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Álex Sàlmon – El sector cultural precisa de una industria que lo ampare en época de crisis

En la época de mis padres, años 60, la clase media consideraba a los médicos como personas que merecían gran respeto y, por lo tanto, merecedores de cuentas corrientes por encima de lo habitual. La expresión “fulanito es una eminencia” era habitual al referirse a un señor doctor que siempre sabía más que el paciente y, además, salvaba vidas.

Con el tiempo, esa idea preconcebida se fue diluyendo poco a poco. Ahora la sociedad sabe que los médicos siguen rescatando a muchos pacientes de la muerte o evitando que lleguen a ella por sueldos de algo más de 1.000 euros.

Durante aquellos desarrollistas años 60, la clase media consideraba a los actores gente disoluta. Personas irresponsables dadas a la mala vida pero que la sociedad precisaba para entretener. Sólo eran conocidos los actores o actrices famosas. Populares. La farándula salía en las revistas de caché siempre muy bien vestida y rodeada de lujos. Esa concepción no coincidía con la percepción de los años 40; entonces, simplemente, se consideraba que los actores eran unos muertos de hambre.

Este tiempo que vivimos es poliédrico. Se puede aparentar y tener una cuenta corriente repleta de telarañas. La clase media se ha esponjado. Es mucho más amplia. Y así actores con seis números en sus libretas de ahorro pueden parecer pobres sin pasta y otros, con más problemas de solvencia, vivir con lo ‘regalao’ que, en ocasiones, puede ser mucho.

La cuestión es que la pandemia ha hecho aflorar una realidad que, no por estar escondida, se dibuja de forma clara en nuestra cultura y, en concreto, entre actores y actrices. No existe entramado teatral y cinematográfico que pueda aguantar una crisis como esta. No existe soporte laboral, asistencial o de prestaciones directas que ayuden al actor medio.

Los titiriteros, profesión fundamental si una sociedad quiere estar mentalmente sana, cobran mucho o nada. El nivel de facturación de un año puede estar en los 150.000 y, al año siguiente, en 20.000 euros. Hagan la media, pero no de dos años; hagan una media de diez años teniendo en cuenta que en alguna ocasión no hará falta hacer declaración de renta porque los ingresos serán cero.

Sin embargo, de la misma forma que mis padres en los 60 pensaban que el médico se merecía tener una buena casa, unos muebles de calidad y cenar en restaurantes de lujo, una clase media muy amplia piensa que el mundo actoral siempre está subvencionado, así que ya les salvará el papá Estado. Pero las cosas no van por ahí.

Es cierto que la cultura tiene algunas excepciones y existen proyectos que si no es por el dinero público no tirarían adelante. También es cierto que, en momentos puntuales y sobre todo desde gobiernos de izquierda, se intentó atraer el talento creativo a través de subvenciones que no siempre estaban justificadas y si lo estaban eran puro amiguismo. De eso hace ya unos cuantos años. Tantos como que Felipe González era presidente.

Aquellos días de despropósito fueron aprovechados, más tarde, por cierta derecha, digo cierta, para arremeter contra la cultura subvencionada y situarlo todo en un mismo saco. Esas críticas facilitaron el estado de opinión al que antes me refería y que es incierto, excepto algunos decepcionantes casos.

El nudo de la cuestión es que nuestra sociedad precisa de una concepción general del mundo laboral de los actores, iluminadores, sonido y un largo etcétera que en este momento no saben qué será de sus vidas. Los ahorros se acaban. Y aunque todo profesional de la farándula ha aprendido a ser un ahorrador en potencia, la sociedad necesita de un entramado industrial de cultura que gracias a sus sinergias condicione soportar a todos sus profesionales. Algo parecido a lo que ocurre con el sector automovilístico o turístico. Son ejemplos.

Las soluciones no parecen sencillas y menos si tenemos dirigentes políticos al frente de responsabilidades culturales que ni entienden el ritmo de la creación ni las dificultades de los proyectos que se llevan entre manos.

Escribir, actuar, producir o dirigir son oficios que no pueden estar relacionados directamente con los costes. La hora de un actor no tiene nada que ver con el coste de otro tipo de oficio o profesión. Pero, a pesar de ello, o entendemos que la cultura necesita de una rutina económica e industrial, o comprobaremos como los titiriteros dejarán de existir. Los buenos, claro. Los de verdad.

*

Álex Sàlmon és periodista, analista a Catalunya Ràdio, Tv3, TVE i Ràdio 4. Professor de periodisme a la UAO i a la UIC.

 

 

Published inARTÍCULOS DE TODOS LOS CICLOSCosmopolitismo o el retorno al bosquePUBLICACIONES

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