A algunos autores les ha funcionado muy bien tener una relación directa con el editor sin que haya mediación. En otros casos, el agente literario ha cumplido con más eficacia esta función. Hay países donde la agencia literaria ha tenido poco papel, como es el caso de Francia, por ejemplo, mientras que en otros lugares como Estados Unidos los agentes literarios tienen muchísima fuerza. España, más o menos, ha tendido a un término medio. Sobre la confrontación entre figuras del mundo del libro que apuestan por la comercialización estricta y otros que apuestan por la creatividad, la verdad es que en el mundo literario y editorial, no existen las reglas de oro, ni las precisiones científicas. Hubo un editor alemán muy famoso a quien le preguntaron una vez: «¿Usted cómo calcula el precio que le va a poner a un libro? ¿A través de las ventas? ¿De la distribución de porcentajes?». Entonces, el editor cogió el libro, se dio con él un golpecito en la cabeza y dijo «Así». Lo calculaba basándose en la intuición de lo que creía que podría funcionar. Es evidente que, sobre todo en el mundo editorial español, a partir de los años 70, se implementan muchas técnicas de mercadotecnia que antes no existían y que modernizan decisivamente el sector. Ahora está atravesando nuevamente otra la modernización, la digital, con cambios permanentes, pero siempre conserva un elemento de incertidumbre, un elemento de sorpresa. El editor nunca sabe qué libro le va a gustar al lector, porque cuando irrumpe crea un fenómeno nuevo. Por tanto, en este campo no se puede ser demasiado conservador, ni mirar solo hacia atrás para calcular los proyectos, porque siempre, de repente, aparece la liebre y se echa a correr. El último best seller español es un ensayo precisamente sobre la lectura y sobre el libro, El infinito en un junco, de Irene Vallejo, que nadie en su sano juicio hubiera creído a priori que podría vender 300.000 ejemplares y traducirse a no sé cuántos idiomas. Y, sin embargo, es lo que ha ocurrido. Por tanto, el terreno de la industria cultural está siempre sometido a lo imprevisible y a la sorpresa. Afortunadamente, de alguna forma, no es la demanda la que crea la oferta, sino que es la oferta la que acaba creando la demanda.
En un momento de la obra, la agente literaria María Sandoval dialoga con Victoria Borrell, personaje que encarna a la nueva generación de agentes literarios. Se produce un cruce de puntos de vista sobre el sector y la relación con los autores que representan.
«Conseguiste en aquella época crear un catálogo que se basaba pura y exclusivamente en autores de prestigio. Hoy eso es imposible. Hay que saber combinar propuestas incuestionables que surgen, que suelen ser minoritarias con otras más populares y comerciales. Nuestra Pepi permite que los ingresos de mi agencia del año pasado hayan sido muy saneados y podamos trabajar tranquilos para decenas de escritores con menos éxito, con los que tenemos un compromiso cultural serio y satisfactorio para ellos y para nosotros».
¿Dónde reside la autoridad de un agente literario; en su capacidad de convicción, en su fuerza negociadora, en la calidad de los escritores que representa o en el éxito de ventas que ha conseguido de los escritores que gestionan?
SV: En esta obra intenté hacer un poco un Eva al desnudo del mundo de las agencias literarias, es decir, una representación clásica del enfrentamiento generacional entre un personaje que está en el cenit de su carrera, pero empieza a declinar, y otra figura con mucha energía que está subiendo y lo que quiere es quitarle el puesto a la figura senior. Sobre este enfrentamiento intenté crear la tensión dramática. Yo creo que lo que le da su poder a la agente literaria es sobre todo la credibilidad, el grado de aciertos que ha tenido, el grado de éxitos que ha movido, también el grado de prestigio que ha conseguido. En el mundo literario, lo que es la posición de un escritor en el ecosistema —lo que el sociólogo Pierre Bourdieu llamaba el sistema literario— no depende de un solo factor, sino de varios entrelazados. Depende de las ventas, de la crítica, de la aceptación de sus colegas, del caso que le hacen los libreros, del caso que le hacen las bibliotecas… Todo esto, sumado, acaba creando la posición del autor. Evidentemente, la agencia que tiene a la vez los escritores que son prestigiosos y a los que son comerciales, es la que tiene más potencia. La que tiene solo a los comerciales tiene una parte del pastel. La que tiene solo a los prestigiosos tiene otra parte y habrá de espabilarse porque si no genera ingresos se verá obligada a cerrar.
