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Gisela Chillida. Arte y agua. Cuando el arte imita el ciclo hidrológico

Conocido científicamente como el ciclo hidrológico, el agua circula constantemente en un ciclo de evaporación o transpiración (evapotranspiración), precipitación y desplazamiento hacia el mar. Esto implica una serie de procesos físicos que producen un intercambio de agua continuo entre la atmósfera, el agua superficial y subterránea y los organismos vivos. En la naturaleza, es la energía solar la que al calentar suficientemente las moléculas de H20 provoca que esta cambie de estado de modo que el hielo pase a estado líquido y el agua pase a estado gaseoso.

Son muchos los artistas contemporáneos que se han valido de estos procesos naturales y los han situado en el centro de sus investigaciones y prácticas artísticas. El poder sugestivo de este elemento y sus múltiples resonancias -origen de la vida, medio de purificación y regeneración, lo siempre fluyente, símbolo de castigo y muerte – la han convertido en fuente de inspiración. Óscar Muñoz, Robert Janz, Hans Haacke, Juan Muñoz, Andy Goldsworthy o Olafur Eliasson ilustran perfectamente la estrecha relación entre arte y este ciclo infinito de evaporación-condensación-precipitación.

Valiéndose del proceso de evaporación, el artista colombiano Óscar Muñoz (Popayán, 1951) utiliza el agua como material y convierte el paso de líquido a gas en metáfora de nuestra existencia. En su obra Narcisos (1995-2009), se conjugan polvo de carbón y papel sobre agua para llegar a fijar la imagen solamente cuando el agua se ha evaporado por completo. En la video proyección Re/trato (2004), el artista dibuja su propio rostro con agua sobre una losa al sol una y otra vez. El mismo proceso lo repitió en Proyecto para un memorial (2005), un total de cinco videos sincronizados en los que vemos como el artista traza sobre el pavimento aún caliente de Cali efigies de la sección necrológica de un periódico. Imágenes evanescentes que nos hablan de un mundo en constante cambio. Obras de arte que desaparecen ante nuestros ojos para recordarnos lo pasajero de nuestra existencia.

Pintor, escultor y grafitero, el artista irlandés Robert Janz (Belfast, 1932) viene realizando desde los años sesenta una serie de dibujos con agua – los llamados waterglyphs- que permanecen hasta que se evaporan, dibujos que se funden, literalmente, con el paisaje urbano. En Barcelona, pudimos ver algunos de sus seres antropomorfos y glifos de animales con ecos prehistóricos en las paredes de la galería A | 34 entre el verano y el otoño del 2016.

Durante la evaporación, el agua asciende hacia las capas superiores de la atmósfera donde se enfría hasta condensarse. Condensation Cube (1963) es uno de los trabajos primerizos del artista alemán Hans Haacke (Colonia, 1936) que nos permiten observar este fenómeno atmosférico. La obra consiste en un cubo de plexiglás transparente herméticamente sellado de treinta centímetros por lado que contiene aproximadamente un centímetro de H2O. Debido a la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior, el agua se condensa formando vapor y gotas que se desplazan por las paredes del cubo. Este proceso de condensación le permite redefinir la obra de arte como un sistema cambiante. Como el propio Haacke explicó: “Las condiciones son comparables a un organismo vivo que reacciona de forma flexible a su entorno. La imagen de la condensación no puede preverse con precisión”. De manera similar, Haegue Yang (Seúl, 1971), usando la metáfora de la condensación, buscó la comunicación directa entre personas desconocidas a través de una vía de intercambio aparentemente intangible en su obra Condensación, realizada para el Pabellón de Corea de la 53a Bienal de Venecia.

