Martin Amis tiene la mano como una pechuga de pollo. Y lo sé porque se la estreché. Viajé a Nueva York por asuntos personales y quise aprovechar para fotografiarlo. En el tren hacia The Hamptons me comían los nervios pensando en la magnitud del personaje que iba a retratar. Martin es un tipo guapo, un escritor de éxito mundial, un hombre glamuroso.
Recuerdo a cámara lenta cómo se aproximó con una sonrisa lánguida, con una camisa raída de color azul y con el brazo levantado. En el momento que estreché su mano blanda y fría, se esfumó el dios que tanto había idealizado.
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