Nos encontramos de pleno en un mundo donde la digitalización, los datos, la robótica, la inteligencia artificial, las redes sociales y los algoritmos están definiendo las estrategias de las editoriales y también la nueva forma para dar a conocer a un escritor o escritora. Es un mundo que va reduciendo el espacio de mediación que ocupan preceptores culturales, periodistas, agentes literarios y críticos para establecer una relación cada vez más directa entre el escritor y los lectores, entre el escritor y la editorial, e incluso existe la posibilidad de que el escritor auto publique su obra. ¿Qué efecto han tenido en la industria editorial los nuevos modos y pautas de consumo que ha establecido la digitalización? ¿Cómo crees que están afectando los avances tecnológicos en el rol mediador de los agentes literarios?
SV: En el campo de la edición literaria, la digitalización ha influido sobre todo en las nuevas formas de marketing y en la aceleración de la distribución. Por ejemplo, la entrada de Amazon generó una forma mucho más rápida para que el libro le lleguara al lector. A la zaga de Amazon, muchos grupos editoriales y libreros se han puesto las pilas para conseguir la misma eficacia sin tener que pasar por esa empresa. En cambio, lo que es puramente el libro digital, sobre todo en Europa, tocó techo hace tiempo. En Alemania, en Italia, en España, el libro digital no va más allá del 10% del mercado. Sí que lo ha superado la edición técnica, pero la edición literaria. Creo que los mediadores siguen siendo muy importantes. Aquellos casos en que los escritores se han autoeditado generalmente no han funcionado mucho. ¿Por qué no? Porque los mediadores dan el sello de que lo que estás leyendo vale la pena. Es decir, tú te fías de un libro que sabes que ha pasado por una serie de filtros: el trabajo de un editor, la recomendación de un periodista… pero te fías bastante menos de un escritor que se autodivulga y se autoedita. Por tanto, a pesar de que ha habido experiencias interesantes, como esos casos de narrativa adolescente que se mueven en plataformas digitales y que tienen éxito, para pasar al mundo del libro habitualmente lo siguen haciendo a través de editoriales generalistas profesionales. Las editoriales van a estos mundos nuevos, buscan a los autores más interesantes y los editan. De modo que la mediación sigue siendo básica porque es lo que da forma al producto y le imprime su sello de que vale la pena. Tú sabes que en el mundo digital puedes colgar lo que quieras, de extensión interminable, puedes colgar millones de páginas, con lo cual el lector no tiene un elemento de juicio valorativo previo. Pero si ese algo ha pasado por manos de un editor, que lo ha puesto en página, que le ha hecho un diseño, que lo ha corregido, etcétera, eso le imprime un valor que en el universo digital libre se echa de menos.
El nuevo mundo
¿Cómo ves el futuro de la mediación cultural, basada en periodistas culturales, agentes literarios, editores, críticos literarios, en los próximos años?