Fujiko Nakaya (Sapporo, 1933) lleva desde la década de los setenta trabajando con la niebla como medio escultórico. La artista colabora de manera sutil con el agua, la atmósfera, las corrientes de aire y el tiempo. Sus esculturas de niebla, de naturaleza efímera enlazan el arte conceptual y el Land Art con la naturaleza y la tecnología. De manera similar, el edificio Blur, proyectado por el estudio de arquitectos formado por Elizabeth Diller, Ricardo Scofidio y Charles Renfro (Diller Scofidio + Renfro) como Pabellón temporal para la EXPO Suiza 2002, consistió en una inmensa nube que cambiaba continuamente su forma, tamaño y apariencia. El agua era bombeada desde lago Neuchâtel, filtrada y disparada como fina niebla a través de una densa matriz de inyectores de alta presión. Un ciclo de evaporación y condensación que mezclaba fenómenos naturales con sistema creado artificialmente para dar lugar a una no-arquitectura inmersiva e inmaterial que los visitantes podían, literalmente, beber.

En ciertas condiciones, cuando el agua condensa, las pequeñas partículas de agua que se unen para formar gotas de mayor tamaño no pueden mantenerse suspendidas por las corrientes de aire ascendentes y caen en forma de lluvia o granizo o nieve según la temperatura. Son muchos los artistas que han utilizado la poética de la lluvia en sus obras. Andy Goldsworthy (Cheshire, 1956) comenzó su serie Rain Shadow a mediados de la década de 1980, en las que yacía bajo la lluvia durante horas sin apenas moverse, esperando que se detuviera y dejando el suelo seco debajo de él y dibujando una silueta. Una habitación donde siempre llueve es un grupo escultórico obra del madrileño Juan Muñoz (Madrid, 1953 – Ibiza, 2001) que se encuentra en la Plaza del Mar de Barcelona. El artista previó un sistema de riego que, aunque nunca llegó a ver la luz, debía hacer llover sobre las figuras humanas de bronce con los ojos vendados colocadas sobre una base esférica encerradas en su interior.

Entre las obras más recientes que toman como punto de partida la idea de lluvia, destaca Rain Room (2012) de Hannes Koch y Florian Ortkra, instalación que permite a los visitantes caminar a través de un aguacero sin mojarse. Realizada para Random International y mostrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y el Museo Barbican de Londres, esta arquitectura en la intersección entre arte, tecnología y naturaleza utiliza 2,500 litros de agua reciclada controlados a través de un sistema de cámaras de seguimiento ubicado en el techo. Los sensores de movimiento detectan la presencia de los visitantes y detienen el flujo de agua alrededor de la persona en un radio de aproximadamente dos metros.

Uno de los espectáculos más bellos que nos brinda a veces la lluvia es el arcoíris. Este fenómeno óptico y meteorológico se produce cuando los rayos del sol atraviesan pequeñas gotas de agua contenidas en la atmósfera terrestre, lo cual ocasiona que se refracte y descomponga en colores visibles al ojo humano. En varias de sus obras, Olafur Eliasson (Copenhague, 1967) se vale de este fenómeno. En Beauty (1993), una manguera perforada rocía una cortina de neblina fina desde el techo de un espacio oscuro. Colocado en un ángulo oblicuo, un foco brilla a través de las gotas de agua. Desde ubicaciones específicas, dependiendo de la altura y la posición del espectador, se puede observar un arcoíris. La más reciente Rainbow Assembly (2016) utiliza un sistema similar de anillos de rociadores y focos en el techo para replicar el mismo efecto que se produce en la naturaleza.

Cuando el arte contemporáneo imita el ciclo hidrológico, naturaleza y artificio trabajan juntos para revelarnos que el arte no imita la vida ni la vida imita el arte. El hielo, el agua o el vapor se convierten en material plástico y sus procesos de cambio en campo de acción e investigación de modo que lo artificial y lo natural se vuelven indistinguibles. Esta colaboración entre el ser humano y los procesos naturales es entonces metáfora de la interconexión de todos los seres vivos y la naturaleza cíclica de la vida.

 

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Gisela Chillida és crítica d’art i comissària independent.

 

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