Hänsel y Gretel siguen perdidos en el bosque
Fèlix Riera
Hace un par de semanas tuve la posibilidad de discutir con mi amigo Llucià Homs sobre la conveniencia de volver al género del cuento, donde se pueden establecer paralelismos con la situación actual de la cultura. El cuento elegido fue Hänsel y Gretel en la versión de los hermanos Grimm.
La conversación se inició con el propósito de dilucidar el who is who de nuestra particular historia. Sin duda a Hänsel y Gretel, con su inocencia y coraje en sus vertientes masculina y femenina, les correspondía el papel del artista. A la madre, o en algunas traducciones la madrastra, le fue asignado el Estado con su aspecto ennegrecido y retorcido, tanta razón de Estado basado en considerar la cultura como gasto superfluo en comparación a otras partidas presupuestarias.
El padre, víctima de su mujer y su conciencia, sucumbe a la voz sinuosa de su Lady Macbeth que le repite una y mil veces que deben abandonar a sus hijos si no quieren morir de hambre. Debo recordar a los lectores la segunda frase del cuento que nos recuerda a la crisis económica que estamos padeciendo: “poco era lo que tenía para pinchar y cortar e hincar el diente, y en una ocasión, cuando una gran alza de precios azotó el país, ni siquiera podía llevar a la casa el pan de cada día”.
Al padre, sometido a los dictados del Estado, le asignamos el ambiguo papel del sistema cultural en el que se ven atrapadas la literatura, la música, las artes escénicas y visuales, y toda la sociedad en su conjunto. Un sistema cultural que parece no darse cuenta de que su función radica en poner en valor el papel del artista y no en sustituirlo. Un padre tan bondadoso con los artistas como débil a la hora de defenderlos de los abusos de la madrastra-estado.
Por último, la vieja bruja que seduce con sus golosinas, con su casa de chocolate, a Hänsel y Gretel, como indican algunos estudios sobre la obra de los Hermanos Grimm, el alter ego de la madre. La bruja como prolongación de una política cultural estatal, en el caso de España, que ha provocado con su magia negra un IVA del 21%, no tener una ley de mecenazgo después de cuatro años de promesas, no disponer de una adecuada ley que protege los derechos de autor en el mundo digital y la falta de inversiones en favor de la creación. Una bruja que la dulce y audaz Gretel cree haber eliminado, pero sabemos que ella sigue vagando por el bosque buscando nuevas víctimas que hincar sus dientes en forma de políticas que irán reduciendo el espacio de creación a la mínima expresión. O, como lo explican los Hermanos Grimm, “cuando un niño caía en sus garras, lo mataba, lo cocinaba y se lo comía; y esto era una fiesta para ella”.
La segunda parte de nuestra divagación se orientó en el significado de la obra y su capacidad de mostrar bajo su luz infantil la complejidad de nuestro mundo adulto. Debemos observar los guijarros de color blanco que resplandecían bajo la luz de la luna y que Hänsel iba esparciendo por el suelo del bosque para volver a su hogar como los últimos intentos de los artistas por seguir estando en el centro de nuestra sociedad y no perdidos en los límites difusos entre el bosque y el camino que ha sido eliminado por la oscuridad de la noche. Un Estado no debería convertir la cultura en algo superfluo, prescindible, sin utilidad, con una obsesiva necesidad de situar a los ciudadanos en oficiantes de la cultura en sustitución de los artistas. Guillaume Apollinaire nos advertía en su ensayo Meditaciones estéticas sobre los pintores cubistas “todas las obras de arte salen de un arte popular, pero siempre parecen inspiradas por las obras del gran arte de la misma época. Y aun así, ¿quién se atrevería a decir que las muñecas que se veían en los bazares, hacia 1880, fueron fabricadas con un sentimiento análogo al de Renoir cuando pintaba sus retratos? Nadie se dio cuenta entonces”. Y Nadie se da cuenta ahora de lo determinante que es la obra del artista para definir y dar forma a nuestro presente. Sin los Hänsel y Gretel, los artistas y sus obras, no tendría ningún sentido la permanencia del Estado ni sus instituciones.
Una vez liberados de las fauces de la vieja bruja, Hänsel y Gretel, como nos cuentan los Hermanos Grimm, volvieron a reunirse con su padre con cofres llenos de perlas y piedras preciosas. Llucià y yo concluimos que la historia de nuestros artistas abandonados en el bosque no produciría una imagen tan bucólica y edificante para poder conciliar el sueño. Nuestros particulares Hänsel y Gretel, al verse ignorados, sin lugar en la sociedad, decidieron seguir en el bosque a la espera de que una nueva cueva de Lascaux sea descubierta para volver a conectar el hombre con el hombre sin intermediarios, para volver a adquirir conciencia de la importancia del Arte para nuestra sociedad.
Llucià Homs y yo salimos de la cafetería ataviados con una capa grande, muy grande, de pieles. Habíamos atrapado el ratón.
Publicado en El Mundo el 23 de octubre de 2015