SV: El autor está en la base del mundo literario. Cada vez hay más gente que escribe, que quiere transmitir sus experiencias; hay muchísimos autores, incluso se da la paradoja de que mucha gente se lanza a escribir sin haber leído. Y esto no funciona, no son libros buenos. Por tanto, van a seguir siendo necesarios filtros para que al lector le lleguen los escritores que realmente valen la pena y no los primeros que se animan a escribir. Hace falta alguien que de entre todos los peces del mar pesque unos cuantos y diga «estos son los que valen la pena». Otro tema es el de la distribución y las librerías. El mundo de las librerías es muy importante para la vitalidad cultural de un país. Permiten un espacio de encuentro cultural, de socialización del conocimiento, un espacio donde los libros lucen. En estos momentos, constituyen el elemento más sensible de la cadena, las que han tenido más problemas, porque, en algunos casos, los nuevos métodos de distribución las han orillado. Muchas han cerrado y otras muchas, que es lo interesante, se están reinventando. Se han convertido en nuevos centros culturales, lugares donde se hacen muchas actividades, desde presentaciones a talleres de escritura o talleres de lectura. También están empezando perfeccionar los sistemas de distribución por barrios, por ciudad, ofreciendo más rápidez. La batalla está en continuar dando solidez a las librerías, que constituyen un elemento de identidad cultural europeo y son indispensables en ciudades que pretendan ser ciudades de cultura, y ahí las instituciones públicas tienen que apoyar, como ocurre en Francia y en Alemania. Yo soy uno de los organizadores del Foro Edita Barcelona, que convoca el Gremio Editores de Cataluña con la Universitat Pompeu Fabra. Nos reunimos una vez al año para analizar temas candentes del mundo del libro y lo que va saliendo cada año es un poco lo que estaba explicando. Es evidente que hay una revolución digital en marcha, pero, al menos hasta ahora, no parece que vaya a modificar demasiado los elementos centrales de la actividad editorial. En cuanto a la crítica literaria, se está fundiendo en buena medida con el periodismo cultural. Se ha perdido o está desapareciendo aquella generación de los grandes popes que leían en su estudio y acababan diciendo «esto es un buen libro, esto es un mal libro». La crítica, cada vez más, se hibrida con el periodismo, con la capacidad de acceder a los autores, de explicar sus opiniones y de hacer una exposición que es a la vez informativa y valorativa. Yo creo que es un buen momento, casi de renacimiento, para los suplementos culturales y para el periodismo cultural. Recientemente el Washington Post ha anunciado que vuelve a publicar en papel su suplemento de libros, que durante una década han mantenido en formato digital para ahorrar costes. Y en España, la tendencia es similar. El suplemento de La Vanguardia es un clásico, lleva mucho tiempo funcionando, está muy consolidado, como el de El País, el de ABC o El Cultural. La cadena Moll ha puesto en marcha recientemente Abril. El Mundo acaba de crear uno que se llama La revista. Se ve bastante vida en estos momentos y los grandes medios de comunicación están volviendo a apostar fuerte por los suplementos culturales porque constituyen un elemento de prestigio muy claro para un medio de comunicación. Fuera de Madrid y Barcelona también hay muchos diarios que cuentan con los suyos. Apostar por la cultura da prestigio y si la abandonas, pierdes prestigio. También hay iniciativas digitales muy interesantes como Zenda, la publicación creada por Arturo Pérez-Reverte, que ha brindado un valioso punto de encuentro a autores de tendencias muy variadas.
Y una última cuestión, ¿porque alguien del ámbito cultural debería leer El factor humano?
SV: “Deber leer” quizás es un término un poco excesivo. Yo he intentado escribir una obra teatral que en tono ligero, y con cierto humor, aborda un aspecto central del mundo cultural, el de todas estas figuras que están en medio y, aunque a veces no las percibimos, son muy decisivas. En el mundo literario tenemos a los editores y los agentes. Pero si vamos al mundo del arte, por ejemplo, encontraríamos a los galeristas y a los comisarios. En el mundo musical, los representantes … Se trata de un fenómeno que aparece en todas los disciplinas, muy determinante y que cualquier persona interesada en profundizar un poco en torno a la cultura tiene que conocer bien, porque si no lo conoce se pierde uno de sus elementos clave.
Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957), licenciado en Historia por la UAB, amplió estudios en la Universidad de Boston con una beca Fulbright. Periodista de larga trayectoria, actualmente dirige el suplemento Cultura/s de La Vanguardia. Como especialista en temas literarios y editoriales, ha publicado ensayos como Pasando página, Código best seller y Otra Cataluña. Es también autor de las novelas Una heredera de Barcelona (2010), Estaba en el aire (Premio Nadal 2013) y El informe Casabona (2017), todas ellas publicadas por Destino, que retratan un siglo de vida barcelonesa combinando la memoria familiar y la crónica de época. Fue comisario del Año del Libro y la Lectura 2005 y es miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. Premio Nacional de Periodismo Cultural 2020.
Foto: Sergio Vila-Sanjuán por Xavier Cervera (La Vanguardia).
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