La mitología de las ciudades se construye a base de personas, espacios, el color del cielo y literatura. Es una fórmula personal pero funciona. La gente es fundamental para entender una ciudad y son sus formas de actuar las que van moldeando el ritmo, el ruido, los olores y el trajín urbano. Los espacios enmarcan los momentos. Las plazas, los parques, los edificios, las calles, los bares, las tiendas, todos retienen el tiempo y los recuerdos. El cielo controla la iluminación. Roma, Madrid, Pekín, Nueva York, Sídney, Buenos Aires… Barcelona, claro, tienen un color de cielo diferente. Un listado largo de cromas, desde el azul cerrado al gris más pálido. Y así llegamos a la literatura y con ella a sus escritores. Esos individuos que maceran en sus cabezas todas las percepciones que para la mayoría son anodinas, y las convierten en pequeñas obras de arte. Desde ese momento quedan adscritas a la ciudad. Y así llegamos a Juan Marsé.
La redacción de este artículo me sorprende con la muerte de Juan Marsé. Tuve la suerte de conocerlo bien. Fue una época en que al escritor todavía le alegraban y seducían conversaciones con periodistas a los que el escritor no conocía. Eran finales de los 80. Muchos libros interesantes ya escritos y otros muchos todavía por escribir.
Recuerdo la larga entrevista que le hice con la publicación de El amante bilingüe en 1993. Ya nos conocíamos. Era una novela total. Lo que podríamos denominar de 360 grados. Ciudad, personajes, política y crítica en pura esencia al nacionalismo. Al denominado nacionalismo catalán y, por supuesto, a cualquier otro nacionalismo, como el español. Me citó en su casa de Calafell, cerca de L’Espineta, un bar fundado por Carlos Barral y que reunió a una parte de la intelectualidad de los 70. Allí compartieron mesa García Márquez, Vargas Llosa o Jorge Edwards, que llegó a comprar una casa en el pueblo que alquilaba muchos meses de verano a la escritora Ana María Moix. Ahí situó su segunda residencia Marsé. El lugar donde acababa gran parte de sus obras.
Sus libros son un homenaje a la ciudad. A la gente y a sus problemas. Siempre crítico y mal querido. Ahora todo serán loas. Pero no fue lo habitual. Mientras cosechaba los éxitos de sus obras en castellano, era criticado por la élite de los escritores en catalán en aquellos años 60 y 70. Daría para un libro explicar su difícil relación con Baltasar Porcel. Eran jóvenes y creídos. Marsé se decantó pronto por criticar a ese nacionalismo ‘pujolista’. La amante bilingüe, decía, fue un ejemplo.
Siempre parecía de mala leche. Pero reía. Lo hacía en corto, pero lo hacía, tras esos largos silencios donde reflexionaba sobre si la decía gorda o no. Lo hizo en la famosa rueda de prensa del premio Planeta donde afirmó que el libro ganador de Maria de la Pau Janer, no daba el nivel. Casi siempre dijo lo que pensaba. Si no, mejor callar. Por ello no disfrutaba con las entrevistas. No le gustaba mentir. No sabía.
Hizo una literatura muy compleja pero a la vez sencilla. Escribir fácil es terriblemente difícil. Y en eso Marsé era un genio. Tan preciso que sus párrafos eran visuales. Puede que por ello el cine se fijó en sus historias aunque nunca quedó satisfecho de ninguna de las películas que utilizaron sus guiones en los que no quiso participar.
Era antropológicamente de izquierdas. Por ello contó desde el barrio la postguerra en Barcelona y sus movimientos sociales. Y, como antes recordaba, nada nacionalista. Sus personajes “Pijoaparte” y Juan Faneca son una prueba. Durante el otoño de 2017, unas semanas antes del referéndum del 1 de octubre, aparecieron libros suyos en varias bibliotecas de la provincia de Tarragona, donde él tenía casa, manchados con las palabras “botifler” y “renegado”. Una acusación que llegaba de lejos en el tiempo. Jamás se afilió a ninguna formación política y siempre mostró un claro convencimiento al respeto profundo a las dos lenguas que hablaba con normalidad. Fueron sus dos lenguas. Sin “barrechas”. Eruditas. Con método.
Fallece un referente, un escritor de ideas claras, un hombre convencido. Seguro en sus planteamientos. Le faltó el Nobel. Lo tuvo todo para lograrlo. Construir un cosmos literario que ya les hubiera gustado a muchos.
*
Álex Sálmon es periodista, analista a Catalunya Ràdio, Tv3, TVE i Ràdio 4. Professor de periodisme a la UAO i a la UIC.
Be First to Comment