No hay que ser sabio para saber elegir las palabras que tranquilicen a cualquier sector empresarial. La cultura, lo es. Y participa de forma muy potente en el PIB del país. Por ello, la intervención del ministro de Cultura en la primera de las diarias ruedas de prensa del ejecutivo tenía una especial importancia. El planeta vive pendiente de la pandemia. El país, también. Por ello, era muy evidente que sus palabras iban a ser analizadas por la gente de cultura con minucioso detalle.
Un gestor de la cultura al uso lo hubiera tenido muy claro. Alguien cercano a la creación, a los artistas, a los actores, a todo aquello que se convierte en elemento agitador de las cientos de formas inspiradoras de la cultura no se le hubiera ocurrido declarar que su ministerio no tenía previsto un presupuesto concreto para hacer frente a la profunda crisis que ya sufre. Pero esta época pandémica le ha tocado, nos ha tocado, vivirla con un ministro de Cultura, puede que académico, pero inútilmente capaz de crear un vínculo empático y de necesidad con un colectivo en modo depresivo.
En estos momentos los profesionales que se dedican a la creación todavía están en estado de shock. Nadie sabe qué va a ser de su futuro. Desconocen qué espacios existirán abiertos para desarrollar sus trabajos, ni tan siquiera si se abrirán, ni tampoco con qué capacidades. La cultura necesita de personas y masa. El cine, el teatro, la danza, la música sin ir más lejos precisan de vías de exposición y de comunicación para llegar al público. ¿Qué será de todos ellos?
¿Qué será de los cientos de festivales de verano que se organizan por toda la geografía cercana y la no cercana? ¿De qué vivirán las miles de compañías que han invertido todos sus ahorros creativos en proyectos futuros? José Manuel Rodríguez Uribes, el ministro del que hablamos, lo tenía relativamente fácil. La cultura es fácil de convencer en lo superficial, y más en momentos de crisis. Otra cuestión es cuando hay que entrar en la profundidad de los números. Entonces es aguerrida y pesada, aunque siempre sale diezmada.
El ministro del que hablamos lo tenía fácil de entrada. Sólo era necesario establecer un calendario real, que no son tontos, de los parámetros en los que el mundo del espectáculo, en especial, debería moverse. Y más que con promesas, con aplazamientos realistas. ¡Qué los titiriteros también pagan impuestos! Además de la evidencia del qué deparará el futuro.
La cultura es un sector con parámetros muy sencillos. El tanto por ciento de trabajadores con nómina es reducido y está relacionado con instituciones públicas o grandes corporaciones. El creador visual, el actor, el bailarín, hasta los grandes directores de las diferentes artes, sólo tienen un futuro: el proyecto presente. Una cosa es tener como futuro el presente y la otra es tener un presente sin futuro. Ese es el punto flaco de toda acción creativa. La idea resumida es: hoy cobro, mañana ni idea.
Esa falta de liquidez, ese vivir al día a día, no por irresponsabilidad sino por metodología laboral, es el que debería tener en la cabeza cada segundo el ministro que la cultura le ha tocado tener en días epidémicos.
No hay duda que según pasan las semanas y la moral tiende a colores negativos. Tan poca duda hay en eso, como del convencimiento de que este verano será una fiesta. Pero para que así sea, el líder político de la gestión cultural, las autonomías son otro cantar, debería entonar otro tipo de canto político. De entrada trabajar con el sector y las autoridades sanitarias sobre cómo volver a una normalidad que de momento parece muy alejada. La cercanía del verano marca las prioridades. ¿Qué tipo de festivales podrán ponerse en marcha? ¿Qué ratio de ocupación se permitirá en festivales al aire libre? ¿Y en espacios cerrados? La contratación y sus seguros pertinentes, ¿de qué forma podrán gestionarse? ¿La organización de un festival tendrá que asumir en solitario las pérdidas? ¿Los artistas no recibirán ningún tipo de ayuda? ¿La solución es el paro?
Muchas de estas preguntas no tienen respuesta. El problema es que el ministro todavía no se ha hecho ni las preguntas.
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Álex Sàlmon és periodista, analista a Catalunya Ràdio, Tv3, TVE i Ràdio 4. Professor de periodisme a la UAO i a la UIC.
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