Espacio Souvenir, ubicado en el barrio de Gràcia de Barcelona, presenta la exposición Cosmic Corals, Voguing Valleys, Bushy Bouquets, Furry Forests de la artista Alina Melnikova. Nacida en Vílnius, Melnikova se ha definido visualmente hasta ahora a través de un lenguaje principalmente pictórico que la crítica de arte Monika Krištopaitytė describe como “perteneciente al mundo donde Vanessa Beecroft ha demostrado que los cuerpos no solamente pueden inspirar, seducir o ser desmoralizados, sino que también pueden hablar y actuar de manera perturbadora”. No obstante, la muestra que nos ocupa nos presenta una vertiente nueva de la artista lituana, que el último año se ha iniciado en la experiencia con la cerámica, que en este caso combina con la pintura tradicional y con el acrílico aerografiado sobre papel.
La muestra, comisariada por Gabriel Virgilio Luciani, se articula en una sucesión de planos que dan corporeidad al discurso subyacente en la obra de la artista; las pinturas – tanto telas como papeles – presentan diferentes tipos de maleza que habitualmente hallaríamos tras la figura protagonista de la imagen. Sin embargo, en este caso, Melnikova abandona la representación humana y plantea la posibilidad de subvertir las herramientas del lenguaje pictórico con un gesto simple y al tiempo contundente: eliminar el sujeto. A priori, esto nos acerca a retóricas de la representación orientales como la pintura de paisaje tradicional china o los haikus japoneses. Sin embargo, lejos de caer en el tópico, curador y artista plantean hábilmente la exposición en clave escenográfica: los lienzos se suceden literalmente como los diferentes decorados de un teatro, que se completan con las cerámicas biomórficas y los papeles. De este modo, podemos entender la muestra como una gran instalación (como por otra parte deberían ser este tipo de muestras) que integra todas las piezas en un conjunto de espacio-naturaleza-artificio; una indefinición buscada que abraza al visitante y lo conduce como pasaba con los jardines italianos que imitaban la naturaleza salvaje en los siglos XVII y XVIII.
Lo que Melnikova y Luciani nos proponen se acerca a una “jardinería del arte”: el curador se v forzado a gestionar el torrente constante de pulsión creativa que emana de la artista y a tomar decisiones que afectan a la experiencia final frente a la obra. Las pinturas de Melnikova – tanto los óleos sobre tela como los acrílicos sobre papel – representan plantas que esperan la figura que nunca llegará. Intencionalmente, estas plantas permanecen en una factura pictórica que nos impide reconocer si se trata de un geranio o una hiedra; lo mismo con los corales cerámicos, son formas abstractas que vagamente se asemejan a lo que en nuestra mente es un coral. Asimismo, entrando en la exposición, a pesar de la indefinición, lo extraño y la duda, uno percibe como natural la entropía que impera en la sala del Espai Souvenir.
Decia Carles Riba que “todo surje. Todo se hace de lo que ya había.“ Como la energía, que ni se crea ni se destruye, el arte es un continuo imparable, y necesita de personas con la habilidad necesaria para hacerlo llegar al resto; jardineros o jardineras que, con sensibilidad, fortalecen los brotes más prometedores y podan lo innecesario. Cosmic Corals, Voguing Valleys, Bushy Bouquets, Furry Forests es, como indica Luciani, una pregunta: “¿qué es más un árbol? ¿Lo que tiene hojas y corteza, o la mágica traducción/interpretación de un árbol que ha hecho Alina?” Esta pregunta hunde profundamente sus raíces en la historia de la pintura y del arte – recordemos el mítico duelo pictórico entre Zeuxis y Parrasio – y la magia que vive en la creación artística. Si el arte imita la naturaleza y aquel que cuida la naturaleza es el jardinero, quien cuida el arte y lo hace abarcable para el ser humano es, a la fuerza, una suerte de jardinero mágico.
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