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Lluís Cabrera – Apaños entre amigos

Durante la década de los 80, los aficionados al jazz tuvimos la suerte de disfrutar de un programa de televisión, Jazz entre Amigos, que dirigía y presentaba el afable Juan Claudio Cifuentes “Cifu”. Hombre de una franqueza admirable: yo en mi programa de TVE y en los de Radio pongo a los grupos y músicos que a mí me gustan. “Cifu” nos dejó en marzo de 2015. Sus seguidores, al unísono, le cantamos que sea bueno allá donde se encuentre. Emulando así la frase que él siempre repetía al concluir cada uno de los programas de Jazz entre Amigos: “que seáis buenos”.
Todo lo contrario que unos cuantos granujillas anclados en el sector de la música popular de nuestro país –no tienen ni la categoría para llamarles granujas-, que se dedican a tejer apaños y a ejercer acciones circulares en grupo. Unos amigachos que, sin asumir riesgo ni coste personal, medran, merodean y laboran en alguna empresa privada y en el interior de las Administraciones Públicas Catalanas.
Obtienen beneficios a base de engañar a terceros (en realidad son tan obtusos que se engañan a ellos mismos) y a las personas que depositaron su confianza en algún miembro de ese equipillo que con sus malas prácticas está empañando el buen nombre de un sector en exceso vulnerable.
Sus tejemanejes van: desde inflar cachés artísticos de grupos que representan cuando los colocan en festivales o ciclos, a conseguir que sus proyectos sean subvencionados, no por Administraciones Públicas distintas (práctica habitual), sino por diversas áreas del mismo departamento cultural de una misma Institución. Como si de una secta se tratase, el clanecillo ofrece emolumentos entre sus miembros dando cursos, conferencias y seminarios de forma permanente y auto programándose. Actividades que realizan en sus horarios laborales cuando el que actúa trabaja en la empresa privada o en la administración pública.
Personajillos detectados porque poseen unas características físicas y mentales que los delatan: rondan los 40 pero no han superado los 50. No son capaces de aguantarle la mirada a aquel que los guipa fijamente. Sus ojos proyectan opacidad y turbulencias, es decir, son gente turbia y poco transparente. Visten a “lo progre” mostrando una cierta dejadez estudiada para aparentar que son modernos. Los que pertenecen a la cofradía usan gafas debido a que son miopes o padecen de estrabismo. Les unifica su charlatanería, verborrea sin sentido y sin gracia, nada que ver con los antiguos vende peines que con sus furgonetas aparcaban en los pueblos voceando que disponían de mantas, toallas, cacharros, cuchillas y cualquier objeto que ayudara a las tareas del hogar. Son amantes de la letra P, porque sufren como Picio y se inspiran en Poncio Pilato. Unos se asemejan a las vacas embarazadas y otros a los cochinos cuando perciben que van a ser ejecutados. Juegan a ser humildes y modestos. Al ser actores mediocres el plumero los delata a la primera de cambio. Cualquiera con costumbre de observación, se daría cuenta de que realmente son arrogantes, despiadados y déspotas. Tres aplicaciones que llevan a cabo ante débiles y vulnerables. Sin embargo, se deleitan cuando amasan roscas y pueden ofrecérselas al que dispone de poder.
Cualidades no les faltan: sanguijuelas, chupópteros, fulleros, copiones, imitadores y con gran capacidad de enredar a todo aquel que se descuide. Usan y adoran las nuevas tecnologías como el becerro de oro que les facilita trajinar con las bases de datos de sus lugares de trabajo, trasladándolas para labrarse nuevas plataformas de promoción personal. En este sentido, a los amigos les es indiferente laborar en las Administraciones Públicas o en empresas privadas. Más que gente son “genteta”. A pesar de disponer de carreras universitarias y algún máster con firma falsificada (no podían estar al margen de la moda actual), redactan malamente e incluso con faltas de ortografía. Ahora bien, como dentro de la maraña hay alguno que es fino con la estilográfica, éste se encarga de ser el lacayo de los señoritingos.
Personas acomplejadas que nunca han osado levantar ningún proyecto propio. El que no trabaja en puestos de medio pelo en el interior de las Administraciones Públicas Catalanas, lo hace en la intermediación de asesorías llamadas humareda, o en algo tan casposo como ser facilitador de pervertir las relaciones entre los entes públicos y la empresa privada. Una perversión entrelazada porque esos granujillas externos han sabido estar a la altura de sus compinches internos, los que se perfuman en los escalafones bajos de las Administraciones Públicas o en los tentáculos que de ellas cuelgan.
Para lavar la suciedad de sus actos usan altavoces por donde se oye, con estruendo, que adoran a las grandes Escuelas de Negocios Norteamericanas y a sus supuestas sucursales catalanas, una pátina que los sitúa cerca del poder. Como los altavoces en ocasiones suelen distorsionar, la “genteta” se permite el lujo de especular diciendo que colaboran o que votan a la CUP. Esta triquiñuela, propia de la ambigüedad del que aspira a todos los aposentos, les sirve para demostrar que son puros y radicales, máxime en las actuales circunstancias políticas donde los chuzos de punta no paran de caer. Cálculos que pongo en duda debido a que la tribu de los granujillas no ha adquirido el glamour de saber fumar puros habanos y su radicalidad se sostiene en cuatro pilares: codicia, ambición, dinero y engaño.
¿Qué habremos hecho mal los que tenemos más de 60 años para que nuestros retoños, en esto que denominamos gestión cultural, se dediquen al chanchullo y a practicar el amiguismo?
Dios, omnipresente y bondadoso, nos perdonará. Un consuelo que suele ayudar a los humanos a redimir sus pecados.

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Lluís Cabrera Sánchez es Presidente de la Fundación Taller de Músics

Published inConstrucción y cansamiento en la Barcelona culturalPUBLICACIONES